Escuché el lunes la conferencia Metamorfosis: bioarte, transhumanismo y los límites de la naturaleza, título que ya insinúa algo monstruoso. El expositor, el médico internista Julián Bohórquez, se mueve por las interfaces entre las ciencias y las humanidades con un desparpajo que envidiarían Antonio Vélez, Orlando Mejía y hasta el mismísimo George Steiner.
Bohórquez toca dos temas: el primero es el transhumanismo, la intervención tecnológica del cuerpo humano para convertirlo en un cíborg, un superhumano modificado genéticamente.
El segundo tema es el bioarte, una escuela que cambió el óleo sobre lienzo por microrganismos, tejidos y cultivos celulares. Sus resultados son, al tiempo, seres vivos y objetos estéticos, dice él (y monstruosos, digo yo).
Bohórquez recuerda que el arte siempre ha estado atento a las revoluciones científicas. Nos cuenta cómo las primeras imágenes de un embrión en desarrollo influenciaron las obras de Gustav Klimt, mientras las contorsiones de las histéricas del Hospital de la Salpêtrière terminaron en las pinturas de Egon Schiele. Así mismo, el arte contemporáneo es un espejo distorsionado que refleja las promesas y
Los objetivos del transhumanismo son la modificación de nuestra naturaleza y la búsqueda de la inmortalidad.
Bohórquez explica que este delirio se apoya en dos disciplinas, la inteligencia artificial y la robótica… y que no es un simple delirio: ¡cíborgs, híbridos hombre/máquina caminan ya entre nosotros! Cíborgs como Neil Harbisson: una antena implantada en su cráneo le permite escuchar los colores. Pero, para cambiar nuestra naturaleza, nada mejor que los avances de la biología. La ingeniería genética y su prima sofisticada, la biología sintética, prometen editar nuestros genes para abolir enfermedades y repotenciar las capacidades físicas e intelectuales. La frontera entre el uso médico de estas tecnologías y sus aplicaciones transhumanistas es una línea de sombra. Algunos hablan, en voz baja, de una “biología profunda”.
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Aquí es donde Bohórquez introduce el bioarte, un movimiento estético cuyas obras son bacterias, animales transgénicos, plantas con ADN humano y conejos fluorescentes. El bioarte interpela al observador sobre las posibilidades de la ciencia y pone de nuevo sobre la mesa preguntas extraordinarias. ¿Qué es la vida? ¿En qué se distingue lo vivo de lo inerte? ¿Hay algo que podamos llamar “naturaleza humana”? ¿Llegará el momento en que nuestros cuerpos modificados dejen de ser cuerpos humanos? A la pregunta: ¿tiene límites la ciencia?, la respuesta es un no rotundo.
Para los transhumanistas, la intervención tecnológica sobre el cuerpo es un paso adelante en el desarrollo de nuestra especie. Los seres humanos, sostienen, no podemos esperar millones de años y confiar en que los caprichos del azar, la selección natural y la genética mendeliana nos permitan superar nuestros límites. Debemos anticiparnos a esas contingencias y cambiar la evolución natural por una evolución tecnológica. Acaso los humanos del futuro nos vean con la misma condescendencia que nos inspiran los homínidos del Pleistoceno: unos curiosos hombrecillos primitivos que se atrevieron a fabricar herramientas y a mirar el firmamento, parados en sus patas traseras.
Bohórquez cuenta estas complejidades con un lenguaje sencillo y poético que no sé transcribir aquí, y lo hace a una velocidad tan inhumana que nos lleva a preguntarnos: ¿es un joven médico o un sabio/cíborg camuflado en la multitud?
* La conferencia completa puede verse aquí.