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Reguetón del redófilo nomofóbico

3 diciembre 2017 4:19 am
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Dicen los ociólogos que las redes sociales forman un credo de unos 3.500 millones de fieles. La mitad de los humanos practicamos la religión de la pantalla, que no precisa formas de pensar, nacionalidad o estribos sociales y domina la estadística mundial. La profecía de un apagón planetario el 11 de marzo de 2018, con pérdida total de las comunicaciones virtuales, ocasionó esta semana la encíclica del Credo Ecuménico de Redófilos:

«Ocurrirá el fin del mundo el día que se acabe el face o no sepan de nosotros los que nos someten a vigilancia constante en el wasap; el día que no se pueda mandar un tuit, lograr el me gusta, el emoticono, la sonrisa, el aplauso que nos hace sentir tenaces cuando otro acepta lo que a uno se le ocurre. ¡Se acabaría la comunicación entre parejas! Es imposible el cacharro de volver a conversar en público, usar la voz y el rostro para conseguir panas, como hacían los cavernarios, hiperantemilenials o cocacolos del otro siglo, hablar con aburridos en la esquina, en el parque o bebiendo tinto. ¡Imaginen ustedes el oso de andar por la calle sin manos libres, viendo uno con quien se cruza, sabiendo para donde va o en qué lugar se encuentra! La plaza virtual es el mundo real donde uno sabe quién lo aprecia, la ventana que permite gritarle al planeta si estamos tristes o alegres o si nos duele una muela o estamos sollaos. ¿Cómo va uno a exponerse con tanto atracador y jíbaro suelto? Además, la foto del perfil nos mantiene sardinos para siempre. Con un mensaje, un estado, una foto, uno dialoga, pechicha, comparte, insulta, domina al otro, amenaza, menosprecia, es intenso; uno piensa en sí mismo como debe ser. Un meme, una actualización, una selfie, un video, le dan materile al estrés y nos vuelven manes importantes».

Las redes sociales forman la redofilia sin libro sagrado, profetas, ni culto, una especie de paraíso donde acecha solamente la culebra de la vigilancia oficial.

«¿Cómo puede existir un mundo en el que estemos todos desconectados? ¡Cómo pueden privarnos de caminar, estudiar, camellar, comer, foquiar, etc., sin ir mirando el móvil para ver si hay mensaje, llamada, e-mail, es decir, webear, chatiar, retuitiar, youtubear, guasapiar, instagramiar, etc.! ¿Cómo pueden privarnos del placer de poner el dedo donde no es y que el mensaje le llegue al bagre equivocado? Los asociales y calcetos por fuera de este credo nos tienen mamados, ¿cómo pueden prohibir que entremos al baño sin wifi?»

 

La pastoral termina con el Reguetón del redófilo nomofóbico:

(Acompañar con bombo y platillo)

«Oh, diosa de la red que me das la aprobación que necesito,
el saludo, la selfie, el retuit para llenar mi tiempo, el video, el meme,
la notificación que desbloquea las trizas y estreses de mi vida.
Eres el pan virtual que me alimenta, la virgen que me lleva
de me gusta en me gusta, la dosis personal contra el aburrimiento,
la que me exige vivir para el mensaje, añorarlo, esperarlo,
leerlo como si fuera el último, responder y soñar con el que llega.
Me acuesta y me levanta tu aplicación hiper mega omnipotente.
Ya no soy para mí sino para ti.
Eres la que me hizo descubrir que hay algo más allá de la pantalla».

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