IMPERIOS DE LA NUBE

8 octubre 2021 10:34 pm

Compartir:

Por Jacobo Giraldo Bedoya

Me dicen que soy distraído. Lo han dicho tanto que ya no recuerdo quiénes. Y de golpe se me ocurre que tengo muchos amigos así, que no soy un bicho extraño. Eso me produce un dudoso bienestar, sentido de pertenencia.

Sé que no siempre fuimos así. Recuerdo los primeros años del colegio, llenos de vivacidad. Sé que inventé con un amigo un alfabeto secreto, una fauna exótica de un planeta inexistente y una forma de hablar que después descubrí que era vesre. Éramos, como decía un maestro que ya no recuerdo, muy atentos.

Algo ocurrió entretanto.

Estamos siendo manipulados. Y nos sentimos orgullosos por ello. Somos como los peces de un lago de pesca y cada tanto tiempo (Solo dios y Mark Zuckerberg saben cuánto) mordemos el anzuelo. Es muy sencillo. Hay quien dice que nuestra atención, ahora, es similar a la de un pez rojo; dura solamente 8 o 9 segundos.

Es fácil comprender por qué algunos de los chicos ya no pueden concentrarse en sus estudios, en la lectura de un libro, o en cualquier cosa.

Otros dicen que nuestra atención, o la de algunos, dura lo que un vídeo de Tik Tok (¡Qué suerte que ampliaron este año la duración límite de los vídeos a 3 minutos!). Otros, cifraron en 140 (ahora 280 ¿o cuántos?) la cantidad de caracteres que podemos tramitar para construir un argumento.

Debo confesar que ya no uso Facebook. Pero lo usé por muchos años, especialmente aquellos años extrañamente vívidos entre la niñez y la adolescencia. Estoy seguro de que en algunos momentos me lo pasé bien, subí fotos y recibí comentarios por ellas; comenté, a su vez, fotos de otras personas; desarrollé mi perfil; enlacé información, vídeos, noticias. Usé mi muro como todos.

Por alguna razón que parece legítima -pero no suficiente- a los que me preguntan por mi ausencia en alguna red social, ya no hago esas cosas. Por lo menos en Facebook. Porque todavía conservo mi cuenta en otros aplicativos de la misma familia (Tal vez eso servirá como reparo a esta columna). De modo que aún tengo una doble vida y aún vivo más de 24 horas al día, pues paso 24 horas en mi vida real y otras más en mi vida virtual real. Algunas veces paso horas en los dos mundos al mismo tiempo. ¿¡Mola, eh!?

No recuerdo muy bien, pues era un niñato, por qué me registré por primera vez. Sé que al principio era divertido, veía las publicaciones de mis pocos amigos, las cuales por supuesto eran de todo mi interés. Era como una ventana abierta a las personalidades de todos ellos. Pero con el tiempo comprendí que me había asomado a la ventana y me había caído de bruces. Es posible que me haya visto mucha gente, incluyendo algunos que no eran mis amigos. Todavía no tengo el diagnóstico de las secuelas. Pero al menos ahora tengo muchos más amigos, según las redes sociales, aunque con algunos nunca hablé todavía.

Al principio todo iba para otro lado. O por lo menos eso decía John Perry Barlow, en la Declaración de Independencia del Ciberespacio: “We will create a civilization of the Mind in Cyberspace. May it be more humane and fair than the world your governments have made before”.

Lo dicho nos hace sonreír sin disimulo. Bajo el actual mercadeo de la atención y la distracción, perfeccionado con nuestros propios datos hasta el límite de la paranoia, o incluso más, nos parece que las cosas son un poco diferentes. La utopía de los años noventa solo escondía negocio y vigilancia. Eso es sabido. Casi se hace cierto lo que dice William Burroughs en Expreso Nova: “vivir es colaborar”.

Evgeny Morozov dice: “De hecho, en 2018, los cuatro gigantes de Internet —Google, Facebook, Amazon y Microsoft— invirtieron más capital que las cuatro mayores petroleras —Shell, Exxon, BP y Chevron—, con un total de 77.600 millones de dólares y 71.500 millones de dólares, respectivamente”. Encuadra en lo dicho por algún medio, hace muchos años: data is the new oil.

El ciberespacio, impoluto en su concepción, fue colonizado por el capital y el poder político (se puede pensar en Cambridge Analytica).

No es pues una sorpresa que Frances Haugen, antigua empleada de Facebook, diga que las plataformas de Facebook “dañan a los niños, avivan la división y debilitan nuestra democracia”.

¿Qué hacer entonces ante estos imperios de la nube? ¿Cómo entender o usar sus servicios? ¿Qué pueden hacer nuestros gobiernos por nosotros? ¿No es apenas justo que se regulen estos negocios multimilmillonarios, auténticos monopolios, con regulaciones ajustadas a su modelo de negocio y no solamente a la ilusión que les venden a sus usuarios? ¿Qué tan necesario es acudir a estas empresas, no solo para uso doméstico, digamos, si no también para uso comercial? ¿Es este un tema exclusivamente relacionado con Facebook? ¿Estamos demasiado adentro de la trampa como para salir de ella?

Tenía muchas otras preguntas para hacerte, lector, pero las olvidé. Ayúdame a pensar.

El Quindiano le recomienda

Anuncio intermedio contenido