Me van a perdonar ustedes si les gusta la sopa de pastas o fideos en forma de letra, pero esa sopa era el plato más odiado del menú del seminario. ¡Cuántas veces intenté formar oraciones con sus caracteres para enviarle una letanía mayor a la progenitora del padre ecónomo; y cuántas, por penitencia, me obligaron a comerme el plato lleno, con un palillo, en orden alfabético, después de rezar una decena de jaculatorias!
Sopa de letras, almuerzo y comida los martes y los viernes, cuando rezaban los misterios dolorosos, con el sobrante hacían calentao y onces los miércoles y sábados. Lunes y jueves, sopa de números antes de teología y a la hora del rosario y el domingo un revuelto de las dos sopas después de la misa mayor y antes de las completas.
¡Cuán terrible enviarle esos sermones paganos al estómago! ¡Ese purgatorio de platos blasfemos que estresan a los santos!
Los otros seminaristas sabían que yo cambiaba la sopa de letras por lo que fuera, una plegaria de papa, una prez de café, una delgada súplica de arepa, incluso llegué a cambiarla por una novena de alverjas duras como piedra. El confesor me dijo que el odio era un pecado grave, que cuando le sirven a uno lo que le desagrada debe poner la otra mejilla, es decir, un plato adicional para que se lo llenen, ¡al que no quiere sopa de letras se le dan dos tazas!
¡Cuántas veces la inquisición del padre rector me puso a sacar aparte, letra por letra, las parábolas del rico epulón y de las vírgenes necias! Nunca pude encontrar ni el primer versículo porque esa sopa fue inventada por gringos ateos, le falta la eñe y tiene más consonantes que vocales. Me llamaban san Fideo por mi aspecto enclenque debido a tanto ayuno, vigilia y abstinencia porque daban carne solamente cuando moría un obispo. Decían que la carne era uno de los enemigos del hombre por lo cara que estaba.
Poco a poco fui acumulando letras en el bolsillo de la sotana y un domingo de Pascua me tentó Judas y me hizo dejar en el plato esta confesión con mayúsculas: «¡Malditos locos, no me jodan más!». De una vez los formadores me llamaron apóstata y me corrieron del seminario a punta de escoba, como si se tratara de un réprobo.
Por desgracia la maldición de la sopa de letras continúa En el empleo que conseguí después, no descansaba leyendo cartas, recomendaciones, contestando solicitudes, notas, haciendo presupuestos, sumas, restas, multiplicaciones, regla de tres, etc., etc. De noche veía letras y números por todas partes. El otro día un contratista me invitó a una cena de agradecimiento y el mesero me trajo sopa de letras. ¡Imagínense ustedes! De una vez suspendí a divinis y excomulgué a las señoras madres del chef, del mesero y del dueño del establecimiento.
¡Ah, sopa de letras, sopa inventada por algún impío, hereje, sacrílego, relapso, infiel, irreverente; os condeno con plato, cocinero y todo; yo os odio por los siglos de los siglos!