Los titulares y primeras páginas de medios de comunicación internacionales, han coincidido en anunciar como el hecho más relevante de la semana, el lanzamiento, por parte de Corea del Norte, del Hwasong 15, un misil balístico intercontinental que alcanzó 4.500 kilómetros de altitud y recorrió una distancia de 960 kilómetros. El Secretario de Estado estadounidense, el General James Mattis, señaló que el test del misil llevado a cabo este 29 de Noviembre, ha sido el de mayor complejidad y advirtió sobre la amenaza real que el perfeccionamiento de la carrera armamentística norcoreana implica para los Estados Unidos. Por su parte, los representantes de los gobiernos de China, Japón, Corea del Sur y Rusia, se pronunciaron para condenar el lanzamiento y, en definitiva, la persistencia del dictador Kim Jong Un en desafiar a sus rivales geopolíticos. Esto significa que ninguna de las grandes potencias parece interesada en un escalamiento mayor de las tensiones, al contrario de lo que los opinadores y analistas de muchos países sostienen.
Es usual escuchar afirmaciones como que la guerra es un gran negocio, o que los actores involucrados en ella pueden obtener mejores dividendos al mantenerse en la confrontación, mientras que de llegar a acuerdos desaparecerían los estímulos para la acción política. Incluso, hay ingenuidades tan frecuentes como que al acabarse las guerras (algo imposible, pues las sociedades tienden constantemente al conflicto) serían innecesarios los ejércitos y los gobiernos. Esta retórica hippie de los años sesenta ha sobrevivido hasta la actualidad, y la gente es hoy más sensible a las imágenes violentas de lo que fue en los tiempos de la Guerra de Vietnam. Sin duda alguna, el conglomerado de empresas que participan en el desarrollo de tecnología militar, se beneficia en gran medida de la continuidad de los conflictos bélicos, ya sea entre estados o de estos con grupos irregulares. Así que, de manera parcial, sí, la guerra es un gran negocio, pero las oportunidades económicas que se desprenden de la cooperación y la integración comercial entre aliados y no aliados, son siempre superiores.
De renunciar a su programa de desarrollo de armas de destrucción masiva, Corea del Norte superaría las fuertes sanciones que la comunidad internacional le ha impuesto, de una forma muy parecida a como ha ocurrido con Irán, que pudo volver a exportar petróleo y a suscribir acuerdos comerciales con la Unión Europea, relativamente favorables para la economía del país. Se sumaría a un círculo virtuoso que luego impulsaría reformas económicas y, tal vez, mejoraría de forma gradual el nivel de vida de los norcoreanos. Y con un problema menos, los riesgos de desestabilización en la zona se atenuarían y habría lugar a un mejor entendimiento entre los países que suman el 50% del comercio global.
Desde la Antigüedad, las guerras se han sucedido con intervalos muy cortos de auténtica paz. Para el Imperio Ateniense fue más prometedor vencer y someter al Imperio Persa a sus condiciones, que mantenerse en conflicto por tres décadas años más. Corea del Norte ha hecho alrededor de treinta ensayos nucleares y lanzamientos de misiles desde 2006, lo que confirma su poderío militar y, a lo mejor, le garantiza protección frente a intervenciones en su territorio, pero no ha obtenido nada más que el aislamiento internacional. El verdadero negocio, pues, será dejar a un lado su hostilidad, para progresar y promover la apertura del régimen al mundo.