“No os dejéis seducir:
No hay retorno alguno”
Bertold Brecht
Contra La seducción
Poema
Cuando Aldos Huxley escribió su novela Un mundo feliz, decidió que la historia de la humanidad se dividía entre antes y después de Ford. Precisamente el hombre que a principios del siglo XX había perfeccionado la producción en serie de automóviles, empezando con su legendario Ford T. La novela se desarrolla en el año 632 después de Ford. (dF). Pero Huxley va más allá de situar a Ford como el epicentro de la historia de la civilización humana: en la narración, está presente como un Dios. ¡Gracias a Ford!, exclaman los personajes, y en un acto paroxístico, ¡Oh, Ford, Ford, Ford!!. En otras palabras, Huxley divide la historia de la humanidad en antes y después de la industria del automóvil. Así como el cristianismo la divide en antes y después de Cristo, o los judíos a partir de la creación bíblica del mundo y los islamistas trazan la línea divisoria con la Hégira. Y no está muy lejos el profético escritor por cuanto el automóvil es uno de los más significativos íconos de la sociedad industrial de consumo, sino el que más. Nada exhibe mejor a la “gente de éxito” que un auto deportivo del año, o alguna poderosa camioneta 4 x 4. De otro lado, se asimila el progreso de ciudades y países con la mayor presencia de carros nuevos en sus calles.
En la actualidad los datos de OICA (International Organization of Motor Vehicle manufactures) hablan de la existencia de unos 1.450 millones de autos. Con una tendencia creciente en ciertos de los llamados países emergentes y en desarrollo. Todas esas máquinas emiten a la atmósfera la pendejada de 1,730,000 toneladas métricas de dióxido de carbono (equivalentes a unos 3.810 millones de libras), con una incidencia innegable en la crisis del calentamiento global y la contaminación desmadrada del ambiente de Gaia, amén de otros componentes, como las llantas (se convierten en basura unos 2.500 millones de llantas al año), las baterías y miles de partes plásticas. Entonces, por fin aparece, ¡Eureka!, la panacea salvadora: los carros eléctricos. Pero, un momento: la historia dormida nos dice que no es un asunto nuevo. Un tal Jedlik en 1.828 y un Davenport en 1.835 fueron pioneros en experimentos que coronó Míster Robert Davidson cuando en 1.838 puso a funcionar el primer vehículo eléctrico. Y el señor Robert Anderson para 1.839 había inventado el primer carruaje movido por energía eléctrica, con pila de energía no recargable. (Las primeras baterías recargables aparecieron para 1.880). Y esa misma historia anestesiada nos dice que para 1.900 se vendían más autos eléctricos que a vapor o gasolina, en una proporción de 10 a 1. Lo que pasó después merece un desarrollo aparte, para indagar a fondo por los intereses de las petroleras en todo éste asunto. Pero lo importante es saber que ahora, hoy, nos los presentan como la solución ideal, un auténtico aporte a la sostenibilidad ambiental por parte de los fabricantes de carros y una generosa concesión al mundo por parte de las petroleras. El carro eléctrico. Asunto tan importante no se ha dejado pasar en nuestro país por algunos líderes políticos: El 2 de diciembre de 2012, el ministro de Minas y Energía, Mauricio Cárdenas Santamaría, les sugirió a los alcaldes de Bogotá, Gustavo Petro y de Medellín, Anibal Gaviria, eliminar el pico y placa para los carros eléctricos, con el fin de estimular su uso. En el mismo sentido, la revista Dinero.com (2011-12-21), puntualizó que “Los vehículos movidos con tecnologías limpias no tendrán restricciones, también se estudia la posibilidad de eximirlos de algunos impuestos”. Es decir, para los fabricantes de autos y la gran prensa; para muchos políticos de todo el orbe e inclusive para algunos ecologistas distraídos, se interpreta que el problema ecológico medular radica, casi que exclusivamente, en el tipo de combustible que éstos utilizan. Por lo tanto, las políticas ambientalistas se dirigen a restringir el uso de combustibles fósiles y fomentar el uso de energías renovables. Y aquí aparece perfecto el auto eléctrico. Sus motores no usan gasolina, no usan diésel, no usan gas natural. Esta es la primera gran ficción. El embuste social perfecto. Ante el cual, lo primero que hay que decir es que, siendo cierta y benéfica la reducción de las emisiones de bióxido de carbono, los componentes contaminantes de un auto son muchos más que el sólo combustible fósil. Y sería necesario entonces hablar de las llantas, cuyo descomunal número no se reducirá para nada frente a las usadas por los vehículos actuales, y hablar además de los miles de componentes plásticos, de los problemas generados por los insumos físicos y químicos de las baterías, o de los cauchos de las empaquetaduras, etc., etc., además de reflexionar si los recursos eléctricos requeridos por esos millones de autos, así sean las llamadas energías renovables, no afectan la sustentabilidad planetaria a largo plazo. (hidroeléctricas, etanol, biodiesel, eólica, solar, etc.). Los fabricantes de autos apoyan ahora ésta alternativa, porque en el fondo su negocio crecerá, con la sola publicidad del cambio del tipo de energía motriz a utilizar. Así seguirán produciendo millones de autos de manera irracional. Embutiéndolos, con la sonrisa del buen negocio, en calles, edificios, parqueaderos, zonas verdes, grises y negras, en siempre insuficientes patios de chatarras.
Acá no termina el asunto. Hay otras ficciones, más sutiles, pero no menos importantes. El desarrollo de la industria automotriz enfatizando el auto particular, ha determinado no solo un estilo de vida, apropiado a la mezquindad del consumismo capitalista, sino que el diseño urbano, el trazado geométrico, de las ciudades está altamente marcado por el mismo. Los condominios, los edificios, los centros comerciales, los centros de diversión, los complejos educativos, el trazado de las ciudades, se piensan en función del automóvil. En Bogotá, por ejemplo, en zonas donde se permite construir edificios de seis pisos habitables, se suma un semisótano y un primer piso para los autos. Eso equivale a un 25% del área destinada a los carros. Y en los espacios de un centro comercial o de cualquier complejo de vivienda, comercio o diversión, el porcentaje de área dedicada a parqueaderos es muy alto. Quiero decir que son millones de metros cuadrados de concreto destinados para los autos en los parqueaderos privados y los públicos. Y a eso se deben sumar los treinta y dos millones de kilómetros de carreteras que, según la CIA, existen en todo el mundo en su informe World Fact Book. (eso quiere decir que, ¡manejando sin parar a 100 kilómetros por hora, se necesitarían treinta y seis años para recorrerlos!). Todo esto para que, como auténticos reyes de nuestra civilización, circulen, se guarden y se les haga mantenimiento a los mil cuatrocientos cincuenta millones de automóviles que se calcula existen ahora en nuestro planeta.
¿se imaginan cuántos son los costos de toda esa infraestructura?, ¿cuántos metros cúbicos de concreto y asfalto le botamos a la tierra, para taparla, para no dejarla respirar? ¿podemos calcular el valor diario del mantenimiento de la malla vial mundial? Además, ¿cuántas horas de vida se pierden en el mundo en trancones cada día? Y lo peor: la presión de la publicidad y de la industria para vender cada vez más carros no tiene límite, ni racionalidad alguna. Curiosamente el actual presidente de Ford, Bill, el biznieto de Henry Ford, el mismo que dividió las aguas de la historia para Huxley,” planteó que los problemas de transporte en un mundo que para 2050 llegará a tener 4.000 millones de vehículos, podrían ser problemas de derechos humanos, y precisó que es necesario replantearse el desarrollo del automóvil” (El Espectador, junio 28 de 2012, pág. 18). Esa presión, la entrada de más y más vehículos en circulación, hace que cualquier vía se vea obsoleta en cosa de pocos años y que los costos privados y sociales para construir y mantener la infraestructura vial sean inauditos. Algún día me llegó en una de las tantas cadenas de internet, una foto de un viaducto elevado en Japón, o China, no recuerdo bien, atravesando un edifico de vivienda. Venía acompañado de algún comentario anonadado por tan extrema capacidad tecnológica. A mi simplemente me pareció una estupidez humana, un símbolo nefasto de su idolatría por los autos, un sacrificio de vida al voraz Dios mecánico. El problema no es si los autos utilizan combustibles fósiles o energías renovables. El problema no es si las modernas llantas y los componentes de la cabina, los eléctricos y los mecánicos son o no son reciclables. El problema actual es la existencia misma del vehículo particular. Y ésta es otra ficción, tal vez la más importante de la sociedad de los consumistas ciegos. Nuestra felicidad es completa dentro de un carro particular. La independencia del individuo está protegida por su cubículo.
Podemos hacer un ejercicio fantasioso en el cual nos imaginamos las ciudades, los barrios, los edificios sin la presencia de carros particulares. Sobrarían millones de metros de concreto y asfalto. En los edificios se usarían más metros cuadrados para los seres humanos. Vías, parqueaderos, patios, vitrinas, serían inútiles casi por completo. Desaparecerían de raíz todos los procesos contaminantes generados por los carros. Y, atención que esto es lo más importante, para que la idea no se quede como una locura, o el efecto de algún alucinógeno: el desarrollo tecnológico permite pensar, no ahora en éste siglo 21, sino desde hace ya muchas décadas, que, además de necesario, es factible y completamente viable diseñar y poner en funcionamiento soluciones colectivas de transporte, tanto para personas como para carga, altamente confortables y eficientes. De hecho, ya están operando alternativas de transportes colectivos más rápidos, más eficientes, más confortables que los automóviles particulares de uso corriente, además de ser altamente respetuosos del medio ambiente. Es más, se pueden pensar soluciones prácticamente puerta a puerta de todos los circuitos de la vida cotidiana de los ciudadanos contemporáneos. Esto plantea una revolución que dividirá la historia humana en antes y después de la desaparición del automóvil. Pasar de la Civilización del automóvil a la Civilización del Hombre, como preámbulo para una quimérica Civilización de La Vida. Pasar de la satisfacción del individualismo prepotente y pretencioso a la del entendimiento y la eficiencia colectiva.
Ahora bien, son tan poderosos los intereses económicos, políticos y sociales de la industria y es tan profunda la interiorización idólatra del significado del automóvil en el modelo de vida del hombre actual, que éste modelo alternativo que expongo, parece una utopía mayor, adecuada para El Mundo Feliz del vidente Huxley. Además, la sola reflexión suena a herejía mayor. Pero no sólo los movimientos progresistas y los ambientalistas deberían incluir éste tema en su agenda, sino que es un deber para todo aquel que le preocupe el futuro de la humanidad y el de Gaia. Esa humanidad irracional que ahora mismo no existe como proyecto histórico, sino apenas como grandes tribus civilizadas que tienen automóviles, vías para automóviles, edificios para automóviles, tarjetas de crédito para comprar y mantener automóviles y armas, muchas armas para defender a los fabricantes de las ilusiones de la civilización del automóvil. Sus hombres viajan placenteros, creyendo ingenuamente que el confort y la clase de los autos en que se mueven, los llevan con seguridad a los paraísos terrenales ofertados por los vendedores de ficciones, los sumos sacerdotes del statu quo.
Luis Antonio Montenegro Peña
Julio 30 de 2018