Por Jacobo Giraldo Bedoya
“En el principio creó Dios el cielo y la tierra. Y la tierra estaba desordenada y vacía, y las tinieblas estaban sobre la faz del abismo, y el Espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas”. Así empieza la Biblia que tengo en mi casa. No voy -ni puedo- entrar en debates teológicos o académicos ,pero lo que sí puede decirse es que parece que cuando Dios (o su Espíritu que, en algunos casos, puede o no ser lo mismo) vino ya había agua o que, al menos, fue lo primero que trajo con él.
La tendencia de los hombres a adorar el agua es muy marcada a lo largo de la historia y no proviene solamente de la Biblia, aunque volveremos sobre ella más adelante. Por ahora, baste citar como ejemplos de lo anterior a los grupos que se ubicaron en determinados territorios que se llamaron: Mesopotamia, Egipto, China e India. Todos ellos comparten la característica de que se originaron y desarrollaron en valles fluviales; no menos importante fue para los vikingos, quienes surcaron y fatigaron los mares iracundos del norte.
Son innumerables los testimonios que nos han llegado sobre esto. Para ninguna cultura ha sido ajeno este líquido que, aunque abunda en el universo, resulta ser cada vez más insuficiente o escaso.
Tales de Mileto dijo que el agua era el principio de todas las cosas y, a su vez, Empédocles la incluyó dentro de su tetralogía fundamental junto con la tierra, el fuego y el aire (hoy podemos decir que el estado de los cuatro elementos, excluyendo al fuego, que goza de su apogeo absoluto, es prácticamente igual: devastador). Heráclito, como saben, es famoso por su historia sobre un chapuzón en el río.
Volvemos a la Biblia, al Salmo 23, donde se lee: “El Señor es mi pastor, nada me faltará. En lugares de delicados pastos me hará descansar; junto a aguas de reposo me pastoreará”. Se podrá notar que el agua, en este caso, aparece como una bendición de Dios. Muy similar a lo que aparece en Gn 27:28: “Dios, pues, te dé del rocío del cielo”. De igual manera, en el dramático Salmo 42 se lee: “Como el ciervo brama por las corrientes de las aguas, así clama por ti, oh Dios, el alma mía”.
Es fácil encontrar fuentes en la Biblia donde aparece el agua, de manera literal o figurada, entre ellas: el agua de la creación (Gn. 1:2, 6–10, 20–23; Sal. 18:15; 33:6.; 104:2–9) y el agua del juicio, el diluvio (Gn. 6–8; Is. 54:9; 1 P. 3:20; 2 P. 3:5.). Nos vamos a detener en este carácter dual del agua. Hay en la Biblia una tendencia a considerar el agua como un regalo extraordinario, necesario, a la par con otra que considera el agua, un castigo o un juicio. Cabe Mencionar a Noé, que fue elegido para refundar el mundo tras la inundación.
Recuérdese, además, que la Biblia es el texto fundamental de una de las más grandes religiones que jamás existieron.
De las tantas historias que trae la Biblia involucrando al agua, me gusta la de Jonás, porque aparece, como en otras historias, la ira de Dios. Jonás, como todos saben, es devorado por un gran pez y desde sus entrañas ora a Dios, quien al final le concede su favor. Jonás es escupido por el gran pez en tierra firme y se salva. Aquí aparece el agua como un objeto o elemento que da muestra del poder magnífico de Dios o de su ira.
Un tanto parecida a la historia de Jonás tenemos la de Job. En ella, Dios amenaza a Job sobre las fuerzas del Leviatán o bestia abisal, en los siguientes términos: “Sí, es inútil tu esperanza, porque tan solo verlo aterra. Nadie hay tan audaz que se atreva a excitarlo. Y ¿quién puede resistirle a la cara? ¿quién le desafió sin salir malparado? ¡Nadie bajo los cielos todos! Y no quiero silenciar sus miembros, su fuerza, su complexión maravillosa ¿quién logró abrir su túnica, penetrar por su doble dentadura? ¿quién abrió las puertas de su boca? ¡reina el terror entre sus dientes!”
A propósito de la adoración al agua, se sumaría otra forma más a la lista, si todos los rumores son ciertos y el agua podría ser cuantificada y negociada en la bolsa de valores (esa suerte de oráculo moderno). Pensamos en aquellas personas que no tienen acceso, siquiera precario, a este líquido, las cuales, en nuestro planeta, son mayoría. Es decir, pensamos en aquellos que sufren y sufrirán, en aquellos que claman como el ciervo, que decía la Biblia, por las corrientes de agua.
¿Falta poco tiempo para que el aire oxigenado, o la sangre misma, corra el mismo destino en las bolsas de valores de todo el mundo? Otra forma de ver las cosas es que los elementos, alguna vez bendiciones, hoy, por su escasez, dejarían de serlo, o lo serían solo para aquellos dotados de la gracia divina del dinero. Algo que encaja perfectamente en la lógica del mercado y que tal vez no estaba previsto en la Biblia. Si eso sucediera, habría que conseguir una forma para que los católicos, aún en su pobreza, recibieran la bendición.
Como lo ha visto la ONU, quien ha dicho que el agua: “Es de todos y es un bien público”, del uso o abuso de este líquido depende el futuro, no solo materialmente hablando, si no también de nuestros sistemas políticos y jurídicos, erigidos sobre supuestos de hecho que van a cambiar drásticamente.
No se aventura el suscrito a vaticinar lo que podrá pasar en un futuro cercano con el agua del planeta, lo que es cierto es que cada vez es más latente la amenaza de que de la poca agua que quede, emerja Moby Dick o Leviatán (¡reina el terror entre sus dientes!), y devore nuestro pequeño mundo humano.