Por Jacobo Giraldo Bedoya
Se ha escrito y dibujado sobre piel animal o humana, piedras, cortezas de árboles, caparazones de tortugas, barro cocido, láminas metálicas, tablas de madera o de mármol, fibras vegetales, cuevas o muros. Sobre hojas de árbol, de cuadernos o papiros. En puertas de baños impúdicos. Sobre vidrio, cartón o prendas de vestir. Sobre arenas de playas implacables.
Y en todo este proceso, que no termina, se ha impuesto siempre la importancia de lo que se expresa y de quien lo recibe. Había ya en Roma lo que conocemos como murales, con mensajes o consignas amorosas o políticas. Pero sabemos también, que el poder, en todas sus expresiones, buscó siempre limitar esta expresión; censurar, esconder; con el contraproducente resultado de terminar poniendo la lupa sobre lo que se buscaba ocultar inicialmente. Ocurre así, por supuesto, en nuestro país, en nuestros días.
Al que madruga, dios le ayuda. Así habrán pensado los grupos de blancos encamisados que acudieron, por precio o convicción, a las calles, para cubrir o pintar, los murales que habían hecho días antes los que se habían manifestado en contra del gobierno, de la reforma tributaria y otros temas más. Con el tiempo sabremos cuál de las dos partes, enfrentadas artísticamente, tiene mayor mérito y adhesión.
Lo cierto es que no ha parado el debate ni el intercambio de invectivas entre unos y otros, quienes consideran a los demás idiotas, prácticamente por sus filiaciones políticas. Se podría decir, junto con algún escritor que ya no recuerdo, para hacer justicia, que afiliarse a un partido político es una excusa para no pensar y que nunca será impostor quien no comulga por comulgar.
No hablemos, por ahora, de los representantes del paro, que no han parado sus aspiraciones políticas ni un solo segundo; lo cual les hace pesar sus palabras todo el tiempo, al punto de convertirse en un puñado de amables ancianos inofensivos.
Estos juiciosos y diligentes ciudadanos, que utilizan las brocha como arma, han tomado el vocerío. Unos y otros se arrogan la importancia de su mensaje. Uno, resulta desgarrador; y el otro, implica una frialdad que todavía no entendemos dónde termina o a dónde nos puede llevar.
Algunos dicen que Mafe Cabal puede terminar como presidenta, en un escenario donde nadie quiere unirse a nadie y todos quieren ser los salvadores de la patria.
Unos amigos me decían: es que Colombia no tiene mesías. Yo les digo, ahora que lo pienso, lo contrario: tiene demasiados. En todo caso, la Cabal, caracterizada por sus disparates autoritarios y por su cercanía con el ganado político, no la tendría tan difícil.
También, se puede concluir que, si la carta del uribismo es Cabal, esposa del vaquero Lafaurie, es porque no tienen muchas opciones. Acudir a una de las más extremas de sus filas, puede ser igualmente una muestra de fortaleza o debilidad. La cuestión depende del que recibe el mensaje.
Si nos pintan, digamos así, un país que necesita de una persona de ese corte es probable que terminemos eligiendo en ese sentido. Pero desde ya se pueden prever las luchas pacíficas y no pacíficas para pintar esa realidad.
Inicialmente el estado estaba haciendo un trabajo muy diligente, brocha en mano también, pero nuestros jueces y magistrados, resultaron con el cuento de que no se puede imponer una visión o idea particular de lo que puede ser expresado o no; de manera que la pelea por la pintura y los muros, o las cuevas, les queda a los ciudadanos (aunque sabemos que unos son el pueblo y otros son el mismo pueblo pero apoyados por el estado de manera encubierta).
“Quieren acabar con un país que quiere salir adelante. No hay ningún derecho a la protesta, es falso. El derecho fundamental es la vida, a la movilidad, del trabajo, el resto es mentira. Cuando deja de ser pacífica se pierde cualquier protección como del código interno como internacional. Todo lo que han dicho ellos es falso, que el derecho a la protesta es superior a no estar secuestrados como estuvimos aquí en Cali. Todo lo que hacen es pervertir, que lo bueno es malo y lo malo es bueno y no nos vamos a dejar”, dijo la senadora Cabal, para quien, por ejemplo y por poner un ejemplo idiota, es imposible que sea malo comer carne da vaca, la cual eventualmente ella podría ayudar a distribuir en algún punto.
Hay muros en los que se puede apreciar un amplio abanico de colores y en otros se puede observar, casi sin esfuerzo, el paso fantasmal de una mano que se jacta de no tomar partido alguno. Esta mano, o manos, realmente toma partido y su color, que podría con seguridad ser el color oficial del partido político de la senadora, es el gris basalto. ¿Color esperanza?