Y NO CAMBIAMOS

31 marzo 2021 9:20 pm

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María Nelly Vanegas Agudelo

Por esta época hace un año, en el mundo apareció oficialmente la pandemia del covid 19. Nos mandaron a confinamiento, y tras él, vino la zozobra; no se conocía mucho del virus y se especulaba bastante, lo que llevó a una serie de conjeturas.

Los estudiosos trataban de dar una respuesta científica a la situación y las personas especializadas en infecciones, en virus, en medidas de seguridad sanitaria, así como los laboratorios, hacían su mejor trabajo a marchas forzadas, para encontrar soluciones, y tras ellas controlar la situación que empezó a preocupar al mundo, ante la velocidad del contagio y las nefastas secuelas del mismo.

Mientras tanto, el común de la gente especulaba sobre el origen y consecuencias de la situación: que si el mundo se iba a acabar por decisión de las potencias enemigas para quedarse con el control del mismo, que si todo era producto del cambio climático, el cual a su vez causaba estragos con incendios que arrasaron extensiones importantes de bosques, deslizamientos de tierra, inundaciones, calores excesivos, cuando no estaciones invernales extremas.

Muchos pensaron y esperaron equivocadamente un mundo mejor ante estos cambios extremos y las consecuencias de la pandemia, creyendo ingenuamente, que ante ello, el hombre se replantearía su actuar en el mundo, pues este, ante los cambios que se daban y ante la cercanía de la muerte la cual ahora si se evidenciaba con toda claridad que no era para los otros, sino que para los cercanos también y en la posibilidad de la propia se sintieron sobrecogidos.

Se esperaba por parte de muchos, que el cambio que se creía se iba a dar, era hacia un mundo más humano, más trascendente, más espiritual, es decir, que reflexionaríamos sobre lo que somos, pero ante todo, sobre el papel que desempeñamos en el mundo como seres humanos capaces de vivir en armonía con nosotros mismos y con los demás, creando una dinámica de coexistencia saludable y un ecosistema más equilibrado.

Era en realidad utópico pensar que podríamos entender el significado de la vida y de la condición humana y que con ello, seriamos mejores personas, prueba de ello es el caos en que parece sumirse el universo, en el cual la búsqueda del placer parece ser lo primordial, más no la búsqueda de la armonía y el equilibrio que nos lleve a un mayor desarrollo humano.

Todo lo contrario, el mundo parece correr desenfrenado a un abismo producto de un hedonismo sin control, que lleva a un individualismo exacerbado, que convierte al ser humano en el mayor depredador de las especies. Podríamos decir que se aplican las palabras de Thomas Hobbes en su obra El Leviatán el hombre es lobo para el hombre

Esto, porque como decía el mismo Hobbes, la persona actúa por impulsos e intenta a toda costa evitar los que le resulten desagradables y busca conseguir todos los que le son agradables.

El problema surge cuando estas fuentes de placer interfieren con los deseos personales. Ello determina que cada ser humano entre en conflicto con los demás, viéndolos como obstáculos para sus deseos.

En la sociedad actual es como si esa criatura mitológica representante del caos y el mal se hubiera apoderado del ser humano en su totalidad, para conducirlo a la autodestrucción al ir atacado a sus congéneres.

Las noticias en el día a día no pueden ser más desalentadoras: desplazamientos forzados a nivel mundial pero que en nuestro país, parece ser el pan de cada día desde hace muchos años. La tan anhelada paz, no trajo alivio a las poblaciones vulnerables sobre todo a los campesinos, estos siguen siendo el blanco de depredadores de toda índole.

Persecución y asesinatos de personas diferentes, porque son diferentes o porque piensan distinto.

Luchas intestinas entre grupos armados, por obtener el control de regiones para la siembra de coca, o la explotación del suelo a través de la minería ilegal arrasando y deforestando bosques, contaminando ríos y acabando con los páramos.

Traiciones de funcionarios corruptos que se supone deberían actuar en nombre de la justicia para hacer que esta prevaleciera pero que por el contrario, se venden a grupos delincuenciales entregando la vida de sus compañeros por un puñado de billetes.

Delincuencia sin freno ni control en las ciudades, donde hasta las bicicletas, trasporte muchas veces de los pobres, se convirtieron en objeto de deseo para vender sus partes.

Asesinatos de todo cuanto ciudadano posea algo, aunque sea mínimo, pero deseable para el otro, a quien no le importa la vida con tal de conseguir lo que el semejante tiene.

Explotadores de todo tipo, que exprimen a quienes no tienen quien los respalde con préstamos legales en bancos y se someten a los cuentagotas que más deberían ser llamados vampiros por su forma de cobro.

Micro bandas que pululan por la ciudad repartiendo droga a incautos jóvenes, que no han recibido una exacta y científica información sobre los peligros reales de la droga porque detrás de ello hay intereses políticos y económicos grandes, esto, sin hablar de la recesión económica y la reforma laboral que nos espera, donde la clase media será más oprimida todavía

En fin, la lista de motivos para atropellar al otro es interminable. El mundo no mejoró, por el contrario empeoró.

El papa Francisco en su encíclica Fratelli tuttie nos habla con mucha razón de cómo “La política ya no es así una discusión sana sobre proyectos a largo plazo para el desarrollo de todos y el bien común, sino sólo recetas inmediatistas de marketing que encuentran en la destrucción del otro el recurso más eficaz”.

Nos deja ver con mucha razón, cómo también se prenden conflictos que se creían superados y se van dando nuevas formas de egoísmo y de pérdida del sentido social, evidenciado en la necesidad de consumir sin límites y la acentuación de formas de individualismo sin contenidos, ante lo cual nos dice “hay que entender que el bien, como también el amor, la justicia y la solidaridad, no se alcanzan de una vez para siempre; sino que han de ser conquistados cada día”.

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