Por Fabio Olmedo Palacio
En estos días los colombianos y el mundo entero, hemos asistido a través de los medios de comunicación, al llamado que la famosa JEP le ha hecho al secretariado de la guerrilla de las Farc, para que bajo la ley de verdad, justicia, reparación y no repetición, le confiesen al país los crímenes que perpetuaron contra nuestros compatriotas, por más de 60 años y logremos según los inspiradores del desprestigiado acuerdo de paz, una reconciliación nacional, con un arrepentimiento serio y verdadero. Pero qué hemos recibido los colombianos a hoy. Nos han revictimizado una y otra vez, se burlan de nosotros con declaraciones calculadas milimétricamente, buscando no solo protegerse éllos mismos, sin salirse del libreto de las páginas del “acuerdo de paz”, que ayudaron a construir con la complicidad del gobierno anterior y de actores internacionales muy bien pagos, sino también, que han buscado encubrir a personajes oscuros de la vida nacional, que encontraron en éllos, una forma de camuflar los pecados cometidos contra los Colombianos.
En un documento reciente del Centro de Memoria Histórica, establecimiento público, creado para reunir y recuperar los testimonios orales, textos, documentos o cualquier otra información que permita reconocer los hechos de violencia, para que visualice y dignifique a las víctimas del conflicto armado, a sus familiares y demás personas que hayan intentado prevenir estas violaciones a los derechos humanos, nos muestra que en nuestro país, ese conflicto, ha dejado la escalofriante cifra de 8.706.664 víctimas, de las cuales 2.365.997 son niños, 5.000.000 de desplazados, 24.842 secuestrados, 220.000 homicidios. También desde 1958 se cometieron 854 ataques a poblaciones, 342 masacres, más de 4.300 asaltos a bienes civiles, despojo de más de 1.000.000 hectáreas de tierra y más de 4.000 niños reclutados a la fuerza. El Centro de Memoria Histórica, tiene documentado todos estos asesinatos selectivos, secuestros, masacres, extorsiones, desapariciones forzadas, despojo de tierras, torturas, amenazas, violencia sexual, narcotráfico, siembra de minas antipersonas, que ha tenido como víctimas a policías, soldados, niños y niñas, profesores, empresarios, dirigentes politicos y sindicales , campesinos, sacerdotes, pastores y civiles de todos los sectores sociales. Casos tan emblemáticos como el asesinato de Álvaro Gómez Hurtado, un hombre de una estatura moral, humana e intelectual como pocos, que como lo dijo Abelardo de La Espriella en reciente artículo “Colombia era un villorrio acostumbrado a políticos del común y a prácticas politiqueras, en el que un estadista con visión global sobre la cosa pública y convicciones profundamente democráticas, además de una honestidad a toda prueba, generaba gran prevención entre aquellos que añoraban que las cosas siguieran como estaban”. Desafortunadamente para el país, encontraron en manos asesinas, unos cómplices para apagar el faro que la nación tenía para llegar a un puerto seguro y orientarnos por el camino del desarrollo, la reconciliación y la prosperidad que tanto hemos buscado y que se muestra esquiva en esta tierra de Dios. En declaración reciente el jefe de la guerrilla de las Farc, Rodrigo Londoño, alias Timochenko, refiriéndose al magnicidio de Álvaro Gómez Hurtado, con gran cinismo y con intereses oscuros que todavía no son claros, dijo “era un objetivo militar y un enemigo de clase, que representaba a quienes les habían declarado la guerra”. El asesinato de Jesús Antonio Bejarano, un eterno enamorado de la paz, salido de las entrañas de la Universidad Nacional o el vil asesinato del general Fernando Landazábal Reyes, que cumpliendo su deber constitucional como Ministro de Defensa y soldado, los combatió de frente y sin tregua, son algunos de los los mártires de la patria, que claman a gritos, al igual que sus familiares, para que no quede en la impunidad, el mayor genocidio que se haya cometido contra nación alguna. Parecería premonitoria esa frase de Gómez Hurtado al decir que “estamos aproximándonos a un futuro sin esperanza “.