Chile y España, desafiados por la anarquía

1 noviembre 2019 1:47 pm

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La maleable y pueril opinión pública occidental, ávida de espectáculo en las noticias, ha aplaudido durante semanas las imágenes de terrorismo callejero alrededor del mundo, desde el incendio de varias estaciones y trenes del metro de Santiago de Chile, hasta los disturbios en el centro de Barcelona, que a la fecha se mantienen. Titulares como “¡Chile despertó!”, o “Cataluña reclama libertad”, están tan desenfocados de la realidad de Chile o España, que confunden al televidente o al usuario de redes sociales como YouTube, Facebook o Instagram, en donde abundan las fotos y videos de jóvenes encapuchados y furiosos, destruyendo el mobiliario urbano y el transporte público pagado con el dinero de los contribuyentes, o saqueando supermercados, restaurantes y bancos. Deliberadamente, las principales cadenas noticiosas omiten referirse a quienes cometen actos de vandalismo como delincuentes, asaltantes u hordas de desadaptados, para marcar el contraste entre los manifestantes y las fuerzas de seguridad, encargadas de restablecer el orden y resguardar los derechos y libertades de todos los ciudadanos, especialmente, de aquellos que se ven afectados por las protestas en sus vecindarios, comercios, transporte y lugares de trabajo.

Estos dos casos, que no son los únicos en el mundo y en el tiempo que corre, pues también se observan movimientos de protesta en Ecuador, Colombia, Líbano y Nicaragua, por mencionar solo algunos, constituyen el paradigma del engaño y la manipulación mediática, con frecuencia al servicio del globalismo, obsesionado con alentar el caos y justificar la urgencia de un gobierno mundial. En primer lugar, la narrativa detrás del supuesto despertar de Chile, se basa en la idea de que los jóvenes se manifiestan contra un sistema económico injusto, un gobierno autoritario y una sociedad desigual, que les han negado todas las oportunidades de surgir en la vida. Pero al mismo tiempo, esos inconformes y rebeldes se envuelven en banderas comunistas y retratos de Salvador Allende, o entonan delirantes las canciones de Mercedes Sosa, todos estos, símbolos de un modelo que solo ha producido fracasos e igualdad en la miseria, dondequiera que se ha puesto a prueba. En realidad, Chile es el país más próspero de América Latina, con el mayor índice de libertad económica de la región, y tanto los adultos como quienes hoy reclaman cambio, viven ostensiblemente mejor que las generaciones anteriores. Sin embargo, las transformaciones que exigen apuntan en la dirección de Cuba y Venezuela, pues desde la escuela se les ilusionó con la conquista de la utopía socialista.

Ocurre lo mismo con la violencia desatada en Barcelona. Impulsados por el ala radical del nacionalismo e independentismo catalán, cientos de jóvenes que comparten esa tendencia estuvieron a punto de arrasar el centro histórico de la capital de Cataluña. Objetivamente, hay una gran división en la sociedad catalana: Por mitades casi iguales, hay un sector que busca la separación de España, y otro que desea conservar la unidad y se considera tan español como catalán. Pero una vez más, numerosos medios de comunicación europeos se han apresurado a difundir la impresión de que en España hay un régimen dictatorial, que reprime las libertades de los ciudadanos e impide a los catalanes su derecho a la autodeterminación. Chile y España son democracias liberales consolidadas, además de encomiables, y por lo mismo, resulta tan evidente el afán desestabilizador de los poderes oscuros y totalitarios que, tanto allá como acá, llaman al desorden y la destrucción.

 

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