Juliana Giraldo Vélez
Hay días en los que solo queremos volver a los orígenes, a nuestra tierra, a conectar con nuestros antepasados. Las ideas vienen y van, las conversaciones vuelven a tener sentido y hasta el aire nos cambia el humor; regresar a Armenia es sentir la ciudad, el linaje, porque somos de aquí y aquí volveremos a empezar. Todos tenemos algo qué decir, algo a lo que debemos hacerle justicia y no podemos callar porque el tiempo lo olvidará. Esta ciudad se ha reinventado de mil maneras; ahora, después de mucho tiempo sin venir, son los letreros los que alumbran la avenida.
Los puestos de comida han cambiado y la oferta ha crecido como era de esperarse. La esquina de las arepas transformada ya no nos hace sentir en casa; ver en la misma cuadra la fila más larga dirigida a un restaurante donde sirven pequeños bocados que nuestros abuelos no saben ni pronunciar, se vuelve un escenario escalofriante. Armenia está creciendo exponencialmente, no hay una cuadra en el barrio donde no exista una intervención para hacer otro edificio. Esto es inevitable, el crecimiento, los edificios y el concreto en la ciudad.
Hay algo que debemos atesorar y es nuestra identidad, la gastronomía que nos refleja. Debemos sacarle provecho a lo que tenemos: la comida local, las morcillas, las arepas, los pinchos, la mazamorra, las papitas fritas, el humo, el carbón, los carritos en las esquinas del barrio, todos ellos muestra de nuestra verraquera.
Tenemos sabores increíbles y siempre estamos buscando donde ir a comer el algo. ¿Qué más nos define si no es nuestra comida? Si les digo la verdad, me da miedo lo inevitable y que dejemos de aplaudir a esas esquinas llenas de nuestros sabores. Es aterrador ver cómo una marca internacional de pizza ocupa el local donde antes la vecina vendía sus hamburguesas. Quizás les suene un tanto dramática mi columna pero no puedo callar la angustia que me da ver cómo desplazamos la comida local. Debemos ser auténticos, sacar pecho con nuestra gastronomía pues es ahí donde reside esta linda ciudad.