“The Cáncer”

5 febrero 2022 8:49 pm

Compartir:

Por Johan Andrés Rodríguez Lugo

Wade y Vanessa se encuentran sentados en un consultorio, expectantes, la médica está a punto de darles el resultado de los exámenes. Los meses anteriores habían sido de alegrías, experiencias, sexo y mucho amor; habían decidido estar juntos, compartir sus libertades y era momento, como dicen, “de sentar cabeza”, pero Wade Wilson sabía que lo que venía no era positivo y recuerda lo que había sido su vida hasta ese instante, entonces reflexiona y nos dice: “La vida es una serie interminable de desastres con intervalos breves, como comerciales, de felicidad. Este había sido el mejor corte comercial, así que era momento de volver a la programación habitual”.

Antes de convertirse en Deadpool, a Wade le diagnosticaron cáncer terminal y lo primero que decidió fue irse y procurar que Vanessa, su pareja, no sufriera. Buscó todos los medios para curarse, todas las formas, hasta que apareció lo que se suponía sería el fin de ese dolor. Nuestro Wade tuvo claro desde el mismo instante en que le dieron la noticia de que la peor parte del cáncer no es lo que le hará a quien la padece, que de hecho ya es horrible, si no la forma en que afecta a las personas que rodean: la familia, los amigos, las parejas. Porque la primera certeza es que la muerte se adelanta para quien sufre de cáncer y es un hecho, pero quien lo padece quiere proteger la vida de los otros porque sabe: Es eso lo que hacen los superhéroes, ¿no?

Con su adiós voluntario quería evitar el dolor, la angustia, y el peso de la carga a Vanessa, sabía que esta lucha era de él y a pesar del amor, ella debía seguir su vida porque las probabilidades de regresar con vida eran mínimas, entonces ella no debía esperarlo. Luego, sabremos, ella sufrió su ausencia, su recuerdo, su adiós; esperó, aguantó, guardó la esperanza de volver a encontrarse con él. Afortunadamente para ella Wade regresó convertido en Deadpool y más poderoso que el mismo Wolverine. ¡Genial!

A lo que voy con esto es que mamá también eligió el silencio, la ambigüedad y el adiós. Nos enteramos luego, cuando los resultados llegaron meses posteriores a su muerte, que su cáncer se incubó por semanas, incluso meses, incluso años. Sabíamos que ella era una mujer enferma, ya los controles de presión la mantenían con medicamentos, las escaleras no eran sus mejores amigas y la gastritis o los problemas estomacales eran cotidianos, supusimos que era la edad, pero no, era “The Cáncer”.

Con mi hermana fue diferente, luego de exámenes vino la realidad, no era un problema del túnel carpiano, era un rabdomiosarcoma, que es un tipo de cáncer que suele comenzar en los músculos que se unen a huesos y que ayudan a mover el cuerpo, pero puede aparecer en muchas partes, a ella le apareció en un brazo, el derecho, con el que cortaba telas, enhebraba agujas y producía vestidos, faldas y camisas para sus clientas. Su lucha duró un año y unos cuantos meses, tampoco regresó. Nos explicaron, también, que es un tipo de cáncer que le da a uno en un millón, y bueno, a veces se amanece con suerte.

Luego de ellas entonces le ocurrió con mi primo, a quien la Leucemia, que es un tipo de cáncer de la sangre que comienza en la médula ósea, le ganó la batalla, y rápido, como a mamá, la guerra duró solo un mes. Luego le pasó a mi tío, a algunos amigos de papá, a algunos vecinos, conocidos y desconocidos. “The Cáncer” es el protagonista de la semana, del mes, del milenio. Estamos conmemorando la fecha de la lucha contra él. 

Frecuentemente en las discusiones familiares regresa el tema, preguntamos si nos estamos haciendo controles, si todo va bien, si hemos sentido cosas extrañas, formas diferentes, sentimientos diferentes, sabemos que la pregunta no es: ¿nos tocará padecerlo?, si no: ¿Cuándo?. Cada integrante de nuestra casa sabe que las probabilidades en nosotros son mayores, y sin embargo vivimos, porque como dicen, se debe vivir para seguir viviendo. A pesar de todo, tratamos de seguir, de sonreír, de aprovechar estos instantes. Cada uno en sus formas le hace frente al pasado, a los recuerdos, a las ausencias.

Conocemos diariamente historias de guerreros que le ganan la batalla a “The Cáncer”, que tocan la campana del hospital anunciando su triunfo, su regreso a la cotidianidad, su nueva oportunidad de vivir. Les dan ánimo a los compañeros, a los amigos, a los familiares, se convierten en ese mismo instante en ejemplos de vida y muchos siguen como si nada, como si nunca y está bien, otros recaen, otros no pueden seguir, otros se van del todo.

Así que quedamos los otros, los que acompañamos, los que procuramos hacer sentir bien a quien padece la enfermedad, les sacamos sonrisas, les recordamos lo valiosos que son para nosotros, hacemos sentir que la vida tiene sentido, porque es en ese momento cuando al parecer la vida cobra sentido y creemos que entonces hay que vivir y procurar hacer que los otros vivan, que se sientan cómodos, limpios, útiles. Pero a veces no es suficiente, a veces es inevitable ver cómo la persona se va consumiendo, cómo se va adelgazando, cómo el cabello no regresa, ni las pestañas, ni las sonrisas. A veces se deben quitar partes del cuerpo: brazos, piernas, senos, y tratar de hacer como que esto no ocurrió y entonces aparece, como le sucedió a mi hermana, el síndrome del miembro fantasma, un dolor inexplicable en algo que ya no está, pero que se siente como si estuviera.

No hay palabras amables para referirnos a “The Cáncer”, solo una constante lucha por estar pendientes, por hacernos autoexámenes y exámenes, por saber cómo podemos contrarrestar sus efectos, sus momentos, su aparición. Esta semana el ómicron descansa de ser el protagonista, esta semana y las posteriores regresamos a la programación habitual, de las muchas que hay por salvar la vida, por protegerla, por salvaguardarla. Tratamos de evitar lo inevitable, la certeza del adiós, la certeza de la ausencia, la muerte misma que a veces se nos adelanta, o ¿quién sabe?, quizás somos nosotros los que nos queremos adelantar.

 

El Quindiano le recomienda

Anuncio intermedio contenido