En la presente columna quiero tocar un tema bastante preocupante, al menos para mí: la seguridad y el riesgo de ser agredida. Es bien sabido por todos que las personas que hacemos parte de la diversidad sexual somos altamente vulnerables, y más aun cuando no lo podemos ocultar, caso de nosotras las personas transgénero.
También es de conocimiento público que las mujeres transgénero somos discriminadas por un amplio sector de la sociedad debido a nuestra apariencia indefinida, confusa, intermedia entre el mundo masculino y el femenino, y que aunque existen leyes que buscan proteger nuestros derechos fundamentales, no se aplican ni se tienen en cuenta en la mayoría de los casos de discriminación o abuso en contra nuestra. Igualmente existen organizaciones tanto oficiales como privadas que “ayudan” a personas como yo, pero en mi experiencia he podido comprobar que esas “ayudas” son solo un canto a la bandera, no quiero decir que las entidades son ineficientes, pues tal vez a algunas personas les han servido, pero en mi caso no ha sido así.
Toco este tema tan preocupante, partiendo de mi vivencia personal desde que inicié mi cambio de género, hecho que me ha traído más problemas que beneficios, pues para empezar perdí mi empleo de 10 años, lo cual afectó mi situación económica y la de mi familia por ende, y me cerró todas las puertas empresariales para siempre. Por esto he buscado ayuda y orientación en varias entidades tanto oficiales como privadas, pero he comprobado con decepción que para nosotras solo hay palmaditas en la espalda, pañitos de agua tibia, nada más, esa es la inclusión que con tanto orgullo pregona el gobierno…
De igual manera, al asumir la identidad de género con la que me siento cómoda, identificada, segura, me he puesto en la palestra pública, ganándome el rechazo de todas las personas que algún día me conocieron. Si bien, he conocido algunas personas que me aceptan como soy, igual, no pasan de una charla formal en algún evento, y luego jamás vuelvo a saber de ellas, al fin y al cabo, solo son protocolos, formalismos sociales, nada más.
Este rechazo social me pone en la posición mas incómoda y vulnerable en la que haya estado en toda la vida, pues no hay un solo día en el que no me sienta insegura, observada, despreciada, indefensa, perdida… No puedo evitar el pensar ¿qué pasaría si alguno de tantos que me observan con prepotencia y desprecio intentara agredirme solo porque le parezco desagradable?
Teniendo en cuenta los altos índices de inseguridad no solo en nuestra ciudad, sino en todo el país, y la alta tasa de impunidad en casos donde los derechos de los desprotegidos son violentados, no es una posibilidad muy pequeña el hecho de una agresión en mi contra por parte de delincuentes o intolerantes. Ahí es donde radica mi temor, si alguien me llegara a agredir, y si sobrevivo a una agresión, ¿qué debo hacer? Poner un denuncio a quién sabe quién, pues el o los agresores no se van a identificar, ni mucho menos, ni van a sentir remordimiento y se van a entregar a las autoridades a pagar por sus malas acciones… Entonces pasaría a ser un caso mas de tantos de intolerancia como los que a diario vemos, y se quedaría en la impunidad como tantos otros más.
También hay que tener en cuenta que en Armenia ni en ninguna otra ciudad hay un policía o agente del gobierno en cada esquina, y que ni mucho menos las autoridades nos van a poner un guardián que nos proteja de todo mal y peligro, así el riesgo se hace aun mas alto, y aunque no tengo queja sobre el respeto de las autoridades hacia nosotras, pues en lo personal jamás he tenido el mas mínimo inconveniente con representantes de la autoridad cuando me los he encontrado, no se puede negar que la antipatía y el desdén de estas entidades hacia nosotras son aun bastante altos.
Ante este panorama desolador, la autodefensa es la única opción a tener en cuenta, pero en caso de que yo me pueda defender y me vea en la obligación de agredir a alguien en defensa de mi propia vida e integridad, las cosas no van a ser mejores, pues además de ganarme de enemigos al agresor y a sus compinches, y quién sabe a cuantos delincuentes más, a mi sí me aplicarían la ley con todo su aplastante peso, como si hubiera agredido a un santo, porque así es la ley aquí, no está diseñada para defender al débil sino para castigar al agresor, aunque sea por defensa propia, pero eso sí, si es bobo y se deja echar el guante, se le cobra todo por ventanilla, pues ante la ley “todos somos iguales”, delincuentes o decentes, y como los delincuentes sí no son tan bobos, ¿a quiénes nos aplican la ley?
Soy muy consciente de que en caso de ser agredida en algún momento, Dios no lo quiera, tengo dos opciones, me dejo matar y que la agresión quede en total impunidad, o me defiendo a muerte y me expongo a un tremendo problema con la ley, pues en un caso extremo, ¿quién podrá defendernos? Nadie, pues el Chapulín Colorado hace rato que está muerto y enterrado, y como él, ninguno. Como quien dice, con cara perdemos y con sello en cambio, también, así son las cosas aquí, y como tantas cosas en nuestro país, ¿a quién le puede importar? Estamos por nuestra cuenta, sálvese quien pueda, la triste realidad…