Por Francisco A. Cifuentes S.
Si algo sabemos con plena seguridad, es que todos nos vamos a morir. Por esta verdad de apuño, recuerdo siempre con placer y alegría la máxima de mi amigo, el pedagogo e historiador Hernando Muñoz Cárdenas, cuando me dice: “Pacho, hay que entretener la muerte con proyectos, mientras nos llega”. Esto que es aparentemente tan coloquial y tan sencillo, adquiere una grandeza en estos momentos de pandemia. La inminencia de la muerte se aprecia en las guerras, en los hospitales y en las situaciones límite del ser humano. Y esto nos lleva a pensar varias cosas, que se convierten en temas filosóficos e incluso en una revaloración de la metafísica, y porque no, en una mirada desde la perspectiva del existencialismo. La muerte está ahí, hay que convivir con ella; pues somos seres de vida y seres de muerte, y como diría Sartre, “estamos condenados a la libertad”, para desempeñarnos en medio de estas dos verdades categóricas; aludiendo también a Kant.
Cuando vemos que el hombre va más allá de la Luna y de Marte y envía aparatos y señales, preparados por él, con su capacidad científica y tecnológica, corremos el riesgo de distanciarnos de nuestra forma de ser consustancial a toda la naturaleza, y embelesarnos en la nanotecnología, la cibernética y en la astrofísica. Cuando en el oscuro mundo de los microorganismos, los microbios y los millones de seres microscópicos que conviven con nosotros, en nuestro cuerpo y en nuestro inmediato alrededor, se nos presentan dando aviso de muerte inmediata, le recuerdan al hombre que somos una sola naturaleza, y que la muerte no está en las estrellas, sino en la cama, en el hospital, y que más que viajar a otros mundos, necesitamos simplemente respirar para vivir.
Pero con este circunloquio, de ninguna manera despreciamos las grandes conquistas de la humanidad, solo queremos llamar la atención acerca de nuestra integridad, del respeto por la naturaleza, de sabernos uno y todo, en uno mismo y de la totalidad del ser. Por más que las ciencias naturales y las humanas y sociales se hayan especializado, y el saber se encuentre tan compartimentado, deseamos reivindicar el conocimiento como un todo, la realidad como una amalgama de múltiples aristas; pero al fin y al cabo realidad cognoscible y por conocer. Y dentro de este campo, se abre la perspectiva del hoy llamado posthumanismo, que es la reivindicación del ser humano, en medio de estos avances. Es decir, no se trata del viejo humanismo de un Erasmo de Roterdam, al lado de la mecánica newtoniana y del racionalismo cartesiano. Estamos a siglos de distancia. Y habiendo sido una tríada tan interesante, ahora nos debemos preguntar por la articulación de otros fenómenos, escuelas y perspectivas, tales como: Cuál es el puesto del hombre en la teoría de la relatividad de Einstein, cuál es el lugar del hombre en la física cuántica de Max Planck, dónde cabe el hombre en la teoría de cuerdas de Joel Scherk y Jon Henry Schwarz y cómo se ve el hombre frente al Bosón de Higgs. Por estas pequeñas consideraciones, pero que son complejísimas si se tratan de fondo, es muy importante la relectura de la conferencia que dictó en el Vaticano Stephen Hawking, en la cual dialogó, como astrofísico, con los teólogos católicos y estudiosos de la física, de la Iglesia, acerca del origen del universo y del infinito. Hacía pocos años el Papa Benedicto XVI había emitido la Encíclica “Fe y Razón”, desde donde se pueden entender campos tan contradictorios, pero cuya conjugación, permiten establecer lasos para bien de la espiritualidad del hombre, para la reconciliación del hombre religioso con un mundo tan explicado y tan avanzado desde el punto de vista científico y tecnológico, que es el gran producto de la razón y del espíritu humano. Todo lo anterior tiene cabida dentro o a la luz de la pequeña obra de Heidegger “La Pregunta por la Metafísica”; ya no en la versión simplista y antitética del materialismo dialéctico marxista que oponía materia y espíritu, y establecía una total contradicción entre escuelas materialistas y escuelas idealistas. No, a la luz del filósofo alemán, se trata de volverse a preguntar por el ser y su estudio, en estos tiempos de flagelos materiales y espirituales y de muerte individual y colectiva inminente.
“Ser y Tiempo” de Martín Heidegger es necesario aterrizarlo en el hoy, en el cuerpo del hombre y en las millonadas de seres microscópicos que nos rodean; es decir, es el ser ahí, y no solo en la palabra como casa del ser; sino, extendiéndonos mucho, en la consideración del ser dentro de “la casa común”, en los términos de la Encíclica del Papa Francisco, que nos llama al cuidado mutuo de la misma. Por esta misma vía, es preciso decir que la obra del filósofo Michel Foucault titulada “Las Tecnologías del Yo” tiene una especial actualidad, cuando diserta acerca del “cuidado de sí mismo” y del “cuidado de los otros”, tema este último que posteriormente desarrolló y que se encuentra al final de sus obras recogidas en “Foucault Esencial”. Ahí, en el pensador francés puede hallarse el mejor individualismo, como responsabilidad del hombre consigo mismo; y en la otra categoría puede encontrarse el mejor humanismo, en la fundamental preocupación solidaria de la humanidad. Ambos aspectos están de moda y son totalmente necesarios, en comportamiento individual, en ética pública y en medicina colectiva.
La filosofía no es lejana, la filosofía no está en las nubes; los libros, los escritores y los problemas son de este “mundo de la vida” como dice Hurgen Habermas; simplemente, que el pensamiento sobre ese mundo “se hace en categorías” como lo expresaba Hegel. Es muy importante trabajarla y ejercitarla desde las escuelas y colegios y no solamente desde las universidades y los escritorios y bibliotecas de los profesores. Así como tradicionalmente se habla de ciencias aplicadas, de técnica y de tecnología, para referirnos a los que se puede hacer con una realidad maleable; es preciso colocar el pensamiento a favor del hombre y su entorno, ayudando a investigarlo, a entenderlo y a transformarlo, como lo diría el viejo Marx en sus “Tesis Sobre Feuerbach”. Por consiguiente, en estos tiempos de coronavirus, de cuarentena, de pandemia, de máscaras, tapabocas, de velorios solitarios, de duelos aislados y de muerte; no solamente están a la orden del día la medicina y la psicología, sino que también tiene su lugar muy destacado la reflexión filosófica; para salirnos un poco o mucho, del amarillismo de las noticias y de las estadísticas de muerte. Con este pequeño artículo deseamos hacer un modesto aporte al respecto, para seguir “entreteniendo la muerte” como decía mi querido amigo.