En las excavaciones arqueológicas los sabios hallaron evidencias de que el homo erectus se sentaba en el suelo a devorar en grupo y a resolver sus disputas dándole la razón al que más gruñía. Y hubo necesidad de inventar los asientos. Los asientos han aliviado al hombre desde que pudo alzarse en dos patas y los dolores de espalda lo obligaron a sentarse en una piedra o acaballado en un tronco para descansar.
Los asientos fueron ganando importancia con los avances humanos y tal como ocurre con el hombre, a los asientos los dividen en clases sociales (o estratos como dicen los ociólogos). Hay por lo menos cinco estratos de distancia entre la banca del parque y el sillón del gerente y la diferencia es mayor entre los puestos de monta y la silla gestatoria, del taburete de garra al solio del presidente, de la silla de montar al trono de la reina, de los puestos municipales a los escaños del parlamento, del butaco de embolar a la silla de masajes. Los asientos son imprescindibles y la sociedad los valora con la misma grandeza que a las personas, es decir en función de su utilidad.
La categoría del prójimo descansa en los bancos y asientos contables a su favor. El rey Luis XV ingresó a la historia gracias a los baños de asiento de la señora de Pompadour y a las patas de la silla que él usaba.
No obstante las desigualdades de altura todos los asientos prestan invaluables servicios a la humanidad, hasta la silla eléctrica, la silla turca y los bancos de sangre, incluso la última banca de los buses, esa que tiene el respaldo contra las ventanillas, el puesto de los músicos, llamado en otros países el banco de los bobos. Entre políticos y contratistas es ordinario que alguien le mueva la silla al colega para que se no se le pegue el asiento.
Pero en la kilosofía de la vida hay un descansadero ecuménico, nunca bien alabado, que acoge en vivo la porción carnosa y redondeada de la parte trasera del cuerpo, donde la espalda cambia de nombre. Es el asiento de la paz interior, el alivio comunitario, donde la gente acostumbra a leer libros y periódicos atrasados. A excepción de los que tienen guardaespaldas, cualquiera puede realizar ahí con tranquilidad lo que Cervantes dijo que Sancho hacía cuando le daba miedo, es decir, lo que nadie puede hacer por otro.
Consagro esta canción al escusado / donde surge la estrofa, el pensamiento, / y anarquistas y reyes han lanzado / consignas coprológicas al viento. /
Es base del mundial entendimiento: / allí sabios y zafios se han sentado, / se distingue el humano del jumento, / se iguala el mandamás al arruinado. /
¡Qué agradable fugarse a esos rincones / y zarpar hacia eternas ilusiones / viento en popa y la gloria por delante! / Son periplos a bordo de uno mismo, / sobre el único trono de este abismo / donde el hombre es armónico y pujante.
Pedro Elías Martínez