Por Valentina Suárez Fernández
La escritura como todo acto de rebeldía representa riesgos y es mucho más antigua que los primeros alfabetos que datan del año 3000 a. C en Mesopotamia y Egipto. En el valle del Nilo, el rey Nemer pide a sus súbditos que escriban su nombre en unas paletas en las que lo representaban con un pez y un cincel. Ese era su nombre. En China la escritura aparece en la dinastía Shang 1500 a.C. En Europa, la escritura más antigua conocida es la escritura lineal A, descubierta en Creta en 1900 a. C de alrededor del 1750 a. C. En América Central, la escritura más antigua es la Olmeca, perteneciente a la civilización artísticamente sofisticada de los olmecas, que existió́ en la región de Veracruz en el Golfo de México data del 900 a. C.
El alfabeto entre tanto, tiene sus orígenes de las culturas arameas, griegas y fenicias. El alfabeto da la posibilidad no sólo de transmitir historia escrita sino de nombrar y establecer códigos que a la larga dan identidad, singularidad e historia física y emocional ”a los seres de papel“, a esos seres que en expresión de Roland Barthes son los personajes de todo relato. Seres que finalmente adquieren vida propia por encima de su creador.
Por eso decir Felipe, Manolito, Susanita, Libertad, Guille, Miguelito y Mafalda significa nombrarlos a ellos y en simultáneo a Quino. Joaquín Salvador Lavado Tejón los bautizó en 1.964. Los dotó de vida propia con palabras e imágenes y los dejó resplandecer sin las ataduras. Mafalda, niña de seis años, amante de la democracia, porque es el mejor sistema político hasta hoy inventado por los seres humanos; de los Beatles, porque cantaron en cada rincón del planeta, “let it be”; de los derechos de los niños cuando aquí en Colombia no se pensaba en la promulgación de la Ley 1098 de 2006; de la paz porque odia las armas, la guerra, a James Bond y la sopa. Ella, digna de una identidad y una autenticidad única como hija de maestro, verbaliza temas que resultan incómodos para políticos, para padres de familia, para la iglesia y para la organización misma de la sociedad. Desde la lógica infantil permea a través de diálogos casi socráticos, la esencia de la humana condición, la lógica de las instituciones y la profunda necesidad de dejar a los niños ser niños y ser merecedores de explicaciones frente a la complejidad del mundo.
La forma de interpretar el universo busca darle orden, sentido y significancia a las cosas y a los hechos de la vida; pero la forma en cómo lo hacemos ha sido bastante complicada de exponer y mucho más de explicar, en palabras de Foucault. Por eso, quienes logran desde su rigor, originalidad e inspiración calar la cultura, los entramados e intrincados sistemas de emociones para generar risas cómplices en varias generaciones son dignos exponentes de la naturaleza humana. Un homenaje re-contra-merecido, como dijo el caricaturista Vladdo para el papá de Mafalda, Quino. Quien con alegría visibilizó las graves crisis de la inequidad y la falta de libertad de los regímenes autoritarios de estas décadas anteriores, la desigualdad presente en la sociedad y la importancia de los niños a la hora de hacer transformaciones desde la raíz primaria del frondoso árbol social.
Lejos de las categorías inflexibles de los modelos educativos, damos nombre a lo que amamos y Quino la llamo Mafalda. La niña singularmente universal con la que los adultos-niños de varios años atrás lograron empatía y simpatía. Gracias Quino, el cielo lo espera para nutrirlo con su creatividad y divergencia. Este planeta ya disfrutó de sus lecciones. El arte y la filosofía se encuentran en las esenciales preguntas y en las nutridas respuestas asombrosas. Como dice Débora Ilova Leiro, Mafalda odia la sopa: “porque es un producto de la guerra, de la injusticia y la inmundicia humana, de la necesidad, del hambre, de la enfermedad (cuando uno se enferma lo que come es pura sopa) y también de la tristeza”. Aunque Mafalda siempre perdió este combate y se debió comer esa sopa de amargura a duras bocanadas de cuchara. Hoy médicos y nutricionistas confirman el poco valor nutricional de la sopa, para el cuerpo y para el alma. Mafalda tenía razón.