Johan Andrés Rodríguez Lugo
Tembló, tiembla y temblará. No importa cuándo se lea esto, sucede, sucedió y sucederá. Habitamos un espacio inestable en todo el sentido de la palabra <>. El movimiento es constante en esta vida que nos tocó, en este país y en este departamento, nos movemos, pero también nos hacen mover. Lo que está quieto no dura mucho y lo que se mueve pareciera que no se puede detener. Movilizarnos hace parte de la vida misma, el estarse quieto se vuelve rutinario y aburrido, y cambiar es siempre mejorar, eso dicen. Los movimientos de la tierra son liberadores para esta, es un tema del paso de energía y las placas tectónicas que existen. Todo se repite, la naturaleza se organiza, responde a lo que quiere, para esta es normal hacerlo, solo nosotros nos asustamos con lo que sucede. Creemos que solo somos quienes deberíamos hacer mover las cosas.
No recuerdo un temblor antes del terremoto de 1999, pues qué más que ese movimiento telúrico que acabó con el departamento del Quindío y parte de Risaralda. Que sigue acabando, porque no lo hemos superado. No hemos hecho el duelo. No hemos racionalizado que sucedió y que volverá a pasar. Muchos viven con la idea de que el pasado no se toca y el futuro hay que esperarlo, por eso cuando tiembla parece como si fuera la primera vez. Nadie habla de los temblores hasta que vuelve a temblar, nadie cuenta historias de supervivencia del terremoto hasta que vuelve a temblar, y aunque en el Quindío tiembla cada tanto, siempre es tema de conversación volver a decir las historias, porque es eso, las decimos, no las contamos, porque si las contáramos realmente las analizaríamos con cuidado y aprenderíamos de eso. Ese es el problema, no aprendimos nada, ni del terremoto ni de la pandemia.
Esta vez abordé un taxi, era medio día, ya saben, me senté adelante porque el conductor iba a entregar una encomienda una cuadra arriba y mi destino le servía. Yo no tuve problema en subirme y esperar que terminara su primer mandado. Subimos por la carrera 14 desde la Universidad La Gran Colombia hasta el Parque de la vida. Nos detuvimos en el semáforo de Fundadores, al frente de Frisby. Miré por la ventana, todo estaba tranquilo. De repente el carro empezó a moverse de un lado a otro, observé al conductor y supuse que por alguna razón con su pierna hacía balancear el carro, tal vez frenando y acelerando, buscando el “sonidito aquel” para mandarlo a arreglar, tal vez no frenó bien, bueno, no sé nada de carros y solo supuse que agitar el carro desde adentro era posible. El hombre también me miró, pero no dijo nada.
En la emisora la música se detuvo y el locutor informó que acababa de temblar en Armenia, luego dijo – y sigue temblando – a lo que ya el conductor y yo entendimos el movimiento. Le expliqué mi pensamiento, él me explicó el suyo, pensó que alguien desde afuera estaba moviendo el carro y ya se iba a bajar a revisar. Lo que siguió fue lo de siempre: ¿usted es de aquí?, ¿cómo vivió el terremoto?, ¿recuerda?, ¿se murió alguien?, ¿cómo vive ahora? Siempre es igual, tiembla y recordamos, deja de temblar y olvidamos. Pocas veces me dan susto los temblores, afirmo que no les temo, siempre trato de tener una buena reacción ante el hecho y busco que los demás estén tranquilos. Quizás fue porque una vez estaba en una cancha de fútbol acompañando a mis primos en un partido. Era medio tiempo, yo me acosté en el pasto y puse mi cabeza contra el césped, justo en ese momento empezó a temblar y yo escuché cómo la tierra rugía desde adentro mientras la energía pasaba por debajo de mí, no me asusté, porque no había nada qué temer, estaba en una cancha, nada me iba a caer encima, me quedé quieto y esperé. Siempre digo que desde ese día dejé de temerle a los temblores. Una fortuna para alguien ansioso y paranoico como yo.
He pensado que existen muy pocas historias sobre lo sucedido en 1999. El último relato que leí está en el libro “Papel Sensible” de Juliana Castro Varón, con quien conversamos en la librería Pensamiento Escrito durante la presentación de su libro y coincidimos en que las personas no quieren recordar hechos trágicos. Nosotros vivimos el terremoto a la misma edad, eso me pareció curioso, porque ambos la narramos. Yo escribí una crónica hace un tiempo, hicimos en la revista El Rollo un especial que incluye varias crónicas sobre lo vivido y cada que propongo el tema muchos se animan a contarlo, pero otros rechazan el recordar por la pena que les causa. Muchos ya no recuerdan, es un evento que omitieron de sus días, sabemos qué pasó, cómo pasó y lo que vino luego, pero pocos lo han superado.
Y así seguimos. Sin recordar, sin superar, sin hablar de eso. Cada que tiembla, repito, es como si fuera la primera vez. La gente no sabe cómo reaccionar, el pánico se apodera de todos y todas. Los gritos, el llanto, el desespero toman la batuta de las personas y suceden cosas que son, incluso, más grabes que el mismo temblor. Los planes de contingencia y los simulacros se toman en recocha, la gente se ríe mientras camina y sale del edificio, muchos creen que todo es una bobada y mientras sea simulacro es solo una pérdida de tiempo, pero cuando sucede el evento no saben qué hacer. No hay seriedad ni para la supervivencia, pero se nos pide ser serios y maduros con la vida. ¿ustedes tienen un plan para cuándo se vuelva a presentar un terremoto?, ¿han hablado con sus familiares sobre un punto de encuentro?, ¿tienen preparado un presupuesto por si se llega a presentar otro terremoto u otra pandemia?, ¿sienten que aprendieron algo del terremoto o la pandemia?
Quedé asombrado de ver las reacciones en X (Twitter) de los bogotanos y habitantes de la capital colombiana durante el temblor pasado, afirmo que me refiero al del jueves al medio día porque no sé si de aquí a que se publique este escrito volverá a temblar, tal vez sí. La gente estaba en pánico, parecía una catástrofe nunca vista, la gente escribió cosas, relató el hecho de forma especial. Muchos hicieron videos narrando su sentir. Incluso yo “x-tié” (Twittee, aún no nos han enseñado a conjugar el nuevo nombre), preguntando si era que nunca había temblado en Bogotá. Quedé aterrado al ver las fotos de los edificios con grietas y las partes de techo que cayeron en el Congreso. Varios amigos que estaban allá reportaron que la gente estaba inconsolable, pero luego se preguntaron por los planes de contingencia. Nadie sabe qué hacer. Cómo reaccionar. Todos entran en pánico. Todos corren, salen, gritan, huyen, quieren sobrevivir.
El hecho más lamentable fue el de la señora que al darse cuenta – según narran varias noticias – de que estaba encerrada en el apartamento de un amigo con quien pasó la noche, salió por la ventana y cayó al vacío. Los vecinos grabaron el hecho de principio a fin, nadie hizo nada, porque nadie podía hacer nada. La señora sale por la ventana, se trata de coger de los barrotes y con sus pies pisa mal la estructura y cae. Fin. Murió. Otro suicidio, pero no como los de siempre, como los de todos los días, de los que tampoco se dice mucho, ni se habla, ni existen planes de contingencia reales. Muchos no quieren morir rápido, pero tampoco se hacen cosas para seguir viviendo. Las políticas públicas en materia de protección ante eventos de estas características son mínimas, por eso hablamos de otras cosas, porque bueno, en todo caso ya no está temblando, cuando tiemble volvemos a conversar.