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Con un espectacular desfile en Beijing, exhibiendo un indiscutible poderío militar, se celebró el 1° de Octubre el septuagésimo aniversario de la fundación de la República Popular de China. En plena tensión con los Estados Unidos, por los términos del intercambio comercial bilateral, Xi Jinping y el Partido Comunista quieren mostrar al mundo la grandeza del país, que la mayoría de líderes y analistas occidentales se resisten a reconocer. Aún más, insisten con obsecuencia en la necesidad de occidentalizar a China, pretendiendo que mañana o en el 2030, ésta se convierta en una democracia liberal, pues les parece muy extraño que los valores e instituciones de la modernidad europea hubieran encajado con relativa facilidad en Japón o Corea del Sur, y en China, en cambio, todavía no.
Este es un error gigantesco, pues pone en evidencia la ignorancia y el sesgo arrogante con que Occidente continúa percibiendo al continente asiático, y al mundo entero, podría agregarse. Así lo expresa el periodista y escritor británico Martin Jacques, en su libro Cuando China Gobierne el Mundo: El Fin de Occidente y el Surgimiento de un Nuevo Orden Global, del año 2009. Jacques argumenta que China no es una nación convencional, sino, más bien, un Estado-civilización, y que su modernización económica, junto con la revolución tecnológica en que se encuentra, de igual modo que el vertiginoso desarrollo en sus infraestructuras físicas y digitales, la han conducido a una nueva modernidad, muy distinta a la vivida en Occidente desde mediados del siglo XIX. Al final, sostiene, se ha abierto una competencia entre varias modernidades, y los chinos se sienten muy orgullosos de la suya.
Después de haber sido invadida y sometida por Europa, durante alrededor de tres siglos, la actitud de China hacia el mundo hoy, dista mucho de aquella del pasado. Al ser una sociedad eminentemente agraria y con poco poder de maniobra, entre 1850 y la primera mitad del siglo XX, era previsible que el opio, las guerras y la pobreza la situaran en condiciones de inferioridad en el escenario internacional. Martin Jacques y otros sinólogos, están de acuerdo en que la autoestima de China se vino al suelo con los acontecimientos del último siglo y medio, los mismos que forjaron un modo aprehensivo de observar a los occidentales. El incremento del gasto en seguridad y defensa, una mayor precaución a la hora de entablar negociaciones comerciales, o un discurso con tono nacionalista en la proyección de su política exterior, causan temor a la Unión Europea e, incluso, a los Estados Unidos.
De la resistencia al imperialismo occidental, que llevó a Mao Tse-Tung al poder en1949, China ha pasado a promover su propia idea de lo que debería ser un imperio. Cada nuevo proyecto que se emprende, bien en Asia Central, África o América Latina, es la demostración del ascenso de China, pues se anuncia sin complejos. Por ejemplo, el nuevo aeropuerto internacional de Beijing-Daxing, diseñado para recibir más de setenta millones de pasajeros al año, costó 25.000 millones de dólares (el más costoso del mundo hasta hoy), cuenta con conexión a Internet 5G y usa tecnología de reconocimiento facial en todas sus instalaciones. La China de hoy es como la joven que en el colegio era maltratada y menospreciada, y de repente, un día salta a la pasarela como la modelo más despampanante, despertando la envidia y el desconcierto de todos.