A Judith Sarmiento., quien convocó los fantasmas de estos calendares.
“En cada amanecer yo miro el sol, astro rey,
astro rey, en todo su esplendor.
El cóndor majestuoso en libertad, en libertad,
al volar
las tardes se despiertan en su honor, al volar,
al volar”
LETRA DE LA CANCIÓN “EL CÓNDOR PASA”
VERSIÓN LIBRE
En quechua la palabra Tawantinsuyu, se refiere a las cuatro regiones del imperio Inca, el mayor de cuantos existieron en la América Precolombina. La floreciente civilización incaica fundada entre las alturas andinas. Las tierras del espléndido cóndor, ave que, al desplegar sus poderosas alas para planear majestuoso sobre las altas montañas, evoca todos los sueños y todas las alegorías sobre la libertad. El Inca era el gran soberano, emparentado con el dios Inti, el sol omnipotente. El último emperador fue Atahualpa Cápac. Como una de tantas ironías de la historia, su nombre en quechua (Ataw wallpa) significa “El ave de la fortuna”. Pero su fortuna fue inferior a su ingenuidad y cayó en una trampa urdida por el criador de cerdos español, Francisco Pizarro, a quien la Corona, en agradecimiento a los buenos servicios prestados, lo convirtió en Gobernador de Castilla y Marqués de los Atavillos. Fue capturado, tras la matanza de cientos de sus súbditos desarmados. Algunos meses más tarde, Pizarro ordenó su ejecución, rompiéndole el cuello. Por cualquier lugar que se lea la historia de la conquista, se encuentran rastros de la ignominia.
El imperio Inca era el imperio del Sol. Esta sentencia sideral le confiere un sentido cósmico.
Es impresionante encontrar en todas las culturas antiguas una fascinación del hombre por observar el firmamento y por entender sus relaciones con los dos astros tutelares: la luna y el sol, además del embeleso nocturno por los alumbradores cuerpos celestes, que lo ha llevado siempre a la iniciación de las astronomías. Desde sus atalayas ha tratado de fijar los baremos para medir los avatares de su propio devenir: Los calendarios. Cuando no, las divagaciones por una esotérica astrología que le permita vislumbrar el futuro. Una forma de vencer su miedo al incierto porvenir. En los Incas, al igual que en otras culturas antiguas, griega, hindú, hebrea, etc., el saber astronómico está ligado en profundidad con las actividades agrícolas y los ceremoniales religiosos. Así que la observación astral se usaba para la correcta aplicación del calendario agrícola y festivo. El Inca conocía y controlaba el paso de las posiciones solares, las cuales marcan el inicio de cada estación, repitiéndose al cabo de un año. Conocer el periplo del divino Inti, era una herramienta de poder religioso y político sobre sus súbditos.
Todo hombre que mira al cielo con cierto detenimiento, cuando menos presiente su ser cósmico. Todo hombre que descubre su ser cósmico, siente desplegar de su espíritu alas mágicas que lo impulsan a volar. Me imagino al Inca desde la mayestática altura de la montaña cuzcana, auscultando la ilímite profundidad del cielo, estableciendo su parentesco real con el cáliz de la luna y con la corona del sol todopoderoso. El Inca emperador desplegando las alas del Cóndor astral, sintiéndose un ente cósmico, estableciendo una astronomía primaria para darle una medida del tiempo a su reino y a todos sus vasallos.
Los instrumentos alcanzados eran elementales. Un gnomon, esa varita básica tan útil en los comienzos astronómicos del hombre. La misma con la que el griego Eratóstenes de Cirene se atrevió, en un acto de aguda inteligencia, a medir con buena aproximación, el diámetro de la tierra. En quechua se llamaban sucancas o sybas. El Inca Pachacútec Yupanqui, con fértil imaginación, los distribuyó en las alturas del cuzco, formando un reloj llamado pachaunanchac. Se desconocen con certeza sus dimensiones, ubicación y las cantidades utilizadas. Por otro lado, la arqueología no ha encontrado ningún vestigio de ellas. Lo cierto es que con su lectura se determinaba la posición del sol y, con ella, las fechas de los equinoccios y los solsticios. Aunado a un elemento importante, desconocido en las latitudes españolas: el cénit. Cuando el sol pasa por el cénit, no produce sombra. Su altura está a 90 grados sobre el horizonte. En algún momento del año el sol está en la vertical. En la latitud del Cuzco, ocurría el 12 y 13 de febrero, y el 29 y 30 de octubre. En lugares ubicados en la latitud cero grados, es decir, sobre la línea ecuatorial, el cénit coincide con la fecha de los equinoccios. Esto sucede en Quito, que era parte del imperio Inca. El emperador tenía personas encargadas de la lectura de la datación de los relojes. Al conocer las fechas del ciclo sidéreo, el Inca determinaba los tiempos de siembra y de cosecha y los días para las celebraciones festivas y rituales. Entonces notificaba al pueblo las actividades a ejecutar, con lo cual ejercía un poder real e inmediato sobre la cotidianidad y la organización de la producción. Valga en este momento una cita del cronista Pedro Sarmiento de Gamboa, para ilustrar el uso del reloj de sol:
«Y para que el tiempo del sembrar y del coger se supiese precisamente y nunca se perdiese, hizo poner en un monte alto al levante del Cuzco cuatro palos, apartados el uno del otro como dos varas de medir, y en las cabezas de ellos unos agujeros por donde entrase el sol a manera de reloj o astrolabio. Y considerando a donde hería el sol por aquellos agujeros al tiempo del barbechar y sembrar, hizo sus señales en el suelo, y puso otros palos en la parte que corresponde al poniente del Cuzco para el tiempo de coger las mieses. Y como tuvo certificados estos palos precisamente, puso para perpetuidad en su lugar unas columnas de piedra de la medida y agujeros de los palos, y a la redonda mando enlosar el suelo, y en las losas hizo hacer ciertas rayas niveladas conforme a las mudanzas del sol, que entraba por los agujeros de las columnas de manera que todo era un artificio de reloj anual, por donde se gobernaban para el sembrar y coger. Y diputó personas que tuviesen cuenta con estos relojes y notificasen al pueblo los tiempos y sus diferencias, que aquellos relojes señalasen.» (Sarmiento de Gamboa 2007 [1572]: cap. XXX).
Estos ingeniosos relojes fueron ubicados en varios sitios del imperio. El piso de los mismos estaba enlosado y marcado, para facilitar las lecturas. Para su desgracia y la de los historiadores, esos relojes estaban en las wacas (huacas), centros religiosos, de adoración y de ofrenda. Fueron saqueados por los españoles, en su búsqueda insaciable de joyas y tesoros; y destruidos por la cristiandad invasora, por ser considerados altares paganos.
Pachacútec Yupanqui en su proceso de reorganización del estado incaico, instauró un calendario oficial solar con sus correspondientes celebraciones para todo el imperio. El mismo era un ejercicio de su poder religioso y político, pues establecía su control sobre la organización del Estado, desde el dominio de la cotidianidad vital a lo largo y ancho del imperio. El año solar, llamado Guata, lo distribuyó en doce meses de 30 días cada uno. No hay un acuerdo si esos meses eran definidos por el ciclo lunar (período sinódico de la luna), llamado quilla. Lo cierto es que, y esto es algo extraordinario, sus mediciones y sus desajustes, son iguales a los experimentados por otras civilizaciones en lejanas latitudes y en otros tiempos de la historia del homo sapiens. Los doce meses de 30 días suman un año de 360 días, desfasado por tanto del año solar 5,25 días por año. Al igual que los hebreos con el sanedrín, o los romanos con el Colegio de los Pontífices, y lo practicado por otras civilizaciones para lograr sincronizar el arbitrario tiempo de sus calendarios, con el fluir del tiempo real, los incas delegaban en los “lectores” de los relojes solares, las tareas de pregonar las alertas para acomodar esos días faltantes y hacer coincidir el calendar imperial con los indomables ciclos naturales. Parece que esos días, mencionados en anteriores artículos de la serie como tiempo embolístico, se añadían al último mes.
Con la muerte del Inca Atahualpa no cayó por completo el imperio. Un grupo de guerreros organizó la resistencia contra la invasión española, su sed criminal de riquezas y su violenta catequización. Expulsaron a los invasores de la región de Vilcabamba, y bajo el sucesivo liderazgo de cuatro Incas que pasaron a la historia precisamente como los Incas de Vilcabamba, lucharon por quince años, entre 1537 y 1572, por la restauración del Tawuantinsuyo, el antiguo imperio incaico. El último de ellos fue Túpac Amarú I. Finalmente el ejército usurpador al mando del capitán Pedro Sarmiento de Gamboa, derrotó con su artillería a los flecheros de la resistencia. Túpac Amarú fue apresado. Los españoles también capturaron los restos momificados de Manco Capác y de Titu Cusi Yupanqui, otros dos Incas de Vilcabamba, además de una estatua de oro de Punchao, la sagrada efigie del sol, la más preciada reliquia inca que contenía los restos mortales de los corazones de los emperadores. Los bárbaros invasores destruyeron todas esas reliquias sacras. A Túpac trataron de incorporarlo a la civilización cristiana, ofreciéndole la conversión al dios de la Cruz. Pero él, orgulloso de su raza, de sus creencias y de su imperio, rechazó toda posibilidad de cooptación. Entonces fue sentenciado a muerte. En la plaza central de Cuzco, frente a la catedral, se erigió un patíbulo donde el Inca rebelde fue decapitado. La cabeza de la Serpiente Resplandeciente (1) fue tasajeada, mientras el Cóndor de los Andes trasegaba las aéreas corrientes del tiempo. Con su muerte, los usurpadores arrancaron todas las hojas del calendario Incaico. Pero abrieron las puertas del chronos, inmortal e infinito, a los pueblos y a los hombres cuyos imprecisos baremos no alcanzan para medir la exactitud de los tiempos, pero sí las alturas de los espíritus que despliegan las poderosas alas de la libertad.
(1).- En quechua, tupaq amaru significa “serpiente resplandeciente”.
LUIS ANTONIO MONTENEGRO PEÑA
PERIODISTA-ESCRITOR
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