Adiós, jefe

24 marzo 2024 1:33 am

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Johan Andrés Rodríguez Lugo

Walter no llegará por el tinto que le tengo en esta mesa del café La Tertulia de Calarcá. Por más que lo espere, que mire hacia la esquina por donde aparecía cuando dejaba su moto guardada en el parqueadero, por más que levante la cabeza cada tanto, no llegará. Solía usar sus camisas por dentro, los pantalones oscuros, los lentes negros y un maletín en donde guardaba la ropa del gimnasio. Tampoco lo veré allá levantando pesas. Ni a las seis de la mañana cuando nos encontrábamos, ni al medio día cuando iba porque la jornada laboral le impedía ir temprano, ni tampoco lo verán a las cinco de la tarde cuando iba a veces antes de salir para sus clases de derecho. Por más que lo espere, lo esperemos, ya no vendrá.  

Walter no llegará a esta mesa, se fue, se fue para siempre, se murió. Decirlo así es muy fuerte, lo sé, pero es lo que pasó: Se murió. El nuevo jefe de inventarios de la Alcaldía de Calarcá, que estudió administración de negocios y que se estaba formando como abogado no va a regresar y el dolor que tenemos no se va a ir pronto. La tristeza, la angustia y las preguntas se harán constantes durante los siguientes días, las siguientes semanas y para algunos los siguientes años, hasta que, de repente, nos llegue el turno.

Asistir a la muerte de mis amigos ha sido una experiencia desastrosa. No se la deseo a nadie. Es cierto que la muerte es la única certeza que tenemos y hay quienes bailamos con ella en ocasiones. Que nos coquetea, que la buscamos, que nos alejamos. Que la conocemos, la sentimos y que nos encuentra de tanto en tanto cuando nos creemos infinitos. La muerte es enemiga para muchos, pero es una constante, al fin y al cabo. Está, aunque no queramos, y nos abrazará cuando no nos demos cuenta, por eso llorar a mis amigos y conocidos se me ha hecho costumbre. Tengo claro que la muerte es eso que pasa luego de estar vivos; dicen algunos que a veces hay muerte en vida y otros creen que la muerte solo es la trascendencia de un estado. Yo la pienso en la primera definición, estamos y luego no, somos efímeros, sin embargo, este sentimiento de ausencia me recuerda cada tanto la fragilidad de la vida. Ver morir amigos, repito, es parte del ejercicio.

Lo peor es que la vida sigue y esta es la discusión. Todo continúa. El aviso de la muerte de Walter me llegó en un ascensor mientras me dirigía a una reunión. A los asistentes de esta reunión también les avisaron antes de encontrarnos. Mientras yo caminaba hacia el sitio lloré lo que pude al tiempo que llamaba a otro amigo para contarle, lloré lo que alcancé, lo que me permitieron los minutos previos a la reunión. Después me di cuenta de que todos hicimos lo mismo: lloramos, nos permitimos llorar, antes de llegar a la oficina porque sabíamos que había que seguir, había que cumplir lo programado, había que vivir mientras tanto.  

La reunión se hizo larga, cumplimos la agenda, dimos conclusiones, quedaron las tareas divididas, hicimos lo que debimos, es cierto, con los ojos rojos, la voz temblorosa y la cabeza haciéndose muchas preguntas; cumplimos, terminamos y salimos a seguir trabajando. Habrá más espacios para sentir la tristeza y la soledad, supongo, pero esa mañana todos nos encontramos con el mismo sentimiento y a pesar de él seguimos porque se nos dice que finalmente nada se detiene, el mundo gira, la vida sigue. Cómo quisiera, a veces, que todo se detuviera y dejar de sentir tanto.

Esta semana fue el cumpleaños de Guille, otro amigo que también murió joven y a quienes lloramos los mismos que ahora estamos llorando a Walter. Nos despedimos y seguimos. Y vean, nuevamente nos toca hacer lo mismo. El 16 de marzo, mamá hubiese cumplido años, si tampoco se hubiese muerto y si no nos hubiese tocado llorarla, recordarla y seguir. Hicimos cosas en mi casa, aprendimos de cierto modo a vivir con la ausencia – las ausencias –  y aprendimos a seguir, a hacer cosas y a seguir, a vivir con ausencia y a seguir, seguir, seguir, seguir, mientras seamos quienes nos vayamos, mientras es a nosotros a quienes se llora, se extraña y se recuerda.

Walter se fue y no vendrá por su café, aquí queda en la mesa, como quedan los recuerdos, los chistes y las ocurrencias que dijimos durante estos años de amistad. Mientras escribo esto veo la gente pasar, saludarme y continuar, pero sé que Walter no vendrá. Ya no me dirá jefe, yo tampoco le diré jefe, ya no tomará decisiones por Calarcá con nosotros. Razón tuvieron los medios que titularon la noticia como “La Alcaldía de Calarcá está de luto”, porque es cierto. Estamos de luto y la tristeza que nos invade no se irá tan pronto como se fue Walter, con la juventud intacta y tantos sueños por cumplir. Aquí seguimos, aquí estamos, aquí lo recordamos.

Querido jefe, hasta siempre, hasta que el infinito recuerdo que tenemos se junte con nuestra efímera existencia, hasta que nos encontremos, si es que eso es lo que sigue. Adiós.

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