Por Juan David García Ramírez
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El anuncio del presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, de retirar 10.000 de las 35.000 tropas estacionadas actualmente en Alemania, alarmó a líderes europeos y, en general, a medios de comunicación y analistas internacionales. Preocupados por la defensa y la seguridad de Europa, como es natural, representantes de la Unión Europea y la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), han expresado que la medida podría condicionar el desarrollo futuro de las relaciones con Estados Unidos.
Embargados por visiones apocalípticas y por los temores siempre presentes de una reactivación de la amenaza rusa o iraní, las cadenas de noticias europeas interpretaron el retiro como la desprotección del continente, por un lado, y la renuncia a los compromisos adquiridos en la Posguerra, por otro lado. Sin embargo, una observación más objetiva y desapasionada de los hechos puede llevar a una conclusión diferente: Disminuir la presencia militar estadounidense en Alemania, forma parte de una estrategia más amplia, que se ha aplicado desde 1990, y esto no obedece al capricho de Trump, ni exclusivamente a la política exterior y de defensa de Estados Unidos. Ya en 1990, la OTAN y el Pacto de Varsovia (la organización de carácter defensivo impulsada por la URSS) suscribieron un gran acuerdo para disminuir y simplificar sus fuerzas militares, en la frontera que compartían al este del continente europeo: El Tratado sobre Fuerzas Armadas Convencionales en Europa (o TCFE, por sus siglas en Inglés). En el espacio de cada bloque había aproximadamente tres millones de tropas, lo que convirtió a la región en el lugar más militarizado de toda la historia de la civilización. Gracias al tratado, Europa pudo estabilizarse y la nueva Rusia se enfocó en la conflictividad en el Cáucaso.
En los últimos veinte años, la flexibilización de la presencia militar de los Estados Unidos en Europa, ha continuado y, de hecho, se ha profundizado. Desde 2004, el denominado Mando Aliado (EUCOM, o Comando Europeo de los Estados Unidos) pasó de tener estacionados 100.000 efectivos, a aproximadamente 70.000, con lo cual la disminución propuesta por Trump sería menor. Hoy, de aproximadamente 600 instalaciones militares estadounidenses en todo el mundo, casi cuarenta se encuentran en Europa, y su objetivo es contribuir al mantenimiento de la defensa colectiva, uno de los pilares institucionales de la OTAN. Pero, más importante aún, es el orden liberal de seguridad que los Estados Unidos han promovido, cooperando estrechamente con sus veintiocho aliados europeos.
Con estos datos queda claro que, pese a las diferencias y encontrones entre los actuales gobiernos de Estados Unidos y Alemania, la Alianza Atlántica está lejos de ser desmontada. La OTAN ha tenido que modernizarse y adaptarse a los desafíos del siglo XXI, y parte de ese cambio se refleja en un uso más inteligente del hard power por parte de los Estados Unidos. El expresidente de la República Checa, Václav Havel, escribió en 1997, para el New York Times, un artículo titulado La Calidad de Vida de la OTAN (NATO’s Quality of Life), en el que justificaba la pervivencia de la Alianza y de la presencia militar estadounidense en Europa, como un instrumento de la democracia, orientado a defender unos valores políticos y espirituales comunes, más allá de la Guerra Fría. En el 2020 y hacia adelante, su papel deberá seguir siendo el mismo, para hacer frente a la gran amenaza combinada del terrorismo y el autoritarismo.