FICCIONES. LOS CALENDARIOS PRECOLOMBINOS. LOS MAYAS (I)

2 marzo 2020 10:57 pm

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DOSCIENTOS AÑOS LUCHANDO P0R UNA LIBERTAD ESQUIVA

¡“vinieron a marchitar las flores!

Para que su flor viviese,

dañaron y sorbieron la flor de los otros.”

Chilam Balam

Cuando los invasores españoles llegaron a territorio maya, no encontraron una población aglomerada en un estado centralizado. Lejos estaban los mayas de constituirse en un imperio. Su organización social estaba dispersa en 16 cacicazgos, muchos de los cuales sostenían entre sí enconados enfrentamientos. Estos cacicazgos, esparcidos en un área que abarcaba varias provincias del sureste de México, la zona occidental de Honduras y El Salvador, y la totalidad de lo que hoy son Guatemala y Belice, no ofrecieron a los conquistadores la posibilidad de una rápida derrota. Para abatir a un imperio o a un estado centralizado, basta con aplastar al emperador o al gobernador y al aparato central del poder político y militar que lo sostiene. Así ocurrió con la conquista española del imperio incaico, del mexica y de la confederación muisca. Por el contrario, los reinos locales mayas resistieron durante dos largos siglos los embates de los ocupantes europeos. El primer encuentro de las dos culturas se había dado en la isla de Cozumel, centro religioso maya con un santuario dedicado a la diosa de la fertilidad, Ixchel. De entrada, Cortés, el hidalgo usurpador, casi sin terminar de presentarse al gobernador local, el Batab, le exigió que renegara de su religión y asumiera la cristiana. Ipso facto, ordenó a la soldadesca que destruyera los ídolos religiosos aborígenes, e izaran los íconos cristianos. Sobre la destrozada imaginería y las pisoteadas creencias, los invasores instalaron en el templo maya Cruces e imágenes de la virgen María. Arrasar la mitología autóctona, destrozar las leyendas y la ritualidad nativa, fue tarea metódica del etnocidio de la conquista española. Poco tiempo después, siguiendo el hidalgo Cortés bordeando la costa, el 14 de marzo de 1519, arriba a la desembocadura del río Tabasco. De allí se oteaba la ciudad de Putunchan, habitada por los Putunes, un grupo raizal maya- chontal, gobernada por el Halach Uinik (1) llamado Taabscoob. Según la crónica del español López de Gómara, ”Cortés se adelantó haciendo señas de paz, rogándoles los recibiesen bien, pues no venían a hacerles mal, sino a tomar agua dulce y comprar de comer, que ellos se los pagarían muy cortésmente”. Los raizales respondieron ofreciéndole agua y comida. Pero ello no era suficiente para el usurpador. Debían permitir el ingreso de sus tropas a la ciudad, por las buenas, o por las malas, pues ”él tenía que entrar al lugar, ver aquella tierra, para tomar y dar relación de ella al mayor señor del mundo”. Como los mayas se opusieron, los invasores atacaron la ciudad por dos flancos. Después de una rápida y sangrienta batalla, Taabscoob fue derrotado y la ciudad ocupada. Los muertos y heridos fueron muchos al decir del cronista, aunque nunca se contaron. Consumada la primera masacre en tierras mayas, el hidalgo asaltante se aposentó con sus tropas en el templo ceremonial de Putunchan. Los derrotados, tributaron con víveres, tejidos, joyas y un grupo de mujeres a los conquistadores. Entre ellas la histórica Malinche, quien fue tomada como intérprete y concubina por el hidalgo. Con ella tuvo un hijo bastardo, al que bautizó con el mismo nombre de su legítimo y muy español vástago Martin Cortés. El inequívoco carácter del mestizaje americano. Violento y vergonzante. Los señores europeos tomando por la fuerza a las nativas del nuevo mundo, cuando no prostituyéndolas y creando una descendencia híbrida con sus genes, que desde entonces sería considerada indigna de su rancia y nobilísima estirpe.

Doblegada la ciudad, el hidalgo invasor se encaminó a una enorme ceiba, árbol sagrado maya, y con un seguro gesto teatral de poderío, desenvainó su espada, golpeó el tronco y tomó posesión de esas abatidas tierras. En nombre del dios de los cristianos y de los poderosos reyes de la lejana España, fundó a Santa María de la Victoria. Era el 25 de marzo del año gregoriano de 1519. La fecha exacta de la fundación de la primera ciudad española en la mal llamada Nueva España. Y una de las primeras de la dominación europea en las américas. Bendecida, como era de esperarse, por la primera liturgia celebrada en estas bárbaras latitudes.

Habíamos dicho que el primer encuentro entre las huestes invasoras y los nativos mayas, tuvo lugar en Conzumel. El último, casi dos siglos más tarde, se daría en la batalla de NojPetén. Ciudad habitada por los Itzá, un pueblo maya descendiente de los Putunes, quienes habían peregrinado durante largos años, desde una zona oriental de México, hasta los bajíos lacustres de Petén en Guatemala, viviendo entre el 525 y el 692 dC, en Chichén Itzá. Se desplazaron luego a la jurisdicción maya de Chakán Putún, de donde fueron expulsados por los Xiues. Obligados a deambular más de 40 años por la selva, regresaron finalmente a Chichén Itzá, para de allí ubicarse en forma definitiva en el Petén guatemalteco, en la ciudad de Tayasal, conocida también como Nojpetén. Esta sería la capital de los Itzáes. Se convirtió en el histórico fortín último de la resistencia maya. Allí soportaron reiterados embates de los invasores europeos. En 1541 el propio Cortés había fracasado en un intento de toma. Su gobernante, el halach uinik Kaan Ek, serpiente negra en maya, había organizado una férrea oposición a los frecuentes asaltos españoles. Rechazaron con éxito los ataques lanzados desde Belice en 1685, Alta Verapaz en 1687, Yucatán en 1691 y 1695. Sin embargo, el 13 de marzo de 1697, fuerzas combinadas conquistadoras de Tabasco y Yucatán, al mando del capitán general Martín de Urzúa y Arizmendi, doblegaron la tenaz y heroica resistencia nativa. Para ello, de Urzúa había llevado hasta la costa occidental del lago Petén Itzá las piezas de un barco artillado, que fue ensamblado in situ. Con 108 hombres y por lo menos 6 piezas de artillería pesada, atacaron a las fuerzas de la resistencia. En la costa, una línea de aborígenes se aprestaba a la defensa y una ingenua flotilla de cayucos mayas intentaban frenar la invasión. La proa de la galeota, comandada por el propio de Urzúa, embistió la flotilla, despedazándola. Desde la ciudad y los tejados, los guerreros mayas disparaban sus flechas. Pero éstas, ni las lanzas afiladas con puntas de pedernal, ni sus ilusas espadas de dos filos de obsidiana, ni sus pectorales de algodón, resistieron el asalto final de los arcabuces, de los mosquetes y los cañones con sus disparos infernales; como tampoco podrían resistir a las ballestas, ni a las espadas de acero, ni a las alabardas de madera rematadas con mortales cuchillas aceradas de los soldados hispanos. Los mayas sobrevivientes huyeron a la selva para no ser esclavizados, dejando la ciudad abandonada.

En el punto más alto de la isla, Martín de Urzúa y Arizmendi, plantó su bandera para rebautizar a Tayasal. La llamó Nuestra Señora de los Remedios y San Pablo, Laguna del Itzá. Por sus servicios, años más tarde la Corona española lo nombró como Adelantado del Petén y primer conde de Lizárraga y Caballero de la Orden de Santiago. Siglos antes, su compatriota y precursor de la ocupación, el hidalgo Hernán Cortés, había fundado sobre la vencida Putunchan, a Santa María de la Victoria. Entre estos dos momentos, en largos casi doscientos años, las fuerzas invasoras atacaron sin piedad los cacicazgos mayas. Apoyados por renegados aztecas y con la superioridad de su tecnología militar fueron derrotándolos uno a uno. Los mayas acudieron a tácticas de guerra irregular: emboscadas, trampas, aprovechamiento del conocimiento del territorio. (2). Para la historia quedaron las gestas del pueblo K’iche, las de Tzútujil, las defensas de Chiapas en Chamula y luego en Chauca, la gran rebelión Kaqchikel, los combates de Zaculev y los de Champoton, de Chuj y Q’anjob’al. En fin. Los mayas defendieron por dos largas centurias su territorio. A veces huyendo. A veces atacando. Aunque la población nativa fue diezmada por la guerra y las enfermedades traídas por los invasores (3), su derrota total no fue fácil para los conquistadores. Es más, de alguna manera nunca hubo una victoria absoluta de los europeos, pues al final los mayas se escondían, se diluían en los bosques, se alejaban de los frentes de guerra propuestos por los usurpadores. Por ello, se conservaron muchos de sus ritos, de sus culturas, de sus calendares. En los actuales territorios de Chiapas, por ejemplo, su cultura se mantiene. Sus costumbres, su lengua y su calendario, sobrevivieron al etnocidio y al genocidio. La ciega ambición de los invasores españoles, la superioridad de su tecnología militar y el fundamentalismo cristiano medieval, lograron asesinar a miles de nativos mayas, doblegar a otros millares, derruir sus templos, acallar sus leyendas y sus mitos, destrozar sus ídolos y derrocar a sus dioses, a sus sacerdotes y a sus gobernadores, pero nunca pudieron borrar sus memorias de la historia. Ningún poder fue suficiente para derrotar al impasible tiempo, cuyo paso poderoso al final doblega hasta al más grande e invencible imperio.

Luis Antonio Montenegro Peña

Periodista- escritor

Twitter: @gayanauta

Email: [email protected]

(1)- Nombre con que se distinguían a los gobernadores de los cacicazgos mayas.

(2)- Centurias más tarde, el general vietnamita Võ Nguyên Giáp, desarrollaría su estrategia de Guerra Popular Prolongada para resistir primero la invasión francesa a VietNam y luego la americana. Estrategia basada en el conocimiento del terreno propio, en la participación popular y en el uso táctico de pequeños comandos móviles para hostigar al invasor. Exactamente como habían hecho los mayas para resistir la conquista española.

(3)- Es bien sabido que los españoles trajeron la viruela, el sarampión, la gripe, el tifus, la fiebre amarilla, la tisis, el polio, la peste bubónica, la difteria, la influenza, la lepra y la gonorrea. Su contagio y la inexistencia de anticuerpos naturales, diezmaron la población nativa en todas las américas. Fue una auténtica guerra biológica que causó millones de muertes.

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