En un libro sociológico mío, “Decadencia de los Colombianos” (Plaza y Janes 5ª. Edic.) afirmo: “Y como es la mirada de un envidioso? Mire de reojo, con la cabeza gacha, con los ojos del voyerista, por una rendija. ¿Y qué siente el envidioso? Siente odio, aviesa amargura, el rencor le carcome el alma. ¿Y qué hace el envidioso? Espera con perversa avidez, calcula, calla… ¿y por último que dice el envidioso? Afirma a todo pulmón que detesta la envidia, que nunca ha sentido envidia por nadie. Voltaire sostiene que la envidia es condición no solo de supervivencia, sino de progreso: sin la envidia no hubiera avanzado tanto la cultura.
Rafael envidió rabiosamente a Miguel Ángel. Repetía que este sentimiento lo desvelo mucho tiempo, y qué gracias a este genio inconmensurable, logro progresar en su disciplina artística. El envidioso doméstico, atribuye el éxito de su colega a mera audacia, casualidad o suerte. Igualmente opina que la victoria de su semejante es la peor injusticia del mundo.
No es científico señalar iguales características a todos y cada uno de los compatriotas. Ernesto Rodríguez Medina sostiene que la anarquía esta enquistada en la raza colombiana. Europa, cuna de la civilización ha protagonizado las más feroces guerras civiles, continentales y mundiales. Varios historiadores llegan a comentar que sus pueblos han vivido en permanente guerra, con intervalos de paz. España tuvo 5 siglos de feroces conflictos y su última guerra civil le presento la muerte de tres millones de españoles. En su cementerio reza una lápida: “Aquí yace media España víctima de la otra media”. Yo he sostenido en forma crítica en mis obras que no solo es bueno, es necesario indicar nuestros vicios y pecados para poderlos corregir. Haciéndome eco de prestigiosos investigadores expreso: Los colombianos son más curiosos que apasionados en sus estudios. No gustamos consolidar datos elementales, sino que de una vez saltamos a las cumbres, haciendo estructuras ideológicas inconsistentes. Al principio se brilla, pero se termina por ser vencido. Somos universalmente curiosos, sin vocación técnica. Somo más frívolos que profundos. Claro que hemos tenido figuras de excepción. Pero esto no es la regla. Sería exagerado generalizar.
En el escalafón de la cultura proliferan las actividades fáciles que permiten éxitos lo más pronto posible. Queremos sobresalir en varios renglones. Esto conduce a la dispersión y a la frustración. La mayoría de las universidades capacitan para la burocracia. La consigna es ser doctor y lograr un puesto. Los anglosajones, racial mente enérgicos sienten que se viene al mundo es a dar, no a mendigar, a crear riqueza no a solicitarla.
Somos más emotivos que pasionales, expresivos que discursivos, más tenorios que enamorados.