Rusia, cien años después de la Revolución

25 octubre 2017 9:40 pm

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En El orden político en las sociedades en cambio, Samuel Huntington describe la revolución como un cambio violento y rápido en la estructura de una sociedad, su sistema político y económico, el conjunto de valores que la orientan y en cada aspecto que define su cultura. Una definición más precisa de la revolución, aunque posible, no se da con frecuencia, y menos, en el momento actual de impostura intelectual y gobierno de las emociones en la política y el mundo académico. Cuando intentan explicar el origen, desarrollo y desenlace de eventos como la Revolución de Octubre, que está cumpliendo cien años, no pocos sociólogos, historiadores, periodistas y politólogos se desvían hacia el componente romántico o poético de las revoluciones, que en realidad no existe más que como discurso para obnubilar la comprensión objetiva de los acontecimientos, de los actores comprometidos y, en definitiva, del contexto político y social en el que han ocurrido. Por ejemplo, las disputas entre bolcheviques y mencheviques o el exterminio de los primeros enemigos o contrarrevolucionarios, por parte de la Checa (Conferencia Extraordinaria Rusa para el Combate a la Contrarrevolución y el Sabotaje) o policía política soviética, pasan a ser solo anécdotas frente a la propaganda sobre las aspiraciones de igualdad y justicia que proclamaron Trotski, Lenin y Stalin.

Durante más de setenta años, hasta el fin de la Guerra Fría en 1990-91, la Unión Soviética contribuyó a definir las relaciones de poder en el sistema internacional de estados, en torno a la idea de bipolaridad, de acuerdo con la cual las potencias occidentales se alinearon con el poderío estadounidense y, por su parte, Oriente (Europa oriental, el sudeste asiático y China) se agrupó en el bloque comunista. Y hoy, ya desaparecida hace un cuarto de siglo, Rusia ha emergido renovada y con pretensiones globales. La crisis posterior a la llegada al poder de Boris Yeltsin y la guerra de Chechenia, distrajeron al país de sus objetivos en las relaciones internacionales, pero el ascenso de Putin como líder indiscutible en 1999, supuso el inicio de una nueva era en la historia rusa.

Rusia no es propiamente una democracia, sino un régimen híbrido en el que hay pluripartidismo, elecciones periódicas y en apariencia abiertas, al tiempo que un férreo control del poder político por parte de Rusia Unida, y se mantiene la vigilancia sobre la oposición, representada por los liberales y los comunistas. Por lo demás, podría decirse que la dictadura persiste en la era postsoviética, pero con características liberales en el plano económico, la competencia partidista o los medios de comunicación.

Preguntado sobre las ventajas competitivas de la democracia en el eje de los BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica), Jim O’Neill, presidente de Goldman Sachs, ha dicho que tal vez para China y Rusia, como para casi cualquier mercado emergente, ha sido mejor no ser plenamente democráticos, pues han obtenido mejores resultados económicos, mientras que India, llamada la democracia más grande del mundo, se encuentra rezagada en muchos aspectos como el desarrollo de infraestructuras o la superación de la pobreza. En su proceso de reacomodamiento como grandes potencias, tanto China como Rusia continuarán enfrentando cambios en sus sistemas políticos y económicos, y enfrentarán presiones externas como las que provienen de Estados Unidos, la Unión Europea o Japón. Lo que está claro, es que Rusia volvió para quedarse.

 

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