DESDE EL ALMA

21 noviembre 2020 11:42 pm

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Juliana Giraldo Vélez

Cuando las cosas no podían ser más extraordinarias en nuestro país no para de llover, el archipiélago sufrió de las más grandes catástrofes naturales y departamentos como el Choco sufren por las grandes cantidades de agua. En el momento menos esperado dentro de una pandemia nos cae el agua del cielo sin ninguna “misericordia”. Muchos se preguntarán ¿por qué en una columna sobre gastronomía les hablo de las condiciones climáticas del país?

Hemos hablado del poder de los alimentos para poder unir la sociedad y sanar las heridas del alma. De los postres de la casa, las recetas tradicionales, de los pequeños detalles y su gran importancia (como la sal), hasta de los utensilios que pertenecen a nuestra historia y los momentos compartidos entre vecinos. Los alimentos siempre han sido parte de la espiritualidad de las culturas, un ejemplo de esto puede ser el consumo de carnes rojas prohibidas en Semana Santa o los judíos que no combinan los lácteos con las carnes. Todo esto son apenas unos ejemplos pequeños de cómo la gastronomía está ligada a nuestra espiritualidad. No hay que pertenecer a una religión para sentir el poder que tiene sobre nuestras emociones una sopita de papa de nuestra mamá.

Según Víctor Manuel Patiño uno de los científicos humanistas más importantes del país afirma: “El alimento tenía una virtud mágica, y por eso debía tomarse como algo que, fuera de su valor presuntamente nutritivo… tenía un valor ritual, ya sea protector y benéfico, o dañino, según las circunstancias.” Esta cita hace referencia a las culturas primitivas en Latinoamérica, sin embargo, es una circunstancia que hoy en día sigue siendo válida, los alimentos siguen teniendo su magia y su misticismo.

Nuestra comunidad está pasando por grandes crisis y estos episodios debemos tomarlos como momentos de crecimiento y unión. Que si es difícil para nuestros vecinos sumar la pandemia con una catástrofe natural, debemos generar empatía con sus dificultades y sus fortalezas. Y que mejor que hacerlo a través de nuestra gastronomía, de nuestros alimentos. En ellos está la magia de sanar las heridas del tiempo y el espacio. Busquemos la manera de compartir nuestros alimentos, que no hagan falta para aquellos que están sobrellevando una crisis, es momento de reconocernos e identificar las gastronomía de la región pacífica y de la región insular. Que ahora que las cosas no son tan fáciles ellos puedan encontrar abrigo en una sopa de pescado o en un guiso de su tierra. Solo así podremos empezar a cicatrizar desde el más profundo de una sociedad, desde su comida.

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