Son muy diversas las causas que dan origen a los movimientos de protesta social, alrededor del mundo. Resulta paradójico que, mientras más apertura del sistema político y mayores libertades políticas y civiles posee una sociedad, es también mayor la tendencia de los individuos y los grupos a expresar su descontento, su inconformidad ante situaciones que consideran injustas o en contravía de sus derechos. Es decir, las vías de escape son inherentes a la democracia liberal y se entiende que, sin el derecho a manifestarse, a quejarse o a reivindicar intereses individuales o colectivos, la relación entre el Estado y los ciudadanos sería más de sumisión y obediencia de estos frente al primero, más propia de un régimen totalitario, como diríamos de Corea del Norte, Cuba o incluso la China actual, en donde la contradicción constituye una seria amenaza al poder establecido.
Los grupos activistas y las marchas multitudinarias que no se ven en Shanghai, La Habana o Piongyang, en cambio abundan en Madrid, Londres, Nueva York, Bogotá o Buenos Aires. Se asume como algo cotidiano el derecho a reclamar a los gobiernos por demandas insatisfechas. No obstante, del ejercicio del derecho a la protesta pacífica (tan necesaria para mantener la legitimidad del orden democrático) se ha pasado a la imposición de las ideas mediante la violencia, el sabotaje y el saqueo. Desde Portland, en Oregon, hasta Trelew, en Argentina, grupos anarquizados de manifestantes se han tomado las calles para alterar la tranquilidad ciudadana y arriesgar la integridad de aquellos que no comparten sus posiciones.
Esta semana, cientos de integrantes de los famosos Antifa y Black Lives Matter, se tomaron el centro de la ciudad de Portland, en la costa noroccidental de los Estados Unidos, y bloquearon el tráfico, impidiendo el acceso de conductores a la zona. En los eventos, algunos comercios fueron asaltados y el mobiliario de paraderos de buses destruido, al tiempo que un anciano en su silla de ruedas fue agredido, al ser señalado de supremacista blanco, y un joven fue golpeado por el execrable crimen de ondear la bandera estadounidense, algo que hoy en día, para la hipersensible extrema izquierda, es una muestra de racismo. La policía no intervino para restaurar el orden ni para proteger a las personas agredidas, y ni siquiera hubo arrestos.
Al extremo sur del continente, en la ciudad argentina de Trelew, un grupo numeroso de enfurecidas feministas celebró a su manera un peculiar Encuentro de Mujeres, en el que participaron más de 50.000 personas. Teniendo como excusa la defensa del aborto y el rechazo a los femicidios y travesticidios en Argentina, algunos grupos radicales hicieron estallar bombas molotov contra varios edificios públicos y una iglesia, donde además quemaron vivo a un perro y lanzaron excrementos. Las detenidas, luego de una rápida audiencia, fueron puestas en libertad y sin cargos de ninguna clase.
En nombre de la tolerancia y el pluralismo, el espacio público ha sido secuestrado por trogloditas dispuestos a incendiar las ciudades, todo a la vista de autoridades sin autoridad, acomplejadas por el temor a la reacción de los partidos y movimientos que aplauden abiertamente todo acto de terrorismo callejero, conscientes de que el caos les traerá grandes réditos políticos. Entre tanto, las mayorías civilizadas han tenido que aprender a convivir con el miedo en sus comunidades, y a permanecer en silencio ante la ruidosa minoría de las nuevas hordas totalitarias.