“El tiempo y el espacio, la sucesión y la extensión,
no son sino relaciones casuales de ideas,
que la imaginación puede traspasar para
moverse libremente en el terreno de las existencias ideales”
OSCAR WILDE
DE PROFUNDIS
Carta a Alfred Douglas
La esencia religiosa del calendario hebreo es explícita. Su raíz, su cuerpo, su savia, su espíritu, están inspirados por la religión y al servicio de ella. Si los hindúes, en la búsqueda de su origen cósmico, se sumergieron hasta los confines del tiempo infinito, los judíos decidieron contar los pasos del hombre desde los días de Adán, en una exégesis aritmética de la palabra, que les permitiera precisar el Génesis de lo creado.
Para ellos, la base para la datación de la historia, es una cronología de los acontecimientos bíblicos desde la creación, calculada por el rabino Yose Ben Halafta alrededor del 160 Dc., y consignada en su libro Seder Olam Rabbah. No es de ninguna manera una observación astronómica, sino un ejercicio hermenéutico. El pentateuco como fuente de ciencia y conocimiento. De hecho, la astronomía hebrea nunca se caracterizó por la observación y el análisis matemático del comportamiento astral. Para ellos, el movimiento de las estrellas y los planetas es guiado por un Dios que designa sus itinerarios. Así mismo los fenómenos naturales climáticos, como los vientos, las tormentas, la luz, no son más que artilugios regentados por ese mismo Dios.
Con la reforma del rabí Samuel, se marcó como inicio de los tiempos para el calendar judío, el año de la invención del mundo, establecido el domingo 7 de octubre del año 3760 Ac (1). Este sería el primer día del primer mes, llamado Tishrei, del primer año. De allí que sus años se marcan “lebri’ at ha’ olam”, es decir, “desde la creación del mundo”. Si sumamos a este cómputo el actual año gregoriano, 2018, estaríamos en el 5779 desde el inicio del universo. Fecha demasiado distante de las consideraciones de los científicos, quienes calculan la edad del universo en unos 13.700 millones de años y la aparición de la vida alrededor de 3.500 millones de años. Pero estas son las licencias que la razón y la ciencia le conceden a la fe. Y las consecuencias de fijar, en la exégesis de lo revelado, los mojones angulares de la historia. Cándido oficio ante las lábiles arenas de la infinita clepsidra de los tiempos.
El hebreo es un calendario lunisolar, más parecido en su estructura al chino que al gregoriano, con el cual las celebraciones religiosas fundamentales nunca coinciden, en especial la de la pascua. En sus formulaciones, considera tres movimientos: la rotación de la tierra sobre su eje, que determina el día. La órbita de la luna alrededor de la tierra, que comprende el mes; y la traslación de la tierra alrededor del sol, que señala el paso anual. El día empieza en la tarde, con el ocaso, acorde con la sentencia bíblica:” Y llamó Dios a la luz Día, y a las tinieblas llamó Noche. Y fue la tarde y la mañana un día” (2), a diferencia del gregoriano, que inicia a la medianoche. Sus nombres están definidos por la posición ordinal, empezando por el domingo. Otro hito religioso, para recordar cada semana los días de la creación, que culminan en el séptimo día, el día del descanso o Sabbath, cumpliendo con la sentencia bíblica: “Y acabó Dios en el día séptimo la obra que hizo; y reposó el día séptimo de toda la obra que hizo” (3). Es así que este calendar, dispone toda la semana al servicio del sábado. La gran institución judía enraizada en el pentateuco. Reposo que incluía a los esclavos, guiados por un tajante apotegma moral: “no olvidéis que fuiste esclavo en Egipto”.
Los meses se establecieron de 29 y 30 días, intercalados. Así que los doce meses lunares suman 354 días. Es decir, 12 días menos que el ciclo solar. El problema de siempre, la infaltable epacta. El ineludible desfase. El eterno tiempo burlándose de los baremos humanos. Para el ajuste, se recurre al famoso mes embolístico, encajado en el ciclo metónico, que hemos citado en anteriores artículos en esta columna. En cuanto a los nombres de los meses, éstos provienen de los tiempos del cautiverio del pueblo judío en la antigua Babilonia, nominados por ello en arcaicos idiomas Acadio y Asirio. Sus cálculos iniciales sobre la duración de la órbita Selene, arrojaron un tiempo de 29 días,12 horas, 44 minutos y 3,33 segundos, es decir, un margen de error de apenas medio segundo.
Vale la pena anotar que hasta el año 359 Ac., el Sanedrín o tribunal judío, se encargaba de sincronizar los desfases de la contabilidad temporal de su calendario, por medio de un Concejo llamado Sod-ha-ibur, cuyo significado literal es, precisamente, “secreto de la intercalación del calendario”. En los primeros tiempos, la decisión de si un año era normal o bisiesto, se basaba en ciclos agrícolas o en las fases lunares. Para declarar que un nuevo mes había comenzado, se requería del testimonio de dos testigos confiables, quienes debían observar la salida de la luna y sus ciclos recurrentes. Una vez establecido como cierto que un nuevo mes empezaba, el Sanedrín enviaba mensajeros a las regiones alejadas a dar la noticia. Pero cuando el gobierno antisemita de Constancio II (337-361) inició las persecuciones, los mensajeros no pudieron cumplir sus tareas informativas. Para enfrentar el problema, el patriarca judío Hillel II, líder de la comunidad judía bajo el dominio romano, decidió crear el primer calendario escrito para distribuirlo entre el pueblo, de tal manera que tuviera la información a tiempo, sobre todo para la celebración unificada de sus festividades. Pero Hillel II no solo replanteó la forma de difundir el calendar, sino que perfeccionó los cálculos y métodos conocidos, estableciendo los mecanismos de embolismo del año, utilizados hasta el día de hoy.
En el siglo XII, el médico sefardí, por demás filósofo, teólogo y talmudista, Maimónides escribe su obra “Ma’ amar Haibur”, “sobre el calendario judío”, haciendo precisiones de acuerdo con sus cálculos, tanto sobre el año bisiesto o embolístico, el cual permite ajustar la epacta entre el año lunar y el solar, como sobre la fecha de la creación, fijándola en el 3761 Ac.
Hoy día, por medio de un sofisticado algoritmo se determinan las fechas para las celebraciones religiosas judías. Su pascua, sus cuatro años nuevos y su profunda ritualidad, son fijadas, ceñidas a la tradición y a los ciclos lunares.
Nos encontramos entonces con una forma de calendario nacida de la inspiración religiosa, de la exégesis, y de una profunda y muy fuerte tradición, de una comunidad que se proclama como el pueblo escogido por Dios. Un Dios cuya esencia también es judía, porque no puede ser universal ningún Dios que segregue y privilegie solo una parte de su creación. El cosmos, la mecánica sideral, la cosmología, solo son referencias lejanas de un tiempo medido con la escala de la palabra revelada por ese mismo dios.
Luis Antonio Montenegro Peña
Twitter: @gayanauta
(1). – en la modernidad, el año se establece como el 3761 Ac, por la inexistencia del año cero en el calendar juliano.
(2). – Génesis 1.5
(3). – Génesis 2.2