Por Jacobo Giraldo Bedoya
Buena parte de la sociedad existe por y para el espectáculo, y esa parte crece cada vez más, debido al crecimiento del mundo virtual, el cual trae aparejado también un mundo del espectáculo. Creo que es algo que se puede soportar, en alguna medida, dentro de nuestro actual estado democrático (que tampoco es exactamente el más democrático del mundo).
Así pues, hay varios tipos de gustos y varios tipos de espectadores. Buscamos divertirnos. Cada uno busca lo que desea y se satisface. Es democrático y capitalista. Hay espectáculos de música, de baile, de teatro, de carreras con vehículos o personas o incluso animales. Hay unos televisados, otros escuchados simplemente por radio mientras que otros los vemos en nuestras pantallas de mano. Los espectáculos nos rodean. Y a veces nos dan una idea del mundo que aún nos rodea.
Todo el tiempo se está buscando divertir, aunque para ello haya que obrar mediante ilusiones que el espectador no siempre, o casi nunca, ve realizar. Pero las aceptamos, hacemos un pacto, y nos proponemos actuar como si la diversión fuera real; ponemos en suspenso la realidad para permitir que otra realidad, trabajada por quien produce el espectáculo, la desplace. Por aceptar que este productor actúe en nosotros o en nuestro ánimo, a veces terminamos llorando, riendo, gritando, durmiendo, o simplemente aumentando nuestro tedio y nuestra necesidad de encontrar otro espectáculo u otro productor que nos distraiga.
Pasa también que hay muchos (¡quién sabe cuántos!) que luchan por divertirnos. Extrañamente libran un combate de fuerza para elegir el afortunado que ha de satisfacer nuestro cerebro. El tedio se esparce y llenamos nuestro estómago de él, como ganado pastando las praderas. Pero escogemos qué lotes vamos a atravesar y qué pastos vamos a arrancar de allí.
Pero nunca estamos satisfechos, entonces vamos a buscar a otro lugar. Buscamos otra expresión de algo que pueda movernos, emocionarnos. Y siempre hay algo para ver. Hay como un escenario donde siempre se está representando un papel y un libreto. Ser en sociedad, es sabido, es ser como en un escenario, como en un teatro, donde se asumen papeles. Es más visible por la información que a diario flota por lo que parece el equivalente al espacio público, pero en su versión virtual.
Es, tal vez, la asunción de papeles específicos, de todos modos, lo que permitió que las sociedades fueran organizándose de formas cada vez más complejas. No obstante, y como es sabido, estas formas complejas quieren regirse por el orden y no por el caos.
La ley, o la norma en un sentido amplio, viene a proporcionar ese orden, esa limitación a los espacios de acción, a los escenarios.
Parece urgente en nuestro país, hace mucho tiempo, que la ley se encargue de mejorar la educación de nuestros policías en muchos sentidos. En cada oportunidad, la institución muestra razones para dudar de ella, cuando no debiera. Nos muestra espectáculos, pero no es su papel. Lo que sugiere que algo anda mal en la capacitación de los uniformados. No puede ser que un episodio como el visto no lleve a que se regule el tema con seriedad.