Ficciones. Los calendarios muiscas. (III)

26 enero 2019 3:49 am

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A Uasin Pcua Cubon, apreciado abuelo Muisca, in memoriam.

 

Las casas ceremoniales de Chía, la diosa luna y de Xue, el dios sol, además del templo sacro de Suamox, no eran los únicos lugares de conexión cósmica de los muiscas. Desde los conocidos “Cojines del Zaque”, ubicados en el alto de San Lázaro, al occidente de Tunja, el Zaque y los sacerdotes contemplaban el despertar del padre sol y seguían su levantamiento diario desde el imperdible oriente. En el sitio, actualmente, se ha fijado una placa en piedra, una de cuyas frases dice: “Lugar de observatorio de la salida y recorrido del sol en el horizonte, proporcionando las cuadraturas del ZOCAM (año solar) donde se evidencia (sic) los equinoccios y los solsticios que en el calendario natural definen los ciclos de siembra y cosecha de la madre tierra- HYCHA GUAIA”. Aparte de los anteriores, existe otro lugar, un emplazamiento con un uso de puro sentido astronómico. Se trata del observatorio de Zanquen Zipa, hoy parque arqueológico de Monquira, también conocido como El Infiernito. Hogaño, quedan en pie unas 30 columnas de piedra de forma fálica, y dos hileras de pilares gnómicos, alineados de oriente a occidente. Se calcula que fueron hincados en esa plaza entre el 700 y el 800 aC. El gnomon elemental usado por los muiscas, como lo hacían los Incas y tantas otras culturas primigenias, para estudiar el movimiento anual del sol. En los equinoccios, en marzo y septiembre, el sol proyecta la sombra perpendicular de las columnetas. Mientras que, en los solsticios, en junio y diciembre, la sombra trazada se va alineando en el mismo sentido oriente- occidente de las hileras. En los cénits, el sol vertical no proyecta sombra alguna. Este trabajo astronómico les permitía calcular, desde lo más sencillo, un calendario que les suministraba información valedera para aplicarla a los ciclos de sus labores agrícolas. En esta localidad no solo se emplazaba un mirador solar, sino que también se celebraban ceremoniales sagrados. Incluyendo rituales del viaje al más allá, como lo demuestra una urna funeraria dolménica hallada apenas en 2006, al oriente de las hileras gnómicas. La importancia cósmica y sacra del sitio es evidente. Al fin de cuentas, en esa zona los sacerdotes establecían un contacto astral con el Dios Xue. Y se conectaban con el todo sideral, para proclamarse parte de ese universo panteísta que ellos adoraban.

 

A pesar del uso de tan elementales instrumentos astronómicos, los muiscas desarrollaron unas formas de calendar de inesperada complejidad. No obstante que, al momento de la llegada española, los muiscas no tenían aún un sistema de escritura, aunque algunos historiadores afirmen que han encontrado rasgos de un códice inicial, base de una incipiente forma de escritura, al que llaman el “Códice de Belén”, por basarse en un estudio de fragmentos pictóricos sobre textiles, encontrados en el pueblo boyacense de Belén.- Y la falta de una lengua escrita es una gran barrera para el registro de la historia y la cotidianidad de una cultura-. Y pese a la rápida y profunda destrucción de su cultura, templos, y todo tipo de artefactos, por parte de los invasores españoles; pese al exterminio de sus sacerdotes, zipas y zaques, es decir, al genocidio de los guardianes de sus conocimientos y a la prohibición de su lengua, de su religión y de su ritualidad; pese a tanta adversidad, con los pocos vestigios encontrados, con las crónicas escritas por los mismos españoles, especialmente por la clerecía ilustrada, además de las crónicas basadas en las historias narradas por algunos nativos sobrevivientes, se han logrado reconstruir e interpretar, así sea de manera aproximada, esas sofisticadas formas de medir el tiempo, salvando para el futuro los diseños de un admirable baremar del siempre misterioso cronos.

Es tan compleja y rica la visión del calendario muisca, que un minero devenido en historiador, Vicente Restrepo, en 1892, incrédulo, se atrevió a afirmar que toda esa teoría no era más que un invento del clérigo políglota y científico José Domingo Duquesne. Con soberbio racismo escribió: “¿qué podrían enseñarle los indios iletrados de Turmequé, Lenguazaque y Gachancipá, sobre las arduas materias que fueron objeto de sus estudios y que rozan con la etimología, la astronomía y la teogonía?”. Valga decir que ese racismo cerrero perdura en nuestros días y es expuesto al público sin ambages por algunos dirigentes y otros personajes de rancia ralea, cuyo odio por su propia genealogía no termina. El uróboros demoníaco que devora su propia cola.

Para los muiscas, el día se corresponde con la rotación lunar. Al igual que en todas las culturas antiguas. La presencia embrujadora de la luna, determinando el ciclo circadiano del hombre bajo su influjo. Ese día lo dividían en cuatro lapsos matutinos y cuatro nocturnos, de los cuales solo nombraremos el mediodía: Sua Quychyquysa y la medianoche: Zachina.

La semana, en cambio es muy diferente a la de cualquier otro calendario. En una versión se habla de tres días, haciéndolas muy cortas, y muy originales. Diez semanas de tres días, celebrando, al final de cada una, un día de mercado en Turmequé. En cambio, Jiménez de Quesada afirmaba que las semanas de los indios eran tres de diez días. Siendo así, nos recuerdan el posterior experimento de la Revolución Francesa, en el siglo xviii, con su Calendario Republicano. Agrega el mismo Jiménez de Quesada que en la primera década los hombres se dedicaban a mambear, en la segunda a las faenas agrícolas y a la producción y en la última a la familia, al juego, a lo lúdico. Vale la pena aclarar que ese mambear, ese lento rumiar la coca, era una práctica con un profundo sentido espiritual.

A su vez, las semanas formaban un mes lunar, que empezaba con la luna nueva. En cualquiera de las dos versiones sobre la duración de la semana, tendremos un mes de 30 días. Seguramente por tratarse del período sinódico (29,5 días), los meses se intercalarían de 29 y 30 días, para intentar ajustarlo. Al final del mismo, se hacían celebraciones religiosas y sacrificios a los dioses. El mes lunar ha sido una constante de los antepasados humanos y es un referente, casi obligado, por la presencia decisiva del ciclo de la diosa Selene en los quehaceres diarios, recabando los recursos para la sobrevivencia de la especie.

Ahora bien, al año lo llamaban Zocam (Chocan para otros, según percibían su fonética). Y aquí es donde dieron un gran salto en su entendimiento complejo de la observación astral, pues ellos establecieron varios tipos de Zocam:

Por un lado, tenían el año rural, contabilizando doce lunas a partir de la estación lluviosa. El tiempo que todas las culturas sedentarias precisan, requeridas por las labores del agro. El típico año establecido para determinar las épocas de siembra y de cosecha. Como esas lunaciones corresponden al período sinódico, los ciclos son de unos 29, 5 días. Lo que da como resultado un año de 354 días, desfasado por lo tanto once días del año solar. La eterna imprecisión humana al baremar el tiempo. Ante ese desajuste del calendar, el teólogo Duquesne nos informa de la existencia de un Ciclo que él denomina Acrótomo, compuesto por tres años rurales más un mes. Es decir, cada tres años habría uno de trece meses, que sería el llamado año Acrótomo, el cual resulta útil para sincronizar el tiempo rural con el solar. He aquí de nuevo los famosos embolismos, los comodines usados en todas las formas calendáricas conocidas, para corregir los desfases entre los baremos lunares y los solares. El conocimiento de esta discordancia y el plantear fórmulas de adaptación, hablan por sí mismos de una detenida observación astronómica y del dominio de ciertos cálculos matemáticos.

Sin embargo, los astrónomos muiscas establecieron otros tipos de años. Un segundo que Humboldt llama Vulgar, contenido por 20 lunadas. Este sería el calendario civil. Y un tercero que llama el año sacerdotal, compuesto por 37 lunadas, el cual fijaba las fechas de las celebraciones rituales y religiosas. La esencia religiosa y agrícola común a todos los calendares claramente expresada. Con una diferencia importante por parte de los muiscas: la diseñan en tres formatos de calendarios y no en uno solo. Una muy sofisticada elaboración, de difícil manejo en lo cotidiano.

Los cálculos muiscas se adentraron más allá en sus intenciones, intentando establecer baremos para medir tiempos mayores. En ellos, al parecer, establecen un sincretismo entre las influencias de la astronomía mesoamericana y la incaica. La ubicación de su territorio como punto de contacto geográfico entre el norte y el sur, permite entender las ascendencias de esas culturas. Entonces, escalando en la sofisticación, establecen el llamado por Duquesne Siglo Acrótomo, conformado por un lapso de 20 años de 37 semanas. Es decir, un “siglo” de 740 semanas, equivalente casi a 60 años lunares. A su vez, lo dividían en 4 ciclos de 185 lunadas cada uno, los cuales terminaban en una de las estaciones, de tal manera que el primero de ellos terminaba en Hisca, el segundo en Ubchihica, el tercero en quihicha hisca y el cuarto en gueta. Al final de cada período se celebraba el sacrificio de guesa: en una plaza circular en cuyo eje se erigía un obelisco que antes había cumplido la función astronómica de gnomon, se inmolaba a un niño de 15 años, a quien llamaban Moxa, criado con sumo cuidado, en el Templo del Sol, dando comienzo con esta ofrenda de vida y sangre, al siguiente ciclo de 15 años. El hombre ofrendando su sangre y su carne a los enigmáticos dioses adentrados en el indescifrable futuro. Como la configuración de este tipo de siglo se basaba en cómputos del movimiento sinódico lunar, cuya referencia es la tierra, se conjetura sobre la influencia incaica en elaboración.

Luego se habla de la existencia de otro “siglo”, llamado Zocam, compuesto por 20 años vulgares, es decir, 400 semanas. En éste, se supone que la influencia es mesoamericana, pues está basado en cómputos del movimiento sidéreo de la luna, cuya referencia son las lejanas estrellas. Pero, disculpen amigos lectores, la complejidad no termina aquí. Se ha establecido la existencia de un nominado Siglo Zocam extendido, equivalente a 800 lunadas sidéreas, es decir, dos siglos Zocam. Y con ello sucede que, si multiplicamos las 740 lunadas sinódicas del Siglo Acrótomo por los 29,5 días que dura cada una, tendremos un siglo de 21.830 días. Mientras que al multiplicar las 800 lunadas sidéreas del Siglo Zocam extendido, por los 27,3 días que dura cada una, tendremos un siglo de 21.840 días. Baremos magníficos que permiten la lectura del tiempo en los dos “sistemas” con una sencilla fórmula de equivalencia.

Si nos hemos maravillado con las esferas armilares griegas y con el mecanismo de Anticitera, en éste momento tenemos que hablar de un pequeño utensilio diseñado por los muiscas. Se trata de la piedra calendárica de Choachí. Un valioso artefacto de forma ergonómica con varias ruedas calendáricas talladas en bajo relieve. Servía no sólo para la tabulación de datos, sino que – y esto es fantástico- hacía las veces de un convertidor de los diferentes modelos de calendario usado por los muiscas. La rueda exterior está marcada con 37 cuñas triangulares. Y arriba, en el centro- donde un reloj moderno señala las doce del día- un número 5. Es evidente que se trata de las semanas del año sacerdotal y del siglo Acrótomo. Luego, en un círculo concéntrico interior, otra rueda con 40 marcas. Cifra que corresponde a la familia Zocam, tanto por el año vulgar o civil, como por el siglo de 20 años de 20 semanas. Entre estos dos anillos, se descubren, también en círculo, 15 cabezas de aves, las cuales cumplían la función de constantes para la conversión entre los dos sistemas. En el centro, otra rueda, esta vez con 18 señales que remiten a los pueblos mesoamericanos con sus años de 360 días. (18 x 20). Lo sofisticado de este artilugio, aunado al análisis de iconografías rescatadas en textiles y en instrumentos como los fotutos, dejan ver a unos brillantes observadores siderales que formularon avanzados cómputos astronómicos.

Al igual que los hebreos, y los hindúes, y los mayas, los muiscas también auscultaron los tiempos míticos. Se adentraron en los tiempos remotos del sueño de su dios Bochica, vislumbrando una onírica era de 74.000 lunas. Desde las imponentes montañas andinas, los chyquy y los zipas y los zaques, ataviados con finas mantas tejidas en sus propios telares y adornados con pectorales, narigueras y brazaletes de oro y plata, miraban la luna y el sol y atisbaban el movimiento aparente de las lejanas estrellas. Su territorio era como una gran atalaya desde donde buscaban en el infinito las señales dejadas por el caminar estelar de sus dioses. En su baremar del tiempo dejaron para la historia un legado que la barbarie europea no pudo borrar para siempre.

 

 

Luis Antonio Montenegro Peña

Periodista- Escritor

E-mail: [email protected]

Twitter: @gayanauta

 

 

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