Por Fabio Olmedo Palacio
Sor Verónica, fundadora de Le su comunio (Comunión de Jesús), recordaba al analizar esta pandemia, la historia del gran Titanic “Era insumergible, era un palacio flotante, un paraíso artificial. Hubo varias alertas antes del naufragio, pero no hicieron caso. Un iceberg venia a gran velocidad. El choque produjo una grieta y comenzó a inundarse. No se alarmaron. Nadie era consiente de la gravedad, solo había una grieta. No se iba a hundir, era imposible. Cerraron puertas a los de tercera clase. Se ordena a la orquesta que toque algo alegre. Se partió en dos y se hundió. El hombre al olvidar a Dios, se magnifica”. Vimos venir la catástrofe muchas veces, la subestimamos y en el caso Colombiano no obstante tuvimos las advertencias ante nuestros propios ojos, las ignoramos y fuimos testigos silenciosos de como nuestra sociedad, se enfermaba, consumiéndose con el dinero fácil, viniera de donde viniera y al costo que fuera. Comenzamos a “construir” una subcultura del todo vale, dejamos atrás las enseñanzas de nuestros padres y abuelos, como por ejemplo, lo que en la vida se consigue con trabajo y sacrificio, es lo que más satisfacción trae, el levantarse temprano asegura el éxito , no apropiarse de lo que no es mío, mi mejor legado es la educación, salude hijo y despídase con respeto, el trabajo dignifica, aprende a perdonar, no seas soberbio, haz el bien y no mires a quien, por encima de cualquier cosa esta la familia, en fin, principios y valores básicos, que construyeron una sociedad aunque no perfecta, nos permitió avanzar.
Hoy en día, queremos ganar, “Estatus” por la vía rápida del atajo, cómo llego a un cargo público y en cuatro años me lleno los bolsillos a costa de socavar los dineros del Estado, no importándome los riesgos a los que someto a la mi familia, o como empresario, cómo defraudo al consumidor, o corrompo al funcionario para asegurar un negocio, así este en juego la estabilidad de una obra, o la salud de toda una comunidad , o como ciudadano hago de los atajos una forma de vida, el colarme en una fila, el ponerme el cinturón de seguridad del vehículo solo cuando estoy frente a la autoridad, el valerme de coimas, para tener acceso mas rápido que otros a un servicio, el vendedor de café, que lo moja para que pese mas y obtener ganancias adicionales, o el que transporta leche y le revuelve agua en la mitad del camino, o los que adulteran medicamentos, licores o productos que ponen en riesgo la vida de los seres humanos que los consumen, o los que venden bienes o servicios defectuosos o de mala calidad y luego se ufanan de la “tumbada” que le pegaron al vecino, amigo y hasta el familiar, el hecho de echarle la culpa al otro de mi mediocridad, o de lo que creo es mi desgracia, en fin, son muchos los ejemplos que podríamos traer a colación y que reflejan claramente que nuestra sociedad requiere de un cambio sustancial.
Los colombianos hemos pasado por pruebas muy difíciles, que nos han constado lagrimas y sufrimientos, como para no aprender de nuestros propios errores. Boris Cyrulnik anotaba “si no evaluamos las causas que nos han conducido al desastre, estamos condenados a que se repitan, los Napolitanos, después de la erupción del volcán Vesubio, volvieron a construir sus casas en el camino de los ríos de lava”. Todas estas reflexiones, me llevan a proponerles con respeto, un volver a lo básico, a las enseñanzas que nos transmitieron de generación en generación, nuestros abuelos, padres y maestros, ahí esta la cantera que puede entregarnos el rumbo que debemos seguir para que nos reencontremos en el camino del progreso y en la construcción de una sociedad mas justa e incluyente.