¡Pero usted no sea tan sapo, tan lambón. Marica!
Estas fueron las palabras que le dijo Diomedes Díaz a un humilde habitante de un barrio de Barranquilla en una de sus presentaciones. Y serían las mismas palabras que les diría a todas las personas que andan por estos días alborotados y escandalizados por cómo los turistas que visitan su estatua se toman fotos con ella.
En las fotos que están rodando por las redes sociales y por los medios de comunicación, vemos a mujeres tocándole el paquete, abrazándolo, apercollándolo, dándole besos y a hombres ofreciéndole traguito y otras cositas.
Si Díaz estuviera vivo disfrutaría todo esto que le está pasando a su estatua, se deleitaría como Dios manda, estaría feliz, no se cambiaría por nada en el mundo; es más, cuando él estaba con vida eso era lo que le alegraba la vida, incluso por ese tipo de actividades fue encontrado culpable de homicidio preterintencional en la muerte de Doris Adriana Niño que ocurrió el 15 de mayo de 1997, el Cacique de La Junta estuvo dos años prófugo de la justicia, luego se entregó y pagó 36 meses de cárcel.
Diomedes Díaz es considerado un rockstar en nuestro país, un rockstar criollo que vestía camisa de seda que dejaba sus pezones al aire, andaba en Hummer, le gustaba más la nieve que cualquier otra cosa y hacía lo que le daba la gana; eso sí, era bien criollo porque en cada concierto salía con ordinarieces, guachadas e insultos casi siempre a las mujeres, como una vez dijo en un concierto: “Ya dejen de pelear, muchachos; mejor tómese una Águila, consígase una prepago y a culiarrrrr”.
El mundo vallenato está indignado con lo que pasa con la estatua de Diomedes: cantantes, presentadoras de farándula y fanáticos piden consideración y respeto hacia la sagrada figura, pero a pesar de que el propio Cacique a todos los trataría de sapos y lambones por no dejar que su estatua disfrutara; qué respeto se va a merecer una persona de la calaña de Díaz, que hizo lo que quiso y evidencio aún más la falta de cultura que se vive en el país.
Ahora con todo lo sucedido la Policía ha mandado unos uniformados a vigilar día y noche la estatua, y esto sí que es una falta de respeto con el pueblo colombiano que a diario se enfrenta con situaciones perturbadoras donde la Policía no se ve ni a la vuelta de la esquina.