Vida de perros

10 noviembre 2017 4:27 pm

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Los ociólogos hablan del lenguaje como reflejo del mundo. Y puede ser cierto. La realidad va modificando expresiones consagradas, como esa de «llevar una vida de perros». Exceptuando la adversidad de los perros vagabundos, los canes viven ahora mejor que mucha gente, lo cual habla bien de la filantropía de una sociedad que comparte posiciones con los caninos. También entre éstos abundan canes de apellido respetable, con educación extranjera y pelambre refinado, a quienes solo les faltan costumbres humanas para tener derecho al mejor hueso y a mirar por encima de la pata a sus congéneres callejeros, condenados a encontrar sobras, pisotones, sarna y muerte repentina e imprevista, porque a todos les va como a los perros en misa. En resumen, llevar una vida de perros podría ser aceptable según el estrato y la fortuna del amo. Eso lo había advertido Pitágoras: un ciudadano maltrataba a un galgo y el matemático lo insultó porque en el quejido del perro Pitágoras creyó reconocer la voz de un amigo suyo, muerto de cálculos en Vergina.

Hemos ido contaminando a los perros con las humanas grandezas para hacerlos parecidos a nosotros. Los canes responden a nombres de personas y a la gente le ponen nombre de perro. La idea viene de doña Manuelita Sáenz, la novia del Libertador. Pasó los últimos años en Paita, Perú, acompañada de una perrería bautizada con el santoral de los malquerientes de Bolívar: Carujo, Prudencio, Tejada, Florentino. El mastín más despiadado era Santander. Otra señora, Ilva Rasch-Isla, primera esposa del pintor Alejandro Obregón, sacaba a orinar a Julio Iglesias con bozal. Julio Iglesias era el nombre del perro.

Pero aun con todas las ventajas de una vida de perros, nadie quisiera tomar el puesto del mejor amigo del hombre cuando el amo incontinente le recorta la cola, las orejas o le da castidad con cirugía. Además, por andar todos como perros y gatos, la suerte de recibir una buena mordida ya no causa el aspaviento de antes. Ahora se usan otros métodos más eficaces y productivos.

En el proceso de humanización de los perros es racional darle al can la serenata de cumpleaños, que aúlle cuando lo exija el cantante; hay moteles, espás, joyerías, pompas fúnebres, cines, coach, cruceros, vacaciones de semana santa con todo incluido, latibook, guasap, tuíterdog, disfraces sexuales, etc., incluso los operan para dejarlos mudos a petición del vecindario.

En cuanto a los perros abandonados, una minoría asciende a mejor vida gracias a fundaciones beneméritas. El escritor Fernando Vallejo destina parte de la ganancia de sus panegíricos a sostener entidades defensoras de perros a quienes se les niega hasta el uso del espacio público. Pero queda en el limbo el peldaño cero de las castas perrunas, esa ralea maloliente, desnutrida, pulguienta, sin pedigrí, a la que se refirió un tal Diderot cuando dijo que cada cual tenía su perro. Que aun la gente pobre, sin tener comida para ellos, tenía un perro; que todo hombre quería mandar a otro y los más pobres, por no tener a otro a quien mandar, tenían un perro. Que el ministro era el perro del rey, el secretario el perro del ministro. Y así. ¿Será cierto? ¡Ah vaina tan horrible eso de ser el perro de alguien!

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