Hoy por hoy, muchos estudiosos de las ciencias políticas discuten y proponen ideas para explicar las crisis que se presentan en las democracias contemporáneas. Desde la Unión Europea hasta Estados Unidos y América Latina, el reacomodamiento de las fuerzas políticas en disputa por el poder, la creciente desconfianza de la ciudadanía hacia las instituciones estatales, la corrupción generalizada y, al mismo tiempo, el declive económico, parecen haberse convertido en la norma, en el nuevo status quo. Particularmente sobre los gobiernos en África, que van desde democracias estables y competitivas hasta cleptocracias autoritarias y represivas, pasando por Estados fallidos como Somalia, Francis Fukuyama, en Orden y Decadencia de la Política, habla de los gobiernos neopatrimoniales, los cuales están orientados a utilizar el Estado como maquinaria para repartir los recursos entre familiares, amigos y allegados.
En el caso de Sudáfrica, por fortuna, el conflicto entre los principales partidos, como también entre facciones del hegemónico Congreso Nacional Africano, está abriendo las puertas a un nuevo momento democrático en el país, luego de que el pasado 14 de febrero, el presidente Jacob Zuma fuera forzado a renunciar por la Asamblea Nacional, la cámara principal del Parlamento. Zuma, quien enfrentaba varios cargos por corrupción y críticas por una deficiente gestión de la economía y el orden público, en la nación más desarrollada del continente africano, debió presentar su renuncia para evitar someterse a un voto de no confianza por parte de la Asamblea, lo que equivale a un juicio político.
El 15 de febrero, la Asamblea Nacional, solo con la participación del Congreso Nacional Africano (ANC, por sus siglas en Inglés) y sin que los mayores partidos de oposición, la Alianza Democrática (DA) y el movimiento de Luchadores por la Libertad Económica (EFF) postularan sus candidatos, eligió a Cyril Ramaphosa como nuevo presidente. Ramaphosa será el quinto presidente del partido que dio la victoria a Nelson Mandela en 1994, y desde entonces ha gobernado Sudáfrica. Pese a que el país se ha mantenido estable y a salvo de confrontaciones violentas como las que han ocurrido en República Democrática del Congo, Sudán o Sierra Leona, y a que los numerosos pesos y contrapesos al poder del presidente funcionan y han evitado el advenimiento de la dictadura, Sudáfrica enfrenta graves problemas como la inseguridad y la criminalidad desbordadas en sus ciudades principales, un desempleo superior al 27% y un crecimiento muy débil del PIB.
Leon Louw, de Free Market Foundation, un think tank sudafricano, señala como un hecho positivo la renuncia del presidente Zuma, pues refuerza la tradición de fortaleza de las instituciones democráticas de Sudáfrica, pero se preocupa por la falta de libertad económica y el gran peso del Estado como obstáculos al progreso del país. Esta realidad demuestra que la democracia es importante, pero no suficiente, como condición para el desarrollo. El nuevo presidente, que en todo caso deberá tender el puente hacia las próximas elecciones de 2019, enfrenta el gran reto de impulsar reformas para sacar a Sudáfrica de la recesión actual, luego de varios años de postración por la fallida política económica de su partido. Sin embargo, la mayor lección que se extrae de la situación de Sudáfrica y de otras naciones africanas, es que la combinación de instituciones estatales fuertes y sólidas con una economía de mercado dinámica, es el antídoto para la pobreza, la violencia política y la conflictividad social.
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