Néstor Ocampo
La fiesta se confunde con el origen mismo de la humanidad como expresión elemental de nuestra condición social. Evento ritual y simbólico de identidad colectiva y sentido de pertenencia, de goce al reconocernos humanos. Celebración de la vida que refuerza lazos sociales, señala fin o inicio de ciclos naturales y sociales, nos recrea, transmite valores a las nuevas generaciones y nos permite mirar al futuro con ánimos renovados.
Pero, en medio de la crisis civilizatoria que vivimos, a la vez que destruimos el ecosistema planetario para satisfacer demandas de la economía capitalista y del consumismo que promueve como forma de vida, también, y por la misma razón, permitimos que se degrade lo esencial y mejor de la obra humana. Ocurre, por ejemplo, con las “fiestas aniversarias” de nuestros pueblos, convertidas hoy en bullicio superficial, aturdidor, sin sentido, de mal gusto, que daña tanto a la Naturaleza como a la Humanidad. Es hora de cambiar esas “fiestas”.
Las Fiestas aniversarias deberían ser, en primer lugar, y esencialmente, NUESTRAS FIESTAS, algo que nos beneficie. El encuentro anual de quienes habitamos el municipio, personas nacidas o llegadas aquí, o que regresan, por fuerza de la nostalgia, para celebrar, en comunidad, el privilegio de haber nacido o vivido en esta parcela del planeta que identificamos con esa palabra que no se repite en los mapas del mundo: CALARCÁ. Un evento cultural pleno, integral, que celebre la vida en estas tierras de maravilla, el ser quienes somos y cómo somos, el reconocernos para celebrar y fortalecer la amable y tranquilizadora sensación de pertenecer e identificarnos con un territorio y un colectivo humano.
Esperábamos del nuevo gobierno local, que proclama el “renacer” de Calarcá, iniciativas en la reorientación de nuestras fiestas aniversarias. Pero, con lo visto hasta ahora, la decepción es grande. No solo amplía tiempos y espacios para el ruido y el desenfreno, sino que resta eventos a la Cultura. Empezó promocionándolas desde Bogotá, con apoyo de FONTUR, como evento turístico, repitiendo las conocidas mentiras que maquillan la realidad local para presentarla “atractiva” en el mercado. ¿De cuándo a acá nuestras fiestas se convirtieron en un simple espectáculo para mostrar y “vender” a otros? De nuevo se entrega el municipio a intereses privados, extraños la mayoría, movidos por el dinero que ganan aquí vendiendo licor y chucherías y que poco o nada se ocupan de lo nuestro y el futuro.
Deberíamos reinventar nuestras fiestas, recrearlas, con propósitos y valores que respondan mejor a las nuevas realidades y necesidades, proponiendo nuevos sentidos para la vida a partir del mejor conocimiento del territorio y su historia, de la amistad, la solidaridad, las expresiones culturales propias, el deporte, la pertenencia, el civismo y la responsabilidad ambiental. Con beneficio cultural y económico para la gente de aquí.
No más de esta burda exaltación del “chupe”, el ruido, el consumismo, el escándalo y el mal gusto, expresiones de una “narco-cultura” que parecen disfrutar oscuros visitantes que llegan a congestionar la ciudad con sus carros de lujo, vidrios polarizados y cabalgatas urbanas, ostentando poder económico y despilfarro que indignan frente a la situación de tantas otras personas que buscan mitigar la miseria y el hambre con los desperdicios que los borrachos tiran a la basura. De este tipo de fiestas solo nos queda el olor indefinido de una sociedad que se descompone, montañas de basura y una vaga sensación de vergüenza.