Carolina:
Me devoré tu libro en una noche. Sabes que lo descubrí gracias a twitter: un retweet, un comentario, una publicación de El País, El Tiempo y El Espectador. Luego te seguí, luego seguí la cuenta de Cartas a la Carta y luego, finalmente, te escribí para que me dieras más detalles sobre este epistolar de reclusas de la cárcel Pedregal de Medellín.
Gracias por tu amabilidad y prontitud en la entrega del libro, gracias por estar pendiente aún cuando la empresa de mensajería se demoró más de lo esperado. Gracias por ese embalaje tan especial. Hace mucho no recibía una carta en un sobre blanco con bordes de color azul y rojo que dijera mi nombre y además trajera adentro un libro. Gracias. Abrirlo fue una experiencia muy especial, sobre todo para mi hermana, quien fue la que lo recibió y de inmediato me mandó la foto que yo te envié para cerrar esta transacción.
El libro me pareció increíble en su forma: color azul, en la portada una simulación de puerta de celda, hojas que transitan entre el blanco propio del papel y el azul que da la entrada a las cartas, que son historias, que son recuerdos, que son gritos y sueños de esperanza. Ni te cuento mi impresión al ver las estampillas. Estaba emocionado. Luego, en la noche del jueves, cuando llegué a mi casa hice café, me senté y tomé el libro. Hice lo que siempre hago: leer la contraportada, mirar la portada, abrir la página legal, leer el índice, pasar rápidamente las hojas para hacerme una especie de tráiler y saber si tiene imágenes, fragmentos o cualquier cosa. Me gusta descubrir. Posteriormente empecé a leer.
Lo primero que me atrajo al leer las notas y reseñas del libro que publicaste al ganar la Convocatoria de Fomento y Estímulos para el Arte y la Cultura 2022 de la Secretaría de Cultura Ciudadana de Medellín, fue el comentario que aparece dentro del libro: Periodismo al servicio del amor. Con eso quedé enganchado. Pensar la labor a favor de algo tan sublime me pareció impresionante. Yo antes escribía cartas, cuando estaba en el colegio, le escribí a mis amigos y amigas, a algunos amores, a personas especiales. A diferencia de lo que haces que es escribir a puño y letra, o enseñarle a escribir a las reclusas, o dar talleres de cómo escribir, o solicitarles a las personas que te presten sus manos para escribir como se debería escribir: con las manos y no con la punta de los dedos, yo las imprimía porque mi letra es horrible.
No se me pasó por la mente que escribir cartas fuera también una labor que se hiciera con el mismo empeño con que se hace la reportería, con la misma responsabilidad con la que se ubica a las fuentes, se escuchan, se entienden, se escriben y se publican. Las cartas para mí fueron, hasta ahora, un acto privado, pero luego de leer la manera en que usaste esto que se supone que aprendemos en la academia para ir, hablar con las reclusas, escucharlas, tomar algunos apuntes solo con la compañía del papel, tus sentidos y un lápiz quedé impresionado y agradecido porque la labor se repensaba nuevamente.
Pensé, al leer las publicaciones y posteriormente las cartas, en un cuento de Laura Restrepo que se llama “Amor sin pies ni cabeza”, te imaginé, Carolina, como la protagonista de este cuento: una periodista que entra a la cárcel, una mujer que es ultrajada en su dignidad antes de hacer su labor, una mujer que entra al patio, habla con las reclusas, las mira, las observa, las escucha y luego las narra. Una mujer que se repiensa esto de la humanidad, que no juzga, ni señala, ni cuestiona, ni espera que se abran más cárceles porque sabe que esa no es la solución. Una mujer profesional que hace lo que tiene que hacer de la mejor manera posible. Reconocer la humanidad en todos es quizás el primer paso a la empatía luego del error, de algunos errores, quizás.
Te pensé como la tallerista que da clases de escritura, que enseña a leer, que asiste a la cárcel por el gusto de hacerlo. Fue interesante saber que todo inició cuando decidiste una práctica en la cárcel aun teniendo otras posibilidades, que como dices en algunas entrevistas, quizás eran más cómodas, pero no tan emocionantes como ir a escuchar las historias de las reclusas, no con el morbo de quien quiere saber por qué hicieron lo que hicieron, sino por el gusto de escuchar y quizás poder visibilizar esas otras cosas que hay en una cárcel. Pensé en mamá y en las clases de costura, de tejido con agujas de madera, de pintura que dictaba en la cárcel de Calarcá. Algunas de las cartas también narran esto: mujeres que van a estudiar y a aprender cosas, que se repiensan su quehacer y quieren cambiar sus formas de vida. Que luego de encontrar en el arte una forma de expresión entendieron que hay otros caminos. Mamá me contaba esas historias y al leer las cartas regresé a esos recuerdos. Gracias por traerme el recuerdo de mamá haciendo lo que le gustaba.
Gracias, Carolina, finalmente por estas 11 cartas que se publican en el libro “CARTAS DE PUÑO Y REJA”, un epistolar que se divide en las introducciones que escribes al explicarnos cómo fueron concebidas las cartas y que luego asistimos a la voz misma de la reclusa enviando sentimientos, amores, recuerdos, ilusiones, despedidas, enojos. 60 páginas publicadas en un formado artesanal, diferente, con la marca Colectivo Remitentes en donde los textos son tuyos: Carolina Calle Vallejo y las ilustraciones son de Isabella Soto Vallejo. Gracias a Ramón Pineda editor de este libro, a la coordinadora editorial, María Victoria Vallejo, al corrector de estilo, Juan David Villa, y a todos quienes hayan hecho posible este texto que se puede adquirir en Bogotá, Medellín, Río Negro o escribiendo a las cuentas de redes sociales Twitter o Instagram: @cartasalacarta.
De un lector emocionado
Gracias.
Johan Andrés Rodríguez Lugo