Ficciones. Los calendarios muiscas. (II)

13 enero 2019 3:03 am

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Los muiscas eran dedicados agricultores y habían aprendido a aprovechar los cultivos en varios pisos térmicos, por lo que gozaban de abundantes y variados frutos de la madre tierra. El maíz, el fríjol, la papa, la quinua, la batata, la yuca, el ají, la coca, el algodón, la ahuyama, la arracacha, el fique, y el hayo colorado, eran parte de su rica dieta. Del maíz, producto básico y de múltiple presencia, procesaban la chicha, bebida fermentada, típica de los nativos, cuya tradición se ha conservado hasta el presente, pese a las campañas de desprestigio adelantadas por las modernas industrias cerveceras, ayudadas por los gobiernos que se han sucedido desde la propia conquista. Desconocedores del hierro, usaban arados de piedra y madera. Como pacientes agricultores y observadores del firmamento, desarrollaron un calendario que determinaba los meses de acuerdo con los ciclos lunares. Un estupendo y complejo calendario que trataremos un poco más adelante.

Para los españoles fue inexplicable ver que los nativos se bañaban varias veces al día. No entendieron que el agua era sagrada para ellos. La mítica Bachué, madre procreadora de los hombres, surgió de la laguna de Iguaque. Después de poblar el mundo, regresa a la laguna acompañada de su esposo y de algunos descendientes, los exhorta a vivir en paz y armonía, a respetar las leyes establecidas y el culto a los dioses. Finalmente, se transforman en serpientes y regresan al agua, al fondo de la mítica laguna. Después del parto, madre e hijo neonato se purificaban con agua; la llegada de la menstruación, la iniciación masculina, la divina investidura sacerdotal, la coronación del zipa, todos estos ritos se celebraban con gozosas abluciones. Así mismo, para ellos resultaba natural verter sus ofrendas a los dioses y a la naturaleza, sobre lagunas y ríos.

También eran notables hilanderos. Talento de origen divino, pues en su narración del mito del Dios Caminante Bochica, éste maestro les enseña a hilar el algodón y a tejer las mantas y ruanas con las que se vestían. Tejidos que usaban también como medio de trueque en sus intercambios comerciales, al igual que la sal, la coca y las esmeraldas. Debo agregar ahora que, además, eran eximios orfebres. Trabajaban con artística delicadeza el oro, el cobre y la plata. Desarrollaron la técnica de la tumbaga, la cual consistía en fabricar piezas en una aleación de cobre y oro, lavarla luego con un extracto vegetal para oxidarla al fuego y pulirla al final, dándole un acabado de oro fino. Con técnicas como el laminado por martilleo, la filigrana y la fundición a la cera perdida, la orfebrería muisca desarrolló piezas únicas que le otorgan un sello especial a esta cultura precolombina. Tunjos, pectorales, colgantes y narigueras dejaron para la historia el testimonio de una exquisitez artesanal que trascendió su intencionalidad religiosa, mística y mítica. Si para los años de la invasión española a la Confederación Muisca, Leonardo Da Vinci recién había pintado su Gioconda, dejándola como una obra que trascendería los tiempos del hombre, los artesanos Muiscas ya habían elaborado su Balsa ceremonial, fundida a la cera perdida y con la técnica de la tumbaga, legando a la historia una bellísima pieza que expresaría la sensibilidad artística y la ritualidad cósmica del mal llamado nuevo mundo. En su espíritu flotan la laguna sagrada de Guatavita, la ceremonia de la investidura del cacicazgo bañado en polvo áureo, el valor purificador y trascendente del agua y el sentido ritual del oro. La ceremonia de El Dorado elevándose sobre los tiempos. Una pequeña y espléndida Balsa sobreaguando por siempre la borrascosa invasión europea.

Cuando arribaron las ambiciosas huestes de Jiménez de Quesada, vieron campanillas de oro colgando de los árboles, pectorales, narigueras y ornamentos en oro, cobre, plata y esmeraldas. Los güechas, sus guerreros, portaban cascos de oro. Los hombres de la familia del Zipa adornaban su frente con medias lunas de oro y plata y circuían sus brazos con brazaletes de oro y esmeraldas, mientras que los nobles se ornaban con orejeras y narigueras de oro. Los invasores supieron, además, de la leyenda de la laguna de Guatavita, la cual imaginaron repleta de oro y joyas. Demasiados acicates para la desmedida codicia que los impulsaba. La Leyenda de El Dorado se forjó casi sola, para desgracia de los nativos. Apropiarse de todas las riquezas vistas e imaginadas instigó una desmesurada avidez. Para ello, asesinaron sin medida y arrasaron sin titubear los obstáculos que se les presentaron.

Señalar los lugares sagrados de los muiscas, nos permite asomarnos a las ventanas de su espiritualidad. Sacros eran los caminos y senderos trasegados por el Dios-maestro caminante Bochica, así como Suamox, La morada del Sol, el lugar elegido por este Dios para dejar su legado a los sumos sacerdotes y desaparecer, difuminado en el misterioso cosmos de donde había venido. Su panteísmo los llevó a estimar ciertos bosques como inviolables, por lo que no se podía tocar ni una rama en ellos, pues estaban consagrados a los dioses. A su vez, algunas plantas y árboles tenían un valor espiritual, divino, para ellos. Tal es el caso del Tyhyquy, hoy conocido como borrachero, del cual se extrae un poderoso alcaloide cuyo consumo produce delirios, psicosis, estupor y aún la muerte, pero que ellos sabían usar para conectarse con sus ancestros y los espíritus de la creación. Sacros también eran el tabaco, el nogal, el arrayán y el guayacán. Este último tenía un fuerte sentido cosmológico, pues decían que algunos troncos gigantes de ellos sostenían el mundo, hasta que Bochica encargó de esa tarea a Chibchacum, el dios de los labradores y los orfebres, quien ofendido con la maldad humana había provocado un diluvio sobre el territorio muisca, ante lo cual el buen Bochica, surfeando sobre un arco iris, golpeó con su mágica vara dorada un borde de la sabana inundada, rompiéndola para abrirle camino a las aguas, creando el Salto del Tequendama. Como castigo, Chibchacum sostiene sobre un hombro la tierra, al estilo del titán griego Atlas. Cada vez que se cansa, la cambia al otro hombro, produciendo los terremotos. De otro lado, estaba la presencia, sagrada por excelencia, del agua. En su líquido vientre se había generado la raza humana. Todas las lagunas eran veneradas, aunque algunas tenían un sentido más especial. Al año se celebraba en una o dos ocasiones el ritual llamado por los españoles “Correr la tierra”, en el cual los nativos, sobre todo los jóvenes, recorrían los territorios que conectaban cinco lagunas sagradas. Dependiendo de su ubicación, algunos iniciaban el ritual desde Ubaque y otros desde Guatavita. Una vez se tenía noticia de que todas las gentes habían corrido la tierra, se reunían en ésta última laguna los caciques, capitanes y nobles, con los demás caminantes, y celebraban tres días de danzas y mucha chicha, de cantos y música de gaitas, fotutos y sonajas, en medio de fogatas y sahumerios de moque y trementina. Luego, los principales se adentraban al centro de la laguna en balsas muy ornadas, para verter sus ofrendas de oro y tunjos chamánicos, culminando con ellos el alborozado ceremonial.

Los templos muiscas eran de tres clases. Por si mismos nos definen su conexión cósmica y espiritual. Uno era el Tchunsua, una casa ceremonial solar. Otro, el Qusmhuy, una casa ceremonial lunar y el último, la Cuca, el espacio donde se formaban durante doce años los Chyquy, sus ministros sacerdotes, siendo el más importante el Chyquy de Suamox, por ser el heredero de las enseñanzas de Bochica. Valga decir que el sacerdocio era solo para hombres, practicaban una castidad absoluta, vivían recluidos en los templos. Llevaban una vida frugal y con poco tiempo para dormir. El mambeo les ayudaba a mantenerse en vigilia. Al parecer, las hojas del hayo, que mascaban a diario, calmaban su hambre y los predisponía para una trascendente tranquilidad.

El mayor templo muisca era el de Suamox. La morada del sol. Había sido escogido por Bochica como sede de los sumos sacerdotes. Era suntuoso y albergaba las riquezas de generosas ofrendas. Era una construcción circular, soportada en tres filas de columnas de gigantescos guayacanes traídos de los lejanos llanos del Casanare. Estos árboles sostenían el mundo hasta el día en que Bochica delegó, como castigo, esa tarea en los hombros de Chibchacum. El templo representaría el cosmos, las columnas su soporte y el techo la cúpula del universo. No tenía ventanas, por lo que era oscuro, y su acceso se hacía por cuatro pequeñas aberturas, orientadas a los puntos cardinales, por las que entraban a gatas. Por ellas se filtraba el sol, marcando su paso sidéreo. Suamox no solo servía como sede para los sumos sacerdotes, sino que sus restos mortales se guardaban allí, estableciendo una conexión cósmica en la muerte.

Tan pronto Jiménez de Quesada supo del Templo del Sol, ansioso se aproximó allí en los primeros días de septiembre de 1537, dC. Luego de someter al Cacique de Iraca, llamado Sugamuxi y tener bajo control militar al poblado, decidió esperar al día siguiente, pues había terminado su faena ya muy tarde. Pero avanzada la noche, los soldados invasores Miguel Sánchez y Juan Rodríguez Parra, desesperados por tener tan impresionantes riquezas, entraron al templo alumbrados por teas. Descuidados en su afán de robar las ofrendas, el oro y las joyas, incendiaron el lugar. Era el 4 de septiembre de 1537. En el lugar murió incinerado un silencioso anciano sacerdote. Se quemaron los cuerpos momificados de ilustres antepasados que reposaban en literas de maderas finas. Además de las delicadas ofrendas en oro, plata, cobre y esmeraldas que esperaban el beneplácito de los dioses. El cronista, sacerdote y militar de las huestes invasoras, Juan de Castellanos, anota un hecho macondiano: el fuego duró cinco años, incesante, sin ser derrotado por los inviernos. Un templo vigoroso que se consumía sin cesar día tras día, mes tras mes, enviando sus señales de humo al firmamento de los dioses violentados. Mientras los cuerpos de los sacerdotes se reintegraban al universo, el incendio sin fin revelaba la locura de la codicia europea, dispuesta a la destrucción y el arrasamiento. Ignorando de tajo que se trataba de de una cultura rica, multifacética, demasiado avanzada en su conexión con la naturaleza y el universo.

El idioma de los muiscas era el muysc cubun, de la familia lingüística chibcha, la misma de los Tayrona, los Uwa, los motilones-barí y los Kogui, con quienes tenían fuertes lazos culturales y económicos. Como la fonética de la “y” del nombre muysca no existía en el castellano, la pronunciación la confundieron con la de los conocidos insectos. Algún cronista europeo acotó que se debía a que eran muchos. La historia aclaró que el equívoco nombre se lo dieron porque los conquistadores los cazaban como a moscas.

El exterminio de la población, la destrucción de los templos y lugares sagrados, el expolio de sus riquezas y su arte; la satanización de su religión y la sustitución de sus calendarios, fueron coronados con la bárbara orden impartida en la Cédula Real de Carlos III (1), emitida el 10 de mayo de 1770, en la cual se exigía el destierro y la extinción de los idiomas nativos. El adoctrinamiento se haría solo en castellano. A los indios se les obligaría a leer y escribir únicamente en el idioma de los invasores. La estocada final para la cultura nativa. Amén.

CONTINUARÁ

 

Luis Antonio Montenegro Peña

Periodista- escritor

Email: [email protected]

Twitter: @gayanauta

 

(1). – Cédula de Carlos III mediante la cual prohíbe el uso de las lenguas indígenas americanas

10 de Mayo de 1770

EL REY

«Por quanto el Muy reverendo Arzobispo de México me ha representado, en Carta de veinte y cinco de Junio del año próximo pasado, que desde que en los vastos Dominios de la América se propago la Fe Catholica, todo mi desvelo, y el de los señores reyes, mis gloriosos predecesores, y de mi Consejo de las Indias, ha sido publicar Leyes, y dirigir Reales Cedulas a los Virreyes, y Prelados diocesanos, a fin de que se instruya a los indios en los Dogmas de nuestra Religión en Castellano, y se les enseñe a leer, y escribir en este Idioma, que se debe estender, y hacer único, y universal en los mismos Dominios, por ser el propio de los Monarcas, y conquistadores… …

… que cada uno en la parte que respectivamente le tocare, guarden, cumplan y executen, y hagan guardar, cumplir, y executar puntual, y efectivamente la enunciada mi real resolución, disponiendo, que desde luego se pongan en practica, y observen los medios, que van expresados, y ha propuesto el mencionado muy reverendo Arzobispo de México, para que de una vez se llegue a conseguir el que se extingan los diferentes idiomas, de que se usa en los mismos dominios, y solo se hable el Castellano como esta mandado por repetidas Leyes Reales Cedulas, y ordenes expedidas en el asunto, estando advertidos de que en los parages en que se hallen inconvenientes en su practica deberán representármelo con justificación, a fin de que en su inteligencia, resuelva lo que fuere de mi Real agrado, por ser assi mi voluntad. Fecha en Aranjuez a diez de Mayo de mil setecientos setenta

YO EL REY

Dup.do para que en los Reynos de las Indias, Islas adjacentes, y de Philipinas, se pongan en practica, y observen los medios que se refieren, y ha propuesto el Arzobispo de Mexico, a fin de conseguir que se destierren los diferentes Idiomas que se usa en aquellos Dominios, y solo se hable el Castellano».

 

 

 

 

 

 

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