Todos somos responsables de la situación social en que vivimos. La responsabilidad de cada uno es mayor o menor según el grado de participación en la vida social. Por ejemplo, ni el campesino ni el obrero, ni el pensionado ni el informal pueden desentenderse de los problemas de su área para que los resuelvan las respectivas autoridades. Como personas inteligentes todos tenemos un grado de poder, mayor o menor, para transformar el medio. Nadie posee un poder absoluto y nadie carece en absoluto de poder. Participamos por acción, omisión o complicidad. La desidia, el conformismo, la resignación, el desentendimiento, el silencio son actitudes tan inmorales como el soborno, el crimen, la estafa, el serrucho y la usura.
No somos responsables de nuestro pasado. Pero, sí lo somos del presente y del futuro. La realidad social en que vivimos es inmoral. Sin embargo ¿qué puedo hacer personalmente para disminuir dicha inmoralidad? La sociedad perfecta, lo sabemos, es utópica y ucrónica. Pero algo siempre es posible hacer. Yo soy responsable de ese algo.
El documento de la Conferencia Episcopal Latinoamericana de Puebla afirma que la política “es una forma de dar culto al único Dios” (Puebla 521). Pues, en sí, semejante afirmación parecería normal, ya que el político es alguien que sirve a su prójimo y quien sirve al prójimo le sirve a Quien lo creó. La consecuencia de semejante afirmación permite presentar la identidad del político más o menos así:
Un político nunca pondrá en el centro del debate la ideología sino al hombre que no tiene voz, que pasa necesidad, que sufre discriminación. Es decir dará acogida a todos.
Confrontará siempre su actuar con los demás, rechazando toda forma de violencia porque el nombre del desarrollo se llama paz.
Con la política, pensada y actuada como servicio deberá también poder testimoniar que es un instrumento para hacer crecer de forma armónica el entorno del hombre y de la naturaleza. Pues, aun si lo más valioso del mundo es el ser humano, hemos llegado a un momento de la historia en que debemos reorientar nuestros actos atendiendo con mayor solicitud a las consecuencias que puedan tener para el medio, porque los recursos naturales deben preservarse en beneficio de las generaciones presentes y futuras.
El político debería estar convencido que:
Todo ciudadano es político. Ya sea responsable de un puesto público o sólo como ciudadano que se interesa por el bien común y participa activamente.
No puede creerse superior a los demás.
El político es un hombre con corazón y mente abierta a todos, tiene una visión planetaria más con los pies bien firmes en lo local.
No tiene ni enemigos ni adversarios, ni en otro partido, ni en otra nación, ni en grupos étnicos dentro del país, o de otra lengua o de otra religión o de otras ideas. Porque es un hombre de diálogo.
De hecho vive la política como diálogo y no como riña. Si es de la mayoría acepta lo bueno que presenta la oposición. Si está en la oposición ofrece su aporte y aprueba lo bueno que hace la mayoría.
Toma en serio la política porque ha comprendido que ésta es una realidad seria. Administra la vida de un pueblo, de una ciudad o de un país. Para cumplir bien esta tarea deberá estudiar, tener preparación cultural, inteligencia y sobre todo vocación para el servicio.
Valoriza lo bueno que tienen las estructuras que existen. Hace caer las que van en contra del bien común y hace nacer nuevas estructuras.
Es capaz de construir relaciones amistosas con todos, humanizando las estructuras competitivas que caracterizan la sociedad, por unas nuevas de colaboración y ayuda mutua.
Cree en la democracia. No solamente en la democracia formal, sino sustancial. El pueblo es soberano, pero delega esa soberanía en los cuerpos representativos y por lo tanto nunca perderá el contacto con los electores. Aún más, propondrá a los electores un pacto formal de establecer con ellos un diálogo que inicia antes de las elecciones y continúa durante todo el mandato con precisos compromisos recíprocos. Únicamente así representará al pueblo soberano.
Aprendiendo a pensar en los electores, por medio de la escucha de todos, también de los que no piensan como él, aumentará considerablemente la posibilidad de no equivocarse en el servicio a la comunidad, y la política se volverá en él el verdadero arte de la promoción del bien común.
Si encuentras un político con esta visión u estos principios, apóyalo sin titubear con tu voto. De lo contrario te aconsejo que hagas unos tres días de retiro espiritual antes de acudir a las urnas.