Entre las tendencias más visibles de la transformación de la economía mundial, está el apogeo del comercio online o a través de Internet. Al tiempo, este es una expresión patente de la digitalización de la economía, en donde cada vez son mayores los flujos de información como generadores de transacciones económicas, según lo plantean documentos recientes del Foro Económico Mundial y el McKinsey Global Institute, un centro de pensamiento estadounidense dedicado a estudiar el comportamiento de la globalización. La forma de relacionarnos y de intercambiar bienes y servicios, capital, conocimiento y experiencias, está cambiando desde hace varios años, pero se ha acentuado en los últimos diez, algo perceptible en todo el mundo. No obstante, las visiones al respecto suelen ser limitadas y con frecuencia asumen como obvias algunas realidades, pretendiendo que todas las sociedades seguirán un camino unidireccional.
En realidad, la globalización, al igual que la Historia, no funciona de manera determinista, no hay solución única para el desarrollo o el progreso ilimitado. Así, mientras las compras por Internet en Estados Unidos ascienden al 15% del total del comercio minorista, se está intensificando el fenómeno de los dead malls (centros comerciales muertos o solitarios), al punto de que en los próximos cinco años podrían cerrarse alrededor de trescientos en todo el país, junto con grandes tiendas como JC Penney, Macy’s o Sears. La expansión de los años cincuenta y setenta en este tipo de espacios, como consecuencia del crecimiento de la clase media en Norteamérica, generó una sobreoferta que, además, ha venido acompañada de la falta de modernización y renovación de muchos de ellos.
En cambio, en los mercados emergentes, incluso en algunos países como España, la realidad es exactamente contraria: aunque el comercio online sigue creciendo, también lo hacen los metros cuadrados de áreas comerciales en ciudades principales e intermedias de América Latina, África, Medio Oriente y el sudeste asiático. Una clase media más empoderada y con mayor poder de consumo en China, Sudáfrica, México, Colombia, Brasil o Kenia, está en el centro de un auge en la construcción de grandes cadenas de supermercados, restaurantes, centros comerciales en áreas suburbanas, como también en nuevos desarrollos inmobiliarios y de infraestructura vial, que dan cuenta del éxito alcanzado por estos países a partir de reformas económicas favorables a la iniciativa privada y la inversión extranjera. Así lo destaca el Banco Mundial, por ejemplo, cuando sitúa en la lista de países de ingresos medios a aquellos que en décadas pasadas estaban condenados al fracaso económico y a la violencia imparable.
Las noticias cotidianas sobre conflictos, violencia política o inestabilidad en África subsahariana o América Latina, tienden a opacar hechos positivos en los que, de otro lado, insisten economistas y think tanks orientados a comprender el cambio en el largo plazo y a proyectar escenarios probables: de acuerdo con el estudio Urban World: Rise of the Consuming Class, del McKinsey Global Institute, hacia el año 2025, el crecimiento del PIB global estará impulsado en un 65% por las seiscientas principales ciudades del mundo, y en un 47%, por más de cuatrocientas ciudades emergentes, lo que confirma a la urbanización como motor determinante de las transformaciones que tienen lugar hoy, acompañada de un comercio más fluido e intenso. A la ola anticapitalista y antiglobalización que ha contagiado a muchas sociedades avanzadas, las economías emergentes han decidido responder con el boom de los centros comerciales.
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