Ficciones. El Calendario Republicano

27 octubre 2018 12:00 pm
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“¡hurrah!, por fin ninguno es inocente”

Juan Gelman

Cólera Buey.

Poema: Himno de la victoria

 

 

Los pensamientos de los líderes de la revolución francesa del siglo XVIII, estaban iluminados por las luces de la ilustración. El reino de la razón propuesto por los enciclopedistas franceses tenía urgencia de acabar con la superstición y el oscurantismo medievales y con los absolutos privilegios de los opresores feudales. Todos ellos manifestaban un genuino odio al régimen feudal, al absolutismo político, al abuso y a la violencia sobre las personas, a la nefasta intolerancia religiosa y a la iglesia y al clero, depositarios del zumo de la ideología feudal, además de que la nobleza y el clero eran propietarios de las dos terceras partes de las riquezas agrarias, para más infamia, libres del pago de impuestos.

Demoler desde sus cimientos tan oprobioso régimen, borrar de la historia a la nobleza, al clero y a la iglesia, en nombre de la libertad del hombre, de la igualdad de todos ante la ley y de la fraternidad universal, era el motor poderoso que empujaba la gesta revolucionaria. Pero algo muy particular se planteó casi de forma simultánea con el propósito de la toma del poder político. Algo singular que ninguna otra revolución ha reivindicado en la historia: la revolución francesa del siglo XVIII se propuso derrotar el feudalismo, y al unísono, conscientes del tremendo significado social y político de la forma de contar el tiempo, determinó cambiar el calendario existente. Sabían que, cuando una sociedad asume un calendario, acepta una visión de la vida, una posición cósmica. Sin quererlo, desnudaban por completo el carácter convencional, arbitrario, del calendar humano. Pero, además, y esto resulta nuevo y contundente, despojaban de los vestuarios religiosos sacerdotales al calendario, exponiendo su ser político. Esta revolución nos enseñó que todo calendario asumido por una civilización, es un acto de poder político. La observación astronómica, la sabiduría científica del cosmos, la fijación de las fiestas y celebraciones, el espíritu religioso y el manejo de los sacerdotes y los sanedrines, todo, absolutamente todo ese andamiaje, funciona como referencia válida para el colectivo, desde el ejercicio de un poder político. Poder que se escondía tras ropajes religiosos y estos a su vez debajo de otros atavíos que lo dejaban ver como algo natural, propio de esa sociedad. Así los ritmos de trabajo y de ocio; las celebraciones de sus dioses y mitos; de sus gestas y héroes, parecen ser la piel innata de la comunidad. Mejor aún: el amigable hábitat con un fresco aire, en el que todos respiran bien.

Para Robespierre y los jacobinos resultaba claro que en el calendario gregoriano se mantenía, atávico, el espíritu del viejo régimen esclavista romano, que por los vericuetos de sus días deambulaban los dioses paganos y cristianos, que en su alma anidaba la ideología de una iglesia oscura, retrógrada y criminal, en cuyas cavernas no podría brillar la poderosa luz de la Razón. Había que derrocarlo, al igual que a la nobleza y al clero, y erigir otro donde se sintieran las alas de la libertad y los cielos abiertos de la ilustración. De tal manera que el nuevo calendario fue adoptado en la llamada Convención Nacional, controlada por los jacobinos, en octubre de 1793. Duró doce años, hasta que Napoleón se proclamó emperador, creando en su entorno una nueva nobleza. Para borrar la revolución, el emperador debía aniquilar también su concepción del tiempo. Además, retornar al calendario gregoriano era una forma de satisfacer al papado, a la poderosa iglesia católica, dejando al imperio en la atmósfera de su fe, de sus celebraciones, de sus fiestas y de su cosmovisión confesional. Sin embargo, después de la supresión napoleónica, se reimplantó en dos breves ocasiones, aupado por hechos políticos de gran trascendencia histórica: el derrocamiento de Napoleón y la efímera comuna de París de 1781. Este periplo del Calendario Republicano enfatiza la inmanencia del calendar con el poder político.

El diseño del calendario fue obra del matemático Gilbert Romme, ayudado por los astrónomos Joseph Jerôme de Lalande, Jean-Baptiste Joseph Delambre y Pierre-Simon Laplace. Sin embargo, como otra de tantas incoherencias de la historia, aparte de su afán por usar baremos decimales y abolir toda referencia religiosa, la ilustrada revolución no hizo nada más que copiar otros viejos almanaques, con sus inexactitudes y sus relatividades. Así que establecieron un año de 12 meses, de 30 días cada uno, empezando el 22 de septiembre en el equinoccio de otoño del hemisferio norte, regresando con ello a las prácticas de los arcaicos calendarios del Oriente Medio y al antiguo romano, cuando los sacerdotes tenían el poder para fijar las variables y ajustes de un calendar que no coincidía con el devenir real de las estaciones. Los 5 días faltantes para completar los 365 del año, (6 el bisiesto) se compensaban con unas fiestas de fin de año, las francíadas, rememorando las inmortales olimpíadas griegas. Por otro lado, en vez de las 4 semanas, el hebdomadario clásico de los grandes calendarios, entre ellos el gregoriano, se optó por un mes de tres décadas. Cambio que bien pronto fue derrotado por los propios trabajadores, quienes cada mes perdían un fin de semana de descanso. Extremando el sistema decimal, se plantearon días de diez horas, éstas de 100 minutos, a su vez compuestos por 100 segundos. Al implantar este baremo, confesaban que toda medición humana del tiempo, no es más que un arbitrario ejercicio de convenciones, aceptadas en colectivo desde un poder político, con la formalidad del consenso, o por la imposición autoritaria.

Si para los hindúes la historia parte del florecimiento del loto Brahmánico, y para los hebreos desde el exacto día de la creación del mundo en la versión del Génesis; si para los cristianos arranca con el nacimiento de Jesucristo y para los islamistas con el arranque de la Hégira, para la Revolución Jacobina, es el 22 de septiembre de 1792 la fecha declarada como el inicio del año 1 de la revolución. El principio de la nueva era, del reinado de la razón. Era que comienza un año antes de la proclamación del calendario republicano, otra incongruencia humana en estas difíciles materias de medir el tiempo.

Para nominar los meses y los días, la Convención no acude a un sacerdote, ni a un astrónomo. Llama a un poeta de mediano talento, amigo de Danton, llamado Fabre d’Églantine. Este bautiza los meses con neologismos derivados del francés, latín y griego, referidos a los fenómenos climáticos y agrícolas de las estaciones. Los días de la década se nombran de forma sencilla, con su ordinal (1). La vida de Fabre d’Églantine no escapa de la ironía con la que dioses inexistentes urden invisibles fatalidades de la historia: el poeta que en la Convención Nacional había votado por la muerte de Luis XVI y exigido que las cabezas de los girondinos rodaran, tasajeadas por la guillotina, cae en desgracia un año después de su participación en la elaboración del Calendario de la Nueva Era, cuando le descubren un torcido por falsificar un decreto sobre la liquidación de La Compañía de Indias, y es condenado a muerte. El 5 de abril de 1794, bajo el gobierno de Robespierre, su cabeza es rebanada en la afilada y democrática guillotina francesa. Guillotina que meses más tarde haría su trabajo con la testa del mismo Robespierre y su asesor íntimo, Louis de Saint Just, el famoso Arcángel del Terror.

El Republicano es un calendario fugaz en la historia de la ficción humana por medir el tiempo. Pese a lo efímero del ensayo, y ¡qué no lo es en el universo de lo perecedero!, desnudó como ningún otro el carácter arbitrario de toda convención humana dirigida a mesurar la abstracción absoluta de lo que no tiene bordes y fluye inasible como un río mágico en perpetuo movimiento. Además, dejó al descubierto, por fin, que todo calendario, al proponer una forma de vida y de cosmovisión, es asumido por una sociedad, tras la acción de un poder político que lo vuelve colectivo por consenso o por imposición autoritaria.

El breve paso del calendario gregoriano al republicano, fue mucho más que el camino de las torturas y las hogueras de la inquisición a los ríos de sangre de la guillotina. Se trató de la enorme transición del régimen de la servidumbre feudal a la democracia burguesa moderna. Aunque, como una monumental paradoja, el viejo calendario nacido del esclavismo romano, inspirado en los dioses y ritos paganos y cristianos, con alma católica y raíces en esa sumisión feudal, siga vigente y universal en un mundo cada vez más laico, más incrédulo, impulsado por afanes liberales y visiones prácticas del ejercicio de la cotidianidad, alejadas de la homilía confesional católica. Entonces, debo repetirme: El tiempo, como un guasón eterno, se burla una vez más de las arbitrarias convenciones humanas que han tratado, inútilmente, de encajarlo en las páginas de algún lindo almanaque. Diríamos simplemente que ni la razón, ni la política, alcanzan para medir lo eterno.

 

Los días de las décadas se llaman sencillamente: primidi, duodi, tridi, quartidi, quintidi, sextidi, septidi, octidi, nonidi, décadi.

Los nombres de los meses:

OTOÑO (terminación -ario, -aire):

Vendimiario (Vendémiaire) (del latín vindemia, 'vendimia'), a partir del 22, 23 o 24 de septiembre.

Brumario (Brumaire) (del francés brume, 'bruma'), a partir del 22, 23 o 24 de octubre.

Frimario (Frimaire) (del francés frimas, 'escarcha'), a partir del 21, 22 o 23 de noviembre.

INVIERNO (terminación -oso, -ôse):

Nivoso (Nivôse) (del latín nivosus, 'nevado'), a partir del 21, 22 o 23 de diciembre.

Pluvioso (Pluviôse) (del latín pluviosus, 'lluvioso'), a partir del 20, 21 o 22 de enero.

Ventoso (Ventôse) (del latín ventosus, 'ventoso'), a partir del 19, 20 o 21 de febrero.

PRIMAVERA (terminación -al):

Germinal (del latín germen, 'semilla'), a partir del 20 o 21 de marzo.

Floreal (Floréal) (del latín flos, 'flor'), a partir del 20 o 21 de abril.

Pradial (Prairial) (del francés prairie, 'pradera'), a partir del 20 o 21 de mayo.

VERANO (terminación -idor):

Mesidor (Messidor) (del latín messis, 'cosecha'), a partir del 19 o 20 de junio.

Termidor (Thermidor) (del griego thermos, 'calor'), a partir del 19 o 20 de julio.

Fructidor (del latín fructus, 'fruta'), a partir del 18 o 19 de agosto.

 

 

 

 

Luis Antonio Montenegro Peña

Periodista- Escritor

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