Juliana Giraldo Vélez
El papel de la mujer en la familia y en la sociedad ha sido tema de mucha investigación e interrogantes. La mujer es nuestro primer contacto con la alimentación a través del cordón umbilical y luego desde su pecho. Saber que si no fuera por la leche materna, el cerebro no se hubiera terminado de formar bien. La relación entre la comida y la mujer es como hablar del agua y el mar.
Nuestras familias se componen de generaciones, de un único linaje. La historia cambia y las necesidades se transforman pero el instinto femenino y su relación con los alimentos siguen presente. Es costumbre sentarnos con nuestras madres y preguntarles sobre la familia y de quiénes cocinaban en la casa y cómo lo hacían. Por mucho tiempo los libros de referencia para cocinar fueron de recetas de las mujeres más distinguidas del pueblo.
Hacer buñuelos, natillas, lechonas, pandeyucas, entre otras delicias, era un trabajo de las madres de familia quienes enseñaban a sus hijas el poder de la cocina y los alimentos junto al fogón. Quizás ahora las cosas sean diferentes pero no dejamos de relacionar los mejores postres o los mejores platos con nuestras madres, tías o hermanas.
Rescatar las recetas de la casa, llamar a nuestras abuelas y aprender de sus manos su experiencia de vida porque ellas alguna vez fueron las que cocinaron con sus madres y las nuestras con ellas. Nuestras familias se resumen en nuestra cocina. Ahora que las dinámicas y el mundo han cambiado debemos identificarnos más con nuestra comida, no perder el horizonte y valorar el papel de la mujer en nuestras cocinas.