Por Francisco Cifuentes
La definición más elemental del desasosiego consiste en la falta de calma, reposo y paz, manifestado en un cierto desorden de las emociones, como el nerviosismo y a ansiedad. Precisamente cuando yo padecía este crónico malestar, llegó a mis manos definitivamente El Libro del Desasosiego de Fernando Pessoa; a la sazón, escrito “En la floresta de la enajenación” (“Na Floresta do Alheamento”), como titularía un primer texto publicado en la Revista Aguila, en 1913; producto del carácter fragmenatario de su personalidad y de su obra o también de su inadaptabilidad a la realidad; como lo va a describir, comentar y reflexinar a lo largo de todo el texto definitivo y, no solo del fragmento inicial. “Voy a hablar y hablo yo-otro. De mío, solamente siento una incapacidad enorme, un vacuo inmenso, una incompetencia en cuanto todo lo que es la vida. No sé los gestos de ningún acto real. Nunca aprendí a existir.” (p.77). En consecuencia, tómese el libro como un grandioso ejercicio catártico tanto en psicología como en literatura. Para lo cual Wittgenstein nos recuerda “el dolor como causa de los lenguajes secretos”. Y añadimos que es producto de dobles personalidades, de cierta esquizofrenia literaria y espiritual, de un duplicismo, de una alteridad, de una otredad; por cuanto le adjudica los documentos de 1913 a 1920 a Vicente Guedes y los de 1929 a 1934 al conocido Bernardo Soares “ayudante de contable en la ciudad de Lisboa”, como bautizaría dos de sus muchos Pessoas. O como sabiamente lo dijo George Steiner: “Es un caleidoscopio de voces dentro de él”. Pero para iniciar atinemos en reconocer que el término Pessoa significa Persona, que viene del latín, significando nada más y nada menos que “máscara del actor”; lo que coincide con la máxima pesoniana de que “el poeta es un fingidor” o “O poeta é um fingidor…”, según su enigmático poema Autopsiografía y que ha dado lugar a numerosos artículos y análisis como declaración íntima y literaria de lo que será su trasegar en el oficio.
Es de anotar que el libro propiamente dicho consta de muchos párrafos y capítulos, reunidos en dos grandes fases y escritos hasta 1935, año en el que acaeció la muerte del poeta; incluso nunca entrelazados a la manera tradicional, ni de un tratado ni de una novela. La primera edición en español la hizo Ángel Crespo en 1982. En inglés la primera versión la haría Richard Zenith en 1981; mientras que la novela El Año de la Muerte de Ricardo Reis del Premio Nobel portugués José Saramago, saldría en 1984; donde recrea el contexto histórico y entabla una conversación ficcional entre el heterónimo Ricardo Reis y el autor Fernando Pessoa. La edición española que acabo de deleitar es la del colombiano Jerónimo Pizarro (Tragaluz Editores de Medellín, 2011 y 2022), traducida por Ana Lucía de Bastos Herrera y con bellas ilustraciones del pintor colombiano José Antoni Suárez Londoño. De entrada, es necesario reconocer que el profesor e investigador Pizzaro es todo un especialista en la obra pessoniana, lo que ya había demostrado en su texto Para Leer a Pessoa (FCE, Bogotá, 2021) y en el cual analiza básicamente los tres principales heterónimos del novelista y poeta lusitano, aunque tiene más de 70, incluyendo mujeres: Alberto Caeiro, Alvaro de Campos y Ricardo Reis. A este estudioso también se le debe la magnífica edición trilingüe de Proverbios Portugueses de Pessoa, en compañía de Patricio Ferrari y, en el que encontré demasiadas similitudes con la paremiología española y particularmente colombiana y paisa.
He tenido encuntros y desencuentros con la obra de Pessoa: hace talvez cuarenta años salío en papel periódico, junto con El Espectador, un compendio de poesía titulado Diario de Tabaquería (del extenso poema Tabaquería, hay traducción de Octavio Paz); sólo posteriormente sabría que el poeta era habitual visitante de una tabaquería que quedaba justo al frente de su oficina en Lisboa, a la cual asistía para tomar aguardiente y fumar cigarrillo, lo que en últimas lo matarían. Nunca volví a saber de este cuadernillo en tamaño tabloide. Alguna vez estando en mi tierra natal Rionegro (Antioquia) y husmeando en la Biblioteca Baldomero Sanín Cano, pude leer El Banquero Anarquista, donde el personaje central busca liberarse del dinero a través de un diálogo filosófico, pero no me agradó tanto como debería. Empecé a desear a toda costa el poder leerme El Libro del Desasosiego y no lo conseguía, hasta que en el mercado de las pulgas en Bogotá llegó a mis manos una edición en alemán con escritos a mano en sus márgenes por un lector también alemán y, por mi ignorancia no pude acceder a su lectura. Muchos años siguieron pasando por mis ojos antologías de su poesía. Llegué el año pasado a Manizales y al averiguarlo, me topé con Para Leer a Pessoa y los Proverbios Portugueses; pero nada del Desasosiego. Andaba en la pesquisa del texto grande, cuando me ofrecieron una curiosidad: Antínoo (escrito en 1915 y publicado en 1918), un librito que es un largo poema de Pessoa, en la versión al español del poeta colombiano Hernán Vargascarreño (Ediciones Exilio, Bogotá. 2019); que es un texto de amor bello y puro, supuestamente en versos del Emperador Adriano, dedicados a su amante Antínoo, cuando este yace en su lecho de muerte. Esto, mucho antes del homenaje que Margarite Yourcenar le hace en Memorias de Adriano (1948-1950-1951, traducción de Julio Cortázar). Por último, este año, estando en tratamiento mental, mi hija Tania me llevó por fin la obra magna de poeta portugués y, vaya curiosidad, los psiquiatras no me la dejaron entrar, justamente por su título; pero cuando ya lo logré, debo confesar que el bello libro no me aumentó el desasosiego; sino que lo tomé a la inversa y así y todo, me produjo un sosiego, que me inspiró estas páginas. En suma, me llevó a una mayor valoración de la vida, la que sea; pero sobre todo a los sueños, a la imaginación, a las ilusiones, a la inocencia pura de la niñez, que aún puede postergarse en notros, al amor puro, al degustar la ciudad y los viajes imaginarios.
En muchos apartes de su Diario poético y novelado, se aprecian las influencias de Heráclito, el Eclesiastés, Pascal, Vigny, Heine, Shakespeare, Milton, Dante, Verlaine, Chateaumbriand, Mallarme y Lamartine; quienes están disgregados en todas sus páginas; pero reiterando, eso sí, a Dante, Milton y Shakespeare. Recuérdese que Pessoa escribía en portugués, inglés y francés y tuvo una educación a la inglesa. Pero es profundamente lusitano. El mienta a aquellos en su libro, pero también es heredero del romanticismo alemán de Novalis, Hölderlin y Goethe.
Los temas que centralmente ocupan El Libro del Desasosiego son: el sueño, hasta llegar a formular una especie de ciencia del suelo y de metodología para el soñador (p. 83); la otredad, el absurdo, sintetizándolo incluso así: “El absurdo es lo divino” (p. 102), las sensaciones, la imaginación, la niñez, las disquisiciones sobre el tiempo (p. 411), las que me recuerdan las reflexiones de Bergson y Gastón Bachelard; sobre el espacio, el amor, la vida interior y Lisboa. Y por supuesto todas las formas del desasosiego, muchas reflexiones sobre el lenguaje y la metafísica.
También hay una declaración cínica en el sentido filosófico presocrático, que le da identidad al libro: “Como Diógenes a Alejandro, solo le pedí a la vida que no me tapase el sol” (p.. 449), y el texto es el producto de esa situación. También hay referencias al estoicismo y, ya lo dije, a Heráclito; para señalar unas de las vertientes de la filosofía que lo iluminarían en este diario-novela-poema-ensayo filosófico; que rompe con todos los moldes tradicionales o clásicos de la escritura.
Del poeta, novelista, traductor y periodista también se conocen páginas ensayísticas, reunidas así: Páginas íntimas de autointerpretación (1966), Páginas de estética y de teoría y de crítica literaria (1967) y Textos Filosóficos (1968); por que también se le considera un filósofo. A propósito, él diría que “… la metafísica es el resultado de una indisposición” y, nosotros parodiando su texto diríamos que ese reflexionar filosófico es a partir de un rotundo desasosiego. Y en otra oportunidad el afirmaría “Tengo una sonrisa metafísica” (p. 413). Nos habla de una síntesis metafísica en los siguientes términos: “… el misticismo de la nada…” y “… la ascesis de la absoluta negación… “(p. 228), resumiendo también un nihilismo que recorre todo el libro. Dadas sus especulaciones acerca del sueño, la otredad y la imaginación, por supuesto declara que no es materialista (p. 406). Y se despacha contra muchos ilusionistas sin pensamiento, de esta manera: “Por los soñadores de milenios – socialistas, altruistas, humanistas de toda clase –siento náusea física, en el estómago. Son los pensadores sin pensamiento” (p. 449), renegando así de su superficialidad; pues él quería un compromiso más humano y más auténtico con todo el ser, incluyendo sus contradicciones. Pues “lo fragmentario, lo incompleto pertenece a la esencia del espíritu”; pasando así por encima de una pretendida verdad impoluta.
Hay allí un interesante tufillo kantiano; sí, el de La Crítica de la Razón Pura; cuando desea separar la idea de tranvía de la idea de velocidad. Él lo dice claramente: “Y, avanzando, si acaso quiero el delirio de una enorme velocidad puedo transportar la idea hacia el Puro Concepto de la Velocidad” (p.137). Pero, además nos trae el sueño puro, el pensamiento puro, la existencia pura, como categorías especiales que están en lo más recóndito de su ilusión reflexiva.
De entrada, el lusitano nos confiesa: “Este libro es un solo estado del alma, analizado por todos los lados, recorrido en todas las direcciones” (p.74) y “Tomé para escribirlo el alma de todas las flores, y con los momentos efímeros del canto de todas las aves, tejí eternidad y estancamiento” (p.40); como una de las tantas afirmaciones en las cuales nos muestra su prosa poética en tono de reflexión. Pues en el libro siempre van a estar en profunda amalgama la literatura, la reflexión sobre el lenguaje, la disertación filosófica sobre todo la idealista y la metafísica, la psicología cognitiva y la logoterapia. Igualmente hallamos aquí el solipsismo y el circunloquio. En semejante construcción asistimos a la lectura de la novela moderna y, si se quiere postmoderna; para lo cual recordemos que es contemporáneo del Ulises de James Joyce (1920). Creó neologismos, nos hizo trampas en sus relatos y en la lingüística. Creó todo un idiolecto. El mismo se pregunta “- ¿Leyó alguna vez gramática?” Y se responde “- Yo nunca. Tuve siempre una aversión profunda a saber cómo se dicen las cosas… Mi única simpatía, para las gramáticas, es por las excepciones y los pleonasmos… Escapar a las reglas y decir coas inútiles resume bien la actitud esencialmente moderna. “(p.71). Para esto, relata y reflexiona en aforismos, a la manera de Federico Nieszcthe, maestro de la escritura fragmentaria y Karl Kraus, su contemporáneo. En muchos sentidos es una “Obra abierta” a la manera como lo concibió Umberto Eco.
Gracias a sus meditaciones, a sus sueños, a su poesía y a su novela, nos salvamos de la cruda realidad, parodiando aquí la sentencia nietzscheana de que gracias al arte nos salvamos de la verdad. O aquella de Hegel cuando apuntaba que nadie es capaz de soportar tanta realidad y, por eso Pessoa, más bien escogió el camino de los sueños para evadirla y construir otra menos prosaica, pero diciente, muy significativa. El autor del Zaratustra nos decía: “El arte nos libera ilusoriamente de la sordidez del ser”. Por eso Pessoa se convierte en un soñador por excelencia, todo un fantasioso, un metafísico de la mejor estirpe y, por lo mismo, no justifica el humanismo, solo dice: “Es un humanitarismo directo, sin conclusiones ni propósitos, es lo que me asalta en este momento. Sufro una ternura como si estuviese viendo un dios”. (p.235). Y es más contundente aún al desnudar el ser y el alma humana, cuando afirma: “El alma humana es un manicomio de caricaturas” o “…como dicen de la verdad, un pozo, pero un pozo siniestro lleno de ecos vagos, habitados por vidas innobles, viscosidades sin vida, babosa sin ser, moco de la subjetividad” (p.240). He ahí gran material para el trabajo psicoanalítico acerca del subconsciente. Pero la gran diferencia con Freud y con Lacan, es necesario apuntarlo, es que Pessoa le da autonomía y suficiente realidad al sueño y no lo pone a depender de la realidad del sujeto, mediado por símbolos, significantes y significaos. El prosigue en las formas y contenidos puros, poetizando a Kant. No se trata de indagar el subconsciente en los sueños y develar el consciente, sino en vivir los sueños, asumirlos y entenderlos tal como se manifiestan (p. 92). El mismo nos explicó, claro, cometiendo adrede aquí el error de que su literatura no explica, simplemente relata y poetiza y, en esto va arrojando un sin número de reflexiones, tal como ésta: “Quiero, para mi propio gusto de analizarme, ir, a medida que a eso me acomode, poniendo en palabras los procesos mentales que en mi son uno solo, ese, el de una vida entregada al sueño, el de un alma educada solo para soñar” (p.91).
La metafísica como máxima prosa y excelsa poesía, donde se emparenta con Borges, la encontramos por todas partes. En él hay una cierta metafísica lirica de la existencia. También hay toda una reflexión metafísica sobre las sensaciones y el sueño. A diferencia de Sartre que es un existencialista muy racional, Pessoa es un existencialista metafísico como lo muestra en su prosa lírica acerca del sueño y la imaginación. Pero, hay que decirlo, supo separarse del racionalismo francés y del empirismo inglés, aunque lidiara a cada instante con la razón y con las sensaciones; pero desde sus sueños y su imaginación. Pues para él, “… la única ciencia que satisface es la de las sensaciones” (p.117).
Pero va más allá de la lírica del desasosiego invitándonos a pensar científicamente en términos prospectivos, así: “No sé si este espacio interior no será apenas una nueva dimensión del otro. Talvez la investigación científica del futuro descubra que todos son dimensiones del mismo espacio, ni material ni espiritual. En una dimensión viviremos cuerpo; en la otra viviremos alma. Y hay talvez otras dimensiones donde vivimos otras cosas igualmente reales de nosotros” (p. 84). Aunque Pessoa tenía afinidades con el esoterismo, aquí deseo resaltar alguna relación con el influjo de la Teoría General de la Relatividad de Einstein (1915) y la física cuántica de Max Planck (1900).
Y hablando de Dios, del big bang, del caos y de la vida, Pessoa es religioso e incluso católico a su manera; pero puede en él más una cierta espiritualidad panteísta (p.86) que lo liga al todo, así sea en la ensoñación pura: con la muerte sigue viviendo el no-yo. “Es todo y le llamamos la nada”. Y así “… somos nietos del Destino e Hijastros de Dios, que se casó con la Noche Eterna cuando ella enviudo del Caos, de quien verdaderamente somos hijos” (p.247). He ahí como usa la prosa filosófica para penetrar en lo que otros ven un misterio o simplemente un absoluto. Siguiendo con su concepción muy particular de Dios expresa: “El tedio… Quien tiene Dios nunca tiene tedio. El tedio es la falta de una mitología” (p. 3770). Pessoa a pesar de su desasosiego y de su nihilismo, no padece de tedios; se resguardo en los sueños, en la fantasía que le da la imaginación, en la inocencia pura del alma de los niños y, en las mitologías que él mismo creo con su poética, llena de sueños imposibles, justamente a la manera patafísica.
Sobre la alteridad nos dice: “Sería interesante poder ser dos reyes al mismo tiempo: no ser una de las almas de ellos, sino ser las dos” (p. 76) y “Soy pedazos de personajes de mis dramas” (p.78). El desdoblamiento de su personalidad, lo hace a través del ejercicio del sueño, que es constante en el libro. Nos muestra cada instante al El otro Pessoa, a los otros Pessoas, anticipándose al Otro Borges y sus cuentos. Pero aquel fue más amplio, más polifónico: “Cree en mis varias personalidades. Creo personalidades constantemente. Cada uno de mis sueños es inmediatamente, en cuanto aparece soñado, encarnado en otra persona, que pasa a soñarlo, y yo no” (p.168). Pessoa va más allá de La Vida es Sueño de Don Pedro Calderón de la Barca; como lo apunta “En resumen de la esencia de lo que deseo es solo esto: dormir la vida” (p. 169). El no solo novela y teatraliza; es pura poesía filosófica, en la cual trabaja en la alteridad y desde la alteridad. El mismo habla exactamente de “otrearse”, como el mejor ejercicio de desdoblamiento para hacer la más bella y compleja literatura del siglo XX.
La otredad también se manifiesta aquí: “… A pesar de mujer, me cree el deber de ser estampa de un libro de impresiones de un dibujante loco …” (p. 70). Al respecto, lo ilustro muy bien José Antonio Suárez en las imágenes interiores del libro (p. 177-208). Así, la Heteronimia fue pues un sistema poético que introdujo Fernando Pessoa en la teoría literaria, con la fragmentación de la voz del poeta o “nomes e vozes”.
Acerca del amor, el sexo y el deseo, él tiene separaciones y conjunciones, pero en la llamada por él mismo “visión pura” del “Amante Visual” declara: “Amo así: observo por bella, atrayente, ó de cualquier modo, por amable, una figura, de mujer o de hombre – donde no hay deseo no hay preferencia de sexo y esa figura me obceca, me ata, se apodera de mi” (143). Este ejercicio de androginia es precisamente en el que se explayó en su poema Antinoo. “Amo con la mirada, ni siquiera con la fantasía… porque mi amir decorativo no tiene nada de psiquico” (143). Pero él más adelante se distancia de o que los psiquiatras denominan onanismo psíquico o erotomanía. Pero además señalaba: “Aprende a desligar las ideas de voluptuosidad y de placer. Aprende a gozar con todo, no lo que ello es, sino las ideas y los sueños que provoca” (p.37). Con esta invitación y este descernimiento se acerca más a un cierto hedonismo puro.
La niñez (p.370) es uno de sus temas preferidos, como estadio pasado del hombre mayor y como sentimiento puro que recónditamente nos acompaña a todos. Él se duele en poesía: “Dios me creó para ser niño y me dejó siempre niño. ¡Pero por qué dejó que la vida me golpease y botara mis juguetes, y me dejase solo en el recreo, arrugando con manos tan flacas el delantal sucio de tantas lágrimas?… ¡Porqué botaron a la basura mi cariño?” (p.244). Qué reclamo al mundo, que reclamo a los mayores, que profundidad en la ternura? Frente a lo cual yo solo quiero decir que Pessoa era un alma pura, por encima de su homosexualidad, su alcoholismo y su desasosiego. Además, expresaba: “Ser puro, no para ser noble, ni para ser fuerte, sino para ser uno mismo” (p.36), en lo que se percibe tajantemente la relación entre autenticidad y pureza; cueste lo que cueste.
Es el poeta de su ciudad Lisboa, la recorre de día y de noche, va por sus avenidas pensativo, aparentemente absorto por fuera de toda la realidad citadina y, desde su cuarto piso va a países incógnitos o simplemente imposibles (p. 228). Es todo un canto a su Rua dos Dourdores. Habla del Tajo y del mar que le corresponde en sus costas. El Libro del Desasosiego es la obra maestra de la introspección, pero muy urbana con sus referencias permanentes a Lisboa. Perfecto soliloquio, pero el mejor testimonio de los sentidos y del sensacionalismo, no solo de él como persona de carne y hueso, sino como urbanauta de finales y principios de un siglo; lo que va del XIX a las tres primeras décadas del XX. En forma muy profunda decía: “Mi conciencia de la ciudad es, por dentro, mi conciencia de mí mismo” (p.427); máxima que hoy día podemos emparentar con lo que se denomina "cultura ciudadana” o para recordar a los griegos con aquello de que “la ciudad son los hombres”, como lo apuntaba Sófocles.
Para terminar este modesto comentario muy personal, deseo regalar dos frases más del poeta: “Quiero que la lectura de este libro os deje la impresión de haber atravesado una pesadilla voluptuosa” (p. 77). Este es toda una pesadilla en la medida que es la gran novela del sueño, precisamente volviendo cierta realidad el mismo trastocar de la realidad prosaica. Y en la siguiente hallamos la confesión de una gran deconstrucción a la manera derridiana, al decir: “” Acampe Imperios en lo Confuso, a la orilla de silencios, en la guerra leonada en que acabará lo Exacto”. Máxima deconstrucción de la realidad de la mano de la poesía.
“Un día talvez comprendan que cumplí, como ningún otro, mi deber innato de interprete de un siglo”. Por eso en sus páginas, entre sueños y realidades, entre pesadillas, fantasías y la cruda historia, a su manera, recrea el Siglo XX o la primera parte que le tocó vivir y presentir: (p.170), la Revolución Rusa (Lenin. P. 219) la Teoría de la Relatividad, el surgimiento del psicoanálisis de Freud, las dos Guerras Mundiales (Mussolini. P.219). Se adelantó a los vanguardistas y trans vanguardistas, a la literatura del absurdo y al surrealismo, al existencialismo tanto de Sartre (La Náusea), como de Camus (La Peste) y al existencialismo deísta de Soren Kierkegaard: Mejor dicho, a ese siglo “problemático y gentil” de Enrique Santos Discépolo.