sábado 24 May 2025
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China en ascenso y Venezuela destruída

25 enero 2018 1:29 pm
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Las cifras sobre la economía venezolana son cada día más aterradoras, y la forma en que todos los indicadores continúan deslizándose por el precipicio, da cuenta de que el fin de la crisis está muy lejos aún. En las últimas dos semanas, el presidente Maduro ha impuesto a los principales supermercados y tiendas del país la reducción de los precios de productos de primera necesidad, a niveles de Noviembre y Diciembre, como improvisación para controlar el desbordado aumento de los mismos. Ni ésta ni cualquier otra solución de corto plazo, basada en el estatismo y la represión económica, podrá detener la hiperinflación del país, que al terminar 2017 se situó en aproximadamente 2.600%. Y de acuerdo con las proyecciones del Fondo Monetario Internacional, hacia el final de 2018 podría llegar a más de 7.000%. Las implicaciones de la inflación para el poder adquisitivo de las personas y su calidad de vida, son gravísimas, pero los estrategas e ideólogos del Socialismo las subestiman, considerándolas un mal necesario en el desmonte de la economía capitalista.

En El Orden Político en las Sociedades en Cambio, Samuel Huntington, hablando sobre los revolucionarios marxistas, argumenta que su objetivo fundamental es el acceso al poder y el diseño del aparato que les permitirá atornillarse en él, seguido de la transformación radical del sistema político y económico, además del cambio sustancial en las instituciones y en la cultura del país. Y en un tercer lugar, se encuentra la implementación de los programas y planes que, en su perspectiva, llevarán a la sociedad a la felicidad socialista. Es decir, todo se resume en el monopolio del poder político en manos del Estado y del partido, y para lo secundario ya habrá tiempo: la revolución es permanente y la utopía nunca llega, y es por eso que la Revolución Cubana aún se celebra, aunque solo haya traído miseria y privación de libertades para los cubanos.

En el decenio de 1950, Venezuela se preciaba de tener el cuarto ingreso per cápita más alto del planeta y su moneda estaba en igualdad de condiciones frente al dólar. Así mismo, era un país próspero y con oportunidades para todos. Pero a partir de los ochenta, y en una coyuntura regional que los economistas denominan la década perdida de América Latina, Venezuela comenzó a perder su atractivo, proceso que se aceleró con la Revolución Bolivariana y su obsesión por el Socialismo del Siglo XXI. Simultáneamente, China emprendió un camino diferente desde mediados de 1970, con la liberalización económica impulsada por el reformista Deng Xiao Ping: entre 1980 y el 2010, gracias a la apertura al comercio internacional, la inversión extranjera y la iniciativa privada, más de quinientos millones de chinos salieron de la pobreza extrema. Deng fue consciente de que medidas como la instalación de las Zonas Económicas Exclusivas en las ciudades costeras, la disminución del peso del Estado en sectores estratégicos y mayores libertades económicas y civiles, harían mucho más por el bienestar de los chinos que la Revolución Cultural de Mao Tse Tung, en los años sesenta, cuando millones de personas murieron en la hambruna o ejecutadas por la Guardia Roja. Hoy por hoy, China compite con los Estados Unidos por alcanzar el mayor PIB del mundo y continúa en ascenso, al tiempo que el Chavismo, insistiendo en un modelo cuyos fracasos son innumerables, sigue conduciendo a Venezuela hacia la destrucción.

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