Literatura redonda sobre la mesa

18 febrero 2023 8:39 pm

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Hace unos días me embarqué en una discusión innecesaria (como todas) sobre el papel de la literatura en la sociedad. Yo no inicié la discusión. Hace mucho decidí concederle la razón a todo el que la necesite. Pero me pareció de mal gusto no participar porque se trataba de una cena con los amigos de Mariana, y desde el día anterior me había advertido que me esforzara por parecer amable y corresponder en las conversaciones. Y por parecer amable terminé mas bien saboteando el encuentro desde la honrosa trinchera de la minoría. Aunque supieron ser indulgentes conmigo.

Esa misma noche, mientras lavábamos los platos, Mariana me recomendó leer ¿Para qué sirve la literatura?, un libro corto que reúne las intervenciones de una mesa redonda propiciada por Sartre, Simone de Beauvoir, Jorge Semprún, Ives Berger, Jean-Pierre Faye y Jean Ricardou. El concilio se celebró en el 65 del siglo pasado y tenía la ambiciosa tarea de no llegar a ningún lado. La cosa sirvió tal vez para el deshago panfletario. Se supone que Mariana me sugirió leerlo para matizar el egoísmo de mis apreciaciones, pero terminé más confundido de lo que estaba. Sin embargo, me quedó una honda admiración por la agudeza de las ideas de Simone de Beauvoir; su intervención es, de lejos, la mejor de la mesa. Muy por encima de Sartre, incluso.

Salvo la suya, las intervenciones no pasan de ser unas escuetas opiniones contradictorias sobre la creación literaria. Y desvían todo hacia la rancia y ponzoñosa arenga del compromiso del escritor con su época. Hasta salen a la palestra las biliosas concepciones culturales consagradas en las cartillas de Pekín y Moscú. Mejor dicho, fungen como intelectuales con tesis novedosas pero apelan siempre a consignas esquemáticas y ruidosas. O más bien de Beauvoir dice tanto que hace ver al resto de panelistas como unos párvulos sin trascendencia. Creo que así es.

Por ejemplo, habla de la literatura no como un simple canal de información sino como un lenguaje que permite comunicarnos en todos los aspectos que nos separan. Así, el escritor, a través de su obra, impone su verdad al revelarnos su relación con el mundo. Y eso es, precisamente, lo que nos comunica: hay otra verdad diferente a la mía que puede convertirse en propia sin dejar de ser otra. O sea, puedo abdicar de mi “yo” en favor del que habla, y puedo seguir siendo el mismo. También contraviene el dogmatismo de sus compañeros y les recuerda que la realidad no es un ser inmóvil sino un devenir, luego el papel del escritor no es reducirla a un “espectáculo fijo y terminado”; al contrario, toda obra literaria es una investigación constante sobre la relación del escritor con el mundo, y como esa relación no es algo dado, este tiene que descubrirla para poder contarla.

Bueno, hay más en lo que dice de Beauvoir, pero solo quería hablar del asombro que me causó la dimensión humana de su condición como escritora. Aun así, Mariana y yo no conciliamos posturas sobre la cuestión de aquella noche, ella sigue creyendo que la literatura debe ser un escándalo que contradiga al mundo y yo insisto en creer que el escritor debe sentir en lo más profundo de su ser que no tiene nada que decir. Al cabo qué importa.  

Juan Sebastián Padilla

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