Vuelve y juega

9 septiembre 2019 12:00 am

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Daba la impresión y, era real, que disminuía la violencia en nuestro país; a partir de 2004 bajó la tasa de homicidios, pero en el año 2018, los homicidios aumentaron en un 6,7 %; la raíz debe buscarse en los grupos que emergieron o se fortalecieron después del desarme de las FARC; podría decirse que en el año 2018 se rompió la aparente calma que nos ilusionaba; el espeluznante repunte de la pistola ocasionó 12.130 muertes en un país que soñaba con la paz. Según el Instituto de Medicina Legal, la tasa de homicidios por cada 100.000 habitantes pasó de 23,1 en 2017 a 24,3 el año pasado, la más alta en 10 años.

Aunque las comparaciones son odiosas, es bueno saber que nuestras estadísticas nos dejan muy mal parados al confrontarlas con otros países como España, nación en la cual “la tasa de homicidios registrados, uno de los indicadores de criminalidad utilizados por Eurostat (Oficina Estadística Europea), sitúa a España al nivel de lugares como Islandia – un país con una tasa de homicidio tan reducida, que un total de cuatro muertes violentas en un año son motivo de inquietud-, por debajo de la media europea y de democracias cercanas como Francia y Alemania” (Fernando Miró). Para aterrizar más la comparación es bueno saber que en España es once veces más probable que alguien se suicide a que lo maten; según los datos suministrados, el país ibérico es la nación con menor tasa de homicidios en la Unión Europea.

¿Por qué se ha recrudecido la violencia en nuestro país? La respuesta a este interrogante es multifactorial. En primer lugar, hay que expresar que la reorganización de grupos armados y la disputa por los territorios abandonados por las Farc-Ep hacen volver la pesadilla de la guerra al país. Actualmente se libran cinco conflictos armados en nuestro territorio : el que sostiene el Estado con la guerrilla Ejército de Liberación Nacional (ELN), el del Ejército Popular de Liberación (EPL), también conocidos como “Los Pelusos,” considerados como una banda narcotraficante, el las disidencias de las FARC, y las Autodefensas Gaitanistas de Colombia (AGC), banda criminal heredera del paramilitarismo .Por último, el conflicto que sostienen el ELN y el EPL en las selvas del Catatumbo en la frontera con Venezuela, relacionado completamente con la lucha por el control de las rutas del narcotráfico.

En segundo lugar, el incumplimiento del Estado frente al pacto de la Habana: se llegó a un acuerdo político y social para ponerle fin a la confrontación armada, acuerdo final firmado entre las partes, en proceso no exento de dificultades, que concertó importantes reformas sociales y políticas de beneficio para el campo y la ciudad, el cese del fuego y las hostilidades, la reparación de las víctimas, la dejación de armas y el tránsito de las FARC-EP hacia una fuerza política democrática y sin armas, entre otros acuerdos. Los diálogos duraron tres años, pero su implementación ha sido difícil y lenta; se evidencian retrasos del cumplimiento de compromisos oficiales, lentitud y menosprecio de los proyectos en el Congreso, conspiración de los enemigos de la paz desde dentro y fuera del Gobierno y desde dentro y fuera del Estado, como también, obstáculos que surgen con una extrema derecha agresiva, estimulada por las vacilaciones de un Gobierno débil y un mandatario vacilante; al igual que en anteriores ocasiones históricas, la clase dominante se cierra a toda posibilidad de apertura democrática y social.

El tercer factor que contribuye a recrudecer la violencia es la polarización del país, dividido en buenos y malos; en pacíficos y guerreros, en políticos y politiqueros, en matones e intimidados. “Con la polarización extrema la racionalidad pierde valor, las emociones toman control, el fundamentalismo derrota al pragmatismo, la calidad de la política y de los políticos se degrada, la inteligencia se convierte en defecto, la incompetencia se vuelve crónica, los acuerdos se vuelven imposibles, los problemas se quedan sin resolver y el país se va al infierno.” (Joaquín Villalobos: 2017). Así las cosas, la ignorancia acaba siendo norma y la matonería cualidad, comportamientos que observamos a diario en un país que dice ser democrático y pacífico. Al menos sabemos para dónde vamos.

Son muchos los factores y el lector podrá agregarlos a mi lista; el cuarto es la ausencia del Estado en zonas alejadas; esta ausencia de Estado se convierte en un indulto para los criminales, debido a la incapacidad del gobierno y sus instituciones para garantizar la seguridad de los ciudadanos, ante la ausencia de de voluntad política, de estrategias integrales y la designación de personas con experiencia, talento y capacidad para encabezar las áreas de seguridad y procuración de justicia con una visión que atienda las causas y comprenda los procesos históricos. Quien tenga una escopeta y áulicos seguidores se convierte en gobernante regional y hace de la justicia particular la herramienta del poder para sembrar el terror.

La violencia vuelve y juega y nos hacemos los de la oreja mocha; el paisaje se vuelve mediático y engorda las estadísticas con las cuales nos hemos ganado varias medallas de oro en el contexto mundial. Creo que en las próximas elecciones, si votamos bien, podemos darles la primera lección a quienes han convertido la paz en una piltrafa, sembrando odio y división entre los colombianos. Como decía mi abuela: ”Más vale morir en paz que vivir en guerra”.

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