FICCIONES. LOS CALENDARIOS PRECOLOMBINOS (III)

19 febrero 2020 4:15 am

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LOS MEXICAS.

MIDIENDO EL FUTURO DE LOS HOMBRES CON UN BAREMO DE DIOSES

“¡Qué sed de saber cuánto!

Qué hambre de saber

Cuántas estrellas tiene el cielo”

PABLO NERUDA- ODA A LOS NÚMEROS

Todo pueblo constructor de grandes pirámides está inspirado por poderosos propósitos cósmicos. Su intención de alinearlas con el cosmos, de orientarlas con las estrellas, con los movimientos sinódicos y los sidéreos, es una manifestación palpable de su espíritu en búsqueda de la transcendencia. Y si este pueblo, además de constructor de pirámides, ha elaborado un panteón, inspirando sus divinidades en relación directa con ese universo sideral, y si la vida cotidiana, regida por sus calendarios, gira en torno a las celebraciones a esos mismos dioses, estamos hablando de una cultura conectada con los misterios profundos del tiempo de los eternos y con los espacios infinitos vislumbrados desde el mirador de la noche. Este es el núcleo del pueblo mexica, donde lo divino ocupaba un lugar preponderante y la relación con el cosmos era casi un asunto de estado. En este imperio, lo divino y lo cósmico, el poder religioso y el político, se ejercían como uno solo, centralizado y omnipotente.

La leyenda de su dios tutelar, Quetzalcóatl, de alguna manera parecida a la del maestro peregrino muisca, el buen dios Bochica, cuenta de un hombre vestido de radiante albura, de larga barba, apoyado en un báculo en forma de serpiente, pintado de rojo, negro y blanco, engarzado con piedras preciosas, ornado con 6 estrellas, quien en su andadura enseña a los nativos todas las ciencias, las artes y los oficios, moldea sus costumbres y establece sabias leyes, además de adiestrarlos en el cálculo del tiempo, basado en los ciclos de 52 años. Bajo su mano, el maíz crecía tan alto como los hombres y el algodón maduraba ya coloreado, por lo que no necesitaba tintes para el hilado. Terminada su misión, sin dejar de sembrar sus prédicas por el camino, este dios maestro regresa al mar, donde aborda un navío de fuego que lo transporta hasta la estrella matutina, la incomparable Venus, para fundirse con ella. Antes de partir, promete regresar de ese más allá astral.

En la cultura mesoamericana, especialmente para los toltecas y los mayas, Venus era el objeto astronómico que más incitaba su interés. Tanto, que habían calculado en 584 días la conjunción inferior de Venus, y en unos 2922 días la conjunción de la Tierra, Venus, y el Sol. Venus, el astro que puede verse de día, junto con la luna y el sol. Venus, que cuando es visible en el firmamento nocturno, aparece como el segundo objeto celeste más brillante, después de la luna parcera. Venus, cuyos movimientos celestes eran muy conocidos por la mayoría de las civilizaciones ancestrales. Venus, el único planeta del sistema solar con rotación dextrógira (gira en el mismo sentido de las manecillas del reloj, mientras los demás planetas lo hacen al contrario), y el único que comparte con la luna el hecho singular de que los períodos orbital y rotacional son sincrónicos, por lo que siempre muestran la misma cara a Gaia: Selene y Venus, las diosas de la virginidad, el amor, la belleza y la fertilidad, intrigando desde siempre a los hombres con los enigmas de sus rostros ocultos.

De otro lado, en el panteón mexica habitaban cientos de dioses que sacralizaban su ansiosa y permanente mirada a las profundidades del universo. Huitzilopochtli era su altísimo señor, dios de la guerra y del sol, hijo de la diosa de la fertilidad, Coatlicue y del sol viejo, Tonatiuh. Fue quien les ordenó construir la ciudad imperial de Tenochtitlan en el lugar donde el águila se posaría en un nopal, portando el Atl-tlachinolli, símbolo de la dualidad entre el agua y el fuego, a la manera taoísta del ying y el yang. El mismo dios que les ordenó que, de ese momento en adelante, se llamasen Mexicas. Junto a él, las divinidades de la luna, ( Metztli y Tecuciztécatl),los 400 dioses de las estrellas del norte (Centzon Mimixcoa) y los 400 dioses de las estrellas del sur, (Centzon Huitznahua), la diosa de la Vía Láctea, (Ilamatecuhtli), la diosa Itzpapálotl, Reina de los tzitzimime, los demonios de las estrellas de la oscuridad, agazapados para atacar al sol durante los eclipses. Nanahuatzin, ese dios legendario y definitivo que se arrojó en la hoguera Teotezcalli para crear el Quinto Sol de la mitología mexica y por supuesto, Oxomoco, Diosa de la astrología y del calendario, divinidad que personificaba el tiempo de las sombras, la noche, complementada por Cipactónal, Dios de la astrología y del calendario, deidad que encarnaba las horas de la luz, el día. Dualidad metódica de la cultura mexica. La unidad de los contrarios, de lo masculino y lo femenino. De la luz y la oscuridad. De lo misterioso y lo cotidiano. De lo lejano presentido y lo concreto diario, inspirado siempre por los seres altísimos. Y toda sociedad impregnada con esta esencia de olimpos, es regida, ineludiblemente, por los sacerdotes, por el emperador y por los nobles ungidos con el poder misterioso y fascinante del más allá, de donde provienen todas las revelaciones sobrenaturales y adonde se dirigen las esperanzas que trascienden la precaria mortalidad humana, montadas en las poderosas alas de la fe, esa ficción colectiva inaudita, creada sobre la tumba de los hombres que no aceptaron que esa sería su morada definitiva.

Los calendares Maya, Nahua y Azteca tienen una misma raíz profunda en la cultura mesoamericana. Alrededor del año 500 aC, las líneas de su carácter ya estaban definidas. El uso de dos calendarios se instituyó como parte vital de su cosmovisión. El control de la medición del tiempo para regular la producción y la cotidianidad, las celebraciones y ceremoniales religiosos y las artes de la videncia sacerdotal, estaban determinados por un calendario civil de 365 días y otro místico de 260. Los significados específicos de cada uno, la denominación de sus períodos, y la sincronización de los mismos, difería en cada cultura.

En el año 249 aC, (1) en la populosa ciudad de Huehuetlapallan, una de las siete ciudades del legendario Chicomomóztoc, se celebró una reunión de sabios náhuas para corregir los desajustes de su calendario, introduciendo el año bisiesto. Para entonces, el calendario vigente del imperio romano, era un verdadero caos. Se necesitaron dos siglos más para aprobar la reforma del emperador Julio César, e introducir las bissextoscalendas, los famosos años bisiestos. Adelantados en el tiempo, el cálculo nahua del año solar era perfecto. Este hecho habla por sí solo del conocimiento de las matemáticas y su aplicación, por parte de las culturas mesoamericanas. Pasar de la observación del firmamento al cálculo del movimiento astral, y a la elaboración de métodos para la medición del tiempo con el fin de organizar la producción y la vida cotidiana, exige avanzados conocimientos matemáticos. Máxime cuando esos mismos pueblos emprenden construcciones civiles de gran envergadura, tal es el caso de las pirámides, los acueductos, los grandes templos y plazas, las redes viales, así como la planeación de los asuntos del estado y las estrategias de guerra.

El año solar, llamado Xíhuitlf, del calendario civil mexica estaba configurado por 18 meses de 20 días cada uno. Al final del cual se sumaban cinco días llamados nomentemis o aciagos, dedicados a las celebraciones, al placer y a la diversión. La gran despedida del año viejo y bienvenida del año nuevo. Un auténtico festejo que nos recuerda a las saturnales romanas y a las navidades cristianas, nacidas de esa misma tradición pagana. Fiestas del calendar agrícola, que coinciden con el solsticio de invierno. La primera, dedicada a Saturno, el dios de la agricultura. La segunda, al hijo de Jehová, el cristo Jesús. Ambas conmemoradas con regalos, con la luz de velas y antorchas, con comidas y bebidas. Las paganas romanas, jubilosas por la eclosión del Sol Invictus el 25 de diciembre. Las cristianas, por el nacimiento de Jesús en la misma fecha. Cada cuatro años los mexicas alargaban esas fiestas un día más, el año bisiesto, con lo cual ajustaban los descuadres de la sincronización del ciclo solar con los periodos de la rotación diaria del planeta.

No existe un acuerdo pleno sobre la correspondencia del comienzo del año mexica con el gregoriano. Para algunos, como Mariano Arnal y Fray Diego Durán, el año comenzaba el día 1 de Atl cahualo, que coincidía con nuestro primero de marzo. Para otros, la veintena inicial era la de Atl Cahualo,” dejan las aguas”, cuyo día 1 correspondía al 27 de enero de la era cristiana, mientras que para Bernardino de Sahagún el arranque se daba con esa misma veintena, desde el primero de febrero. Creo que esto no tiene ninguna importancia, más allá de establecer el paralelo entre las dos convenciones. El poder sicológico del calendario asumido por una sociedad es tal, que, de verdad se cree que este corresponde realmente con el movimiento del tiempo. Se olvida por completo que se trata de una ficción. La rotación de la tierra y de la luna, la traslación circuyendo al sol, la fuga del sistema solar dentro de la Vía Láctea, vienen dándose desde los tiempos de su remota formación. Son inherentes a su naturaleza e indiferentes a cualquier actividad o intención humana. En cualquier fecha de cualquier calendario, giran y se desplazan, en algún punto indeterminado del infinito espacio tiempo sideral.

Es en la lectura de los nombres y celebraciones de los 18 meses del año, donde hallamos el sentido mitológico y religioso que impregnaba el diario vivir mexica. Si el tiempo tuviese un olor, el de los mexicas sería el de algún incienso divino. Cada uno de los meses halagaba a un dios y le honraba de alguna manera particular. En algunos, la ritualidad incluía sacrificios humanos, ofrendas de sangre. Como en el primero, llamado Atl Cahualo, “dejan las aguas”, dedicado a los Tlaloques, los dioses de la lluvia, en el cual se practicaban sacrificios en los bosques cercanos a Mexico- Tenochtitlan. O en el segundo, denominado Tlacaxipehualiztli, “Desollamiento de hombres”, consagrado a Xipe Totee, el señor desollado” y a su patrono, el dios Huitzilopochtli. Lo mismo en el quinto mes, bautizado como Toxcátl, “cosa seca”, establecido para honrar al dios del espejo humeante, Tezcatlipoca. Entonces sacrificaban a un joven entrenado por largo tiempo, quien personificaba a este dios. Entre las destrezas aprendidas, debía tocar muy bien la flauta. Para el séptimo, se sacrificaba una joven ataviada como la diosa de la sal, Huixtocíhuatl. En el décimo mes, llamado Xocotlhuetzi, “Cae el fruto”, se cortaba un gran árbol para izarlo cerca del Templo Mayor, adornado con figurillas en papel blanco y algunos alimentos. Se celebraba una pomposa fiesta de los muertos, en honor al dios Xiuhtecutli, sacrificando a gran cantidad de los cautivos que tenían. Para el mes décimo primero, se ofrecían sacrificios a la Madre de todos los dioses, Toci, “nuestra abuela”, mientras que en el décimo séptimo el sacrificio recaía en una mujer vestida como la diosa Tonan, “nuestra madre”. Más allá de esta relación de los sacrificios humanos, de la sagrada ofrenda de sangre, es sustancial enfatizar la esencia religiosa, divina del calendar mexica. Siendo el calendario la más elaborada expresión de las creencias, de las costumbres y del progreso de los conocimientos de un pueblo, sin duda alguna el confeccionado por los mexicas, evidencia sus avances matemáticos y su profunda relación cósmico religiosa.

Los pueblos mesoamericanos acostumbraban realizar el mercado cada cinco días. Y este evento social y económico marcaba el ritmo de las semanas. De modo que los mexicas dividían su mes de veinte días, en cuatro semanas de cinco días cada una. La única semana donde no se acudía a la feria del mercado, era en la última, la de los días nomentemis, pues nada podía interrumpir las regias celebraciones del año nuevo.

Los días estaban compuestos por 16 horas. Ocho laborales, desde el alba hasta el ocaso, y ocho de descanso. Obvio, cada hora mexica equivaldría a 90 minutos gregorianos. A los días le asignaron nombres con pictogramas, dotándolos de un significado particular, acorde con su signo. Estos son: 1- lagarto, 2- viento, 3- casa, 4- lagartija, 5- serpiente, 6- muerte, 7- venado, 8- conejo, 9- agua, 10- perro, 11- mono, 12- hierba, 13- caña, 1- ocelote, 2- águila, 3- zopilote, 4- movimiento, 5- pedernal, 6- lluvia, 7- flor. Esta ilógica numeración se puede entender solamente en la interrelación con el otro calendario de 260 días, usado para precisar las posiciones astrales diarias, e interpretar sus influencias en los destinos humanos. Se trataba de un calendar astrológico, adivinatorio.

Este calendario de 260 días, llamado tonalpohualli, tenía cuatro grandes divisiones de 65 días cada una (2). Y estas a su vez se subdividían en cinco “semanas” de trece días cada una. Los mismos se contaban con los numerales del 1 al 13, combinándolos con los jeroglíficos correspondientes a los 20 días del mes del año civil, Xíhuitlf. El uso de los jeroglíficos, estimados como elementos figurativos y simbólicos, estaba circunscrito a los sacerdotes y vates, lo mismo que las interpretaciones esotéricas de los mismos. Por ello, su influencia en la vida social, religiosa, económica, así como en el manejo de la guerra y del estado, era muy alta. No es gratuito que los españoles los hayan diezmado, haciéndolos desaparecer por completo, y hayan quemado uno a uno sus escritos y monumentos, y hayan proscrito para siempre hasta el eco de sus palabras. En su lugar entronizaron la mitología cristiana, su santoral, sus íconos e ídolos, su ritualidad y sus sacerdotes, además de la poderosa organización de su secular iglesia. El uso cotidiano del calendario tonalpohualli, está claro en una crónica, donde se narra: “cuando un niño nacía, lo primero que hacían los padres era llamar al Tonalpouhque para que les dijera el signo del día y el destino del recién nacido”. Esta era una de las funciones proféticas de los sacerdotes llamados Tonalpouhque. Debían, también, determinar el carácter nefasto o afortunado de las fechas, para cualquier evento planeado. Para ello, no solo estudiaban el signo astral, sino también otros factores cabalísticos, como la hora diurna o nocturna del nacimiento, la deidad regente, sus poderes, el color correspondiente y el elemental asociado, así como las ofrendas y sacrificios apropiados. Nacer en uno de los cinco días nomentemis, era considerado nefasto. Un signo fatal de toda la mala suerte posible.

Una compleja combinación de la interrelación de sus dos calendarios, tomando los 13 numerales de las semanas del calendario tonalpohualli, con cuatro signos de los días del calendario Xíhuitlf, a saber, Casa, Calli, Conejo, Tochtli, Caña, Acatl y Pedernal, Técpatl, determinaban un ciclo básico de 52 años solares, conocido como xiuhmolpilli, una “atadura de años”. Mientras que dos “ataduras de años”, formaban un ciclo mayor de 104 años, bautizado como huehuehtiliztli, o “vejez”. Algo así como el siglo gregoriano.

Pero no se trataba solamente de una acumulación de años. Cada ciclo tenía una posición en un cuadrante espacial, con la abigarrada presencia de dioses, colores, símbolos, árboles fantásticos y animales cósmicos. En cada atadura de 52 años, existían trece años llevados a cuesta por el signo del Conejo, orientados al sur. Trece con el signo de caña, iluminados por el orto del Oriente. Trece más bajo el signo de Pedernal, referidos al Norte, el rumbo de los muertos. Y trece últimos con el signo de Casa, el derrotero de las mujeres mirando al poniente. Pasados los años de cada ciclo, el mundo se hundiría de alguna manera peculiar. Entonces, solamente el poder de los sacerdotes sería capaz de conjurar la fatalidad y hacer frente a la inminente desgracia. La nobleza, los sacerdotes y emperadores salvando al mundo de un apocalipsis largamente anunciado.

Al cumplirse el período de 52 años, ajustaban con exactitud su calendario solar y festejaban una excepcional fiesta religiosa, en la que se extinguía el fuego viejo y se encendía sobre el cuerpo humano ofrendado, una lumbre nueva. Todos los fuegos del imperio se apagaban, convocando una gran oscuridad final, para celebrar de inmediato el júbilo de la luz. Miles de antorchas encendidas de la fogata del sacrificio, se repartían por todas las direcciones de los caminos y poblados del imperio, para iluminarlo con la luz del ciclo acabado de nacer.

Si antes nos hemos maravillado con los artilugios fantásticos creados por antiguas culturas para medir el tiempo, ahora nos declaramos estupefactos ante la monumental belleza, la complejidad narrativa, la paciente sabiduría consignada y la artística delicadeza de la Piedra del Sol, tallada por los mexicas como legado inmortal para toda la humanidad. Esta fue descubierta al sur de la Plaza Mayor de Ciudad de México, el 17 de diciembre del año cristiano de 1790. Un enorme monumento de 3,60 metros de diámetro y 24 toneladas de peso. Se trata de un monolito basáltico, labrado en bajo relieve. En el año 13 de Caña (1479 dC), el joven Tlatoani Alzayacatl, padre del futuro emperador Moctezuma, quien según la historia recibiría a los invasores españoles, mandó a tallar la piedra. El joven Tlatoani se había distinguido por ser un gran guerrero. Famoso por ir a las batallas vistiendo la piel de los sacrificados al dios Xipe. Empero, pese a su talante de coloso de la guerra, pasaría a la posteridad por ser el artífice de la talla de la impresionante Piedra del Sol. A este gigante medallón de piedra se le suele llamar “El Calendario Azteca”. Sobre él se han escrito miles de páginas, tesis, interpretaciones, artículos, crónicas, multidisciplinarios estudios. Suscita un desmesurado interés en diversos campos del conocimiento. Y no es para menos, su hermosura y su complejidad lo ameritan. Me uno a quienes sostienen que esta escultura monolítica es mucho más que un calendario. Interpretar los mensajes de sus anillos concéntricos, sus jeroglíficos, sus símbolos es como leer en clave las hojas abiertas de libros sagrados que narran toda una cosmovisión, una mitología expuesta para propios y extraños. Curiosamente, la leyenda se construye en sentido inverso al giro de las manecillas del reloj, al igual que se mueven la tierra, la luna y casi todos los astros solares, a excepción de Venus. Al centro, la figura del viejo dios sol, Tonatiuh, regentando su narrativa cosmogónica, la cual se adentra en los tiempos remotos de los cuatro soles que precedieron su cultura. En el códice Vaticano- Latino 3738 se dice que el primer sol duró 4008 años, el segundo 4010, el tercero 4081 y que el cuarto había comenzado hace 5042 años, dejando abierto su final, para la llegada del pronosticado quinto sol mexica. La Piedra del Sol cuenta las causas de la desaparición de esos antiguos precursores, así como la futura de su Quinto Sol. La leyenda determina los rumbos de los cuadrantes, estableciendo una geografía del espacio; y va construyendo en sus relatos circulares las historias de sus dioses, de la creación de las cosas, de los sacrificios y de su aceptación por parte de las divinidades. Y también plasma, con lujo de detalles, sus dos calendares, como parte de esa complejísima cosmovisión.

La premonición, la opción de conocer de antemano el futuro, la profecía abstrusa, fascinan al ser humano desde tiempos inmemoriales. La incertidumbre de un mañana desconocido y tal vez imposible, quiere ser domeñada por el auspicio de algún oráculo escogido por los dioses, o por alguna misteriosa fuerza del más allá. Esta es la razón por la que los calendarios mesoamericanos, el mexica y el maya en especial, han seducido con tanta fuerza a millones de hombres en todo el mundo, ansiosos de conocer en tiempos anticipados, sus destinos y los de toda la humanidad. Y los mexicas pretendieron medir el tiempo absoluto, el pasado, presente y el futuro, para organizar la vida cotidiana con las claves escritas en los baremos de los dioses.

Chía, febrero18 de 2020.

Luis Antonio Montenegro

Periodista, escritor.

Email: [email protected]

Twitter: @gayanau

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(1). – “Huehuetlapallan llegó a ser la populosa corte de este imperio (chichimeca), cuyas leyes no son conocidas, pero de cuya ciencia han quedado irrefragables pruebas, entre otras el arreglo del calendario”. El año 3901 del mundo fue cuando los chichimecas, por medio de una reunión de sabios que tuvo lugar en Huehuetlapallan, hicieron el arreglo de su calendario”.

“Instrucción para el pueblo. Colección de tratados sobre todos los conocimientos humanos”, Tomo II, México, 1852, Vicente García Torres Editores, págs., 43 y ss.

(2).- Algunos autores como Arnal sostienen que se trataba de 13 veintenas, haciendo coincidir las formalidades mensuales y semanales de los dos tipos de calendario.

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