Después de treinta y siete años en el poder, el presidente de Zimbabwe, Robert Mugabe, presentó su renuncia ante las presiones del parlamento, las fuerzas militares y la oposición política. Uno de los gobiernos más duraderos de la famosa Era de la Liberación Africana, ha llegado a su fin, luego de que Emmerson Mnangagwa, el destituido vicepresidente, usara su ascendencia entre los altos mandos militares para tomar el control del país. Como habitúan los dictadores de la Posguerra Fría, Mugabe se autodenominó el padre fundador de Zimbabwe, en una expresión de narcisismo y megalomanía que borra todo vínculo con el pasado y anuncia un futuro de paz, justicia y felicidad para todos. Ha sido el estilo de Hugo Chávez, con la Quinta República, y del Socialismo panarabista de los años sesenta y setenta del siglo XX.
Desde 1970, varios países africanos consiguieron su independencia frente a Gran Bretaña, Francia, Bélgica o España, como consecuencia de cruentas guerras de liberación que terminaron en golpes de Estado contra las potencias coloniales. En el caso de Zimbabwe, Mugabe y Mnangagwa combatieron en el Ejército Africano para la Liberación Nacional de Zimbabwe (una guerrilla comunista similar a las que tomaron el poder por la fuerza en Angola o Sierra Leona), oponiéndose al gobierno de Ian Smith, quien había declarado la independencia de Rhodesia en 1965.
La mayoría de gobiernos que han surgido de la tercera ola, de la que habla Samuel Huntington en La Tercera Ola: La democratización a finales del siglo XX, son reconocidos por sus orígenes revolucionarios, postcoloniales o postdictatoriales, y hay decenas de ejemplos de ellos en todo el mundo. Su discurso más representativo es el llamado a la restauración de la dignidad popular, a la construcción nacional y a la verdadera y definitiva independencia, lo cual crea en la ciudadanía grandes expectativas de cambio, como también una sensación de revolución permanente, que hipoteca el presente por un paraíso de prosperidad ilusoria. Sin embargo, la realidad es que su conquista más frecuente es la destrucción de la economía y de la estabilidad política y social: en 1970, el país tuvo una sorprendente expansión del 22.5% del Producto Interno Bruto, y era uno de los más abiertos y libres al comercio y la inversión. Pero entre los años 2000 y 2009, decayó de manera espectacular hasta convertirse en una de las economías más reprimidas del planeta: de acuerdo con el Índice de Libertad Económica 2017 (del Instituto para la Libertad Económica), Zimbabwe se encuentra en la posición 175 entre 180 países, solo siendo superado por Venezuela, Corea del Norte, Cuba y Eritrea. La inflación llegó a superar el 100.000%, siendo tan insostenible que se requerían 100.000 millones de dólares zimbabwenses para comprar un pan.
Aunque la economía se ha estabilizado en los últimos años, gracias a un plan de reestructuración denominado ZimASSET, las perspectivas políticas no son positivas. Emmerson Mnangagwa, quien se posesionará como nuevo presidente este 24 de Noviembre, tiene el apodo de El Cocodrilo y su facción dentro del partido dominante ZANU-PF, es la más temida por sus abusos permanentes contra los derechos humanos y la persecución incesante a la oposición política. De este modo, parece que la única salida a la dictadura de Mugabe será la instauración de una nueva, para dar continuidad, bien en África y en Medio Oriente o bien en Venezuela, a la era del autoritarismo.
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