Esta semana en Estados Unidos, inició con la mayor victoria política para Trump en su primer año de gobierno. La reforma tributaria, o Tax Bill, fue aprobada en la Cámara y en el Senado de los Estados Unidos, con 224 votos frente a 201 en la primera, y con 51 votos contra 48 en el segundo, confirmándose la mayoría republicana y la oposición de los demócratas a la principal bandera de Trump en política económica. El objetivo fundamental de esta legislación, es impulsar el crecimiento económico y la competitividad del país, con un recorte de impuestos a las grandes empresas de alrededor de 1,5 trillones de dólares. Las posiciones al respecto son diversas, confrontando a estatistas y liberales en un debate ya clásico sobre el papel del Estado en la economía, como también acerca de cuáles son los motores que generan riqueza en las sociedades actuales.
Para los republicanos está claro que un mayor impulso a la iniciativa empresarial, a través del repliegue en los ingresos federales, impactará de manera positiva en la creación de nuevos empleos y la inversión extranjera. En principio, se supone que la clase media percibirá los beneficios de la reforma, pues los cálculos de los economistas apuntan, para 2018, a una reducción de 2.000 dólares en los impuestos que deben pagar las familias de ingresos medios. Entre tanto, los demócratas sostienen que solo las grandes corporaciones y los milmillonarios saldrán favorecidos. Por ejemplo, el senador Chuck Schummer, del Partido Demócrata, dice que la ley es un favor a los amigos ricos y a los donantes del Partido Republicano (tal vez, desconoce que la campaña presidencial de Hillary Clinton costó 1.200 millones de dólares, el doble que la de Trump, y que los aportes a la misma no provinieron precisamente de organizaciones caritativas). Este debate es recurrente en las democracias actuales, y al final, los partidos políticos y sus representantes compiten por posicionar sus intereses de poder y los de las élites que los respaldan.
Pero la discusión en torno al Tax Bill no se refiere únicamente al ámbito doméstico de los Estados Unidos, y además, es limitada. Observando las tendencias de la economía global y las transformaciones que están teniendo lugar en las nuevas potencias, el economista Niall MacLeod, de la consultora UBS, señala que el liderazgo en la carrera de la innovación tecnológica le pertenece hoy a China, que pasó de ser fabricante y ensamblador a diseñador de productos con alto valor agregado (de Made in China, a Designed in China), en tres décadas. ¿Cuándo ocurrió este giro trascendental en la competencia por dominar el comercio mundial? Cuando China decidió invertir más recursos en investigación y desarrollo, de modo que al día de hoy, cada año se gradúan casi tres millones de profesionales chinos en el campo de las ingenierías y la tecnología, es decir, cinco veces más que sus homólogos norteamericanos.
Es muy probable que menos impuestos a las empresas y a la clase media, contribuyan sustancialmente al mejor desempeño en la economía de cualquier país. Pero en una era de cambios constantes, Estados Unidos o quien se proponga superar a los demás, requiere comprender que la mayor inversión debe hacerse en las personas, en el papel central del conocimiento y en prepararse para los desafíos futuros. Por ahora, el mundo seguirá siendo moldeado por el G-2 que conforman China y Estados Unidos.
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