Por Pedro Elías Martínez
Cada uno es como Dios lo hizo y a veces pior, decía Sancho. Y don Miguel de Unamuno, enalteció el refrán con elegancia: «Cada uno con su cadaunada».
¡Cómo hace falta entender las cadaunadas, para comprender a los demás seres! Gordos, flacos, altos, bajitos, negros, blancos, verdes, azules, rojos…, pobres, ricos, sabios, zafios, ateos, creyentes, mujeres, hombres, vacunados, antivacunas, plantas, animales… Si lográramos asimilar la existencia de puntos de vista fuera del nuestro y que nuestra forma de vivir no es la única, ni la más perfecta, no trataríamos de imponer nuestras convicciones a otros, a veces a la fuerza.
Porque, hablando en serio, en la variedad está la supervivencia. Los refranes lo dicen… una cosa es con violín… una cosa piensa el burro… Pambelé lo resumió todo en una frase poética: Una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa. Si todos fuésemos presidentes, políticos, escritores de telenovelas, banqueros, magistrados o criminales, el mundo se habría acabado hace tiempo. Cada quien tiene sus cosas raras.
García Márquez creía que los caracoles para trancar la puerta, los pavos reales, las flores de plástico y los fracs, atraen mala suerte. En cambio las flores amarillas lo inspiraban. A veces rompía una tras otra las hojas donde había intentado escribir algo. De repente descubría la causa del bloqueo. No estaba la rosa amarilla en el jarrón. «Pego un grito, me traen la flor y todo empieza a salir bien».
El dictador venezolano Juan Vicente Gómez, manejaba su país como si fuera su hacienda La Mulera. Nunca presentó en público a su concubina Dionisia Bello, pero ella, para desquitarse, les contó a sus amigas que su Excelencia hacía el amor con las botas puestas.
Cuando murió la reina Isabel I de Rusia, en 1762, hallaron en el ropero más de quince mil vestidos. La pobre viejecita se cambiaba de ropa varias veces al día y dos o tres veces en la noche, según el ajetreo.
Julio Flórez y sus amigos de La Gruta Simbólica iban una tienda llamada Las Fosas, enfrente del cementerio de Bogotá. Ya borrachos, entraban al camposanto a desenterrar muertos para beber en los cráneos. Dicen que Julio Flórez tomó chicha en el cráneo de José Eustasio Rivera, antes de escribir Boda negra.
Pío XII, papa durante la segunda guerra mundial, odiaba las moscas. No podía ver una porque la aplastaba con el periódico o lo que tuviera a mano. Las perseguía por los corredores y jardines del Vaticano, con insecticidas y matamoscas.
Balzac consumía unas 50 tazas de café al día. Freud fue uno de los primeros defensores de la cocaína. Einstein salía a pasear con su violín, observando los pájaros, mientras tocaba melodías de Mozart.
Las cadaunadas son condimentos del vivir y van aumentando con la edad. Cada uno es cada uno y tiene su cadaunada:
IN MEMORIAM
«Fue mi compadre Juancho un viejo pío
que murió dulcemente hace ya un mes.
Cayó en coma diabético, dijeron
las viudas del prestante feligrés.
Olor de santidad no le faltaba,
jamás el agua acarició sus pies.
Porque de media nunca se cambiaba.
Las usaba al derecho y al revés».