Por Juan David García Ramírez
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Treinta y un años después de la masacre de Tiananmén, en Beijing, y de la foto del Hombre del Tanque, que dio el reconocimiento mundial al fotógrafo estadounidense Charlie Cole (al hacerse ganador del premio World Press Photo), el Partido Comunista de China no parece haber cambiado en absoluto su postura sobre las libertades civiles y políticas de los ciudadanos, como es natural en todo régimen totalitario, pero aún más, se ha radicalizado y dejado atrás algunos de los compromisos más importantes que en las décadas precedentes adquirieron sus líderes con el mundo. Así como el rechazo y condena de la represión ocurrida en los sucesos de 1989, no produjo en la dictadura regida entonces por Deng Xiaoping, ningún cambio ostensible en la actitud de China frente al mundo, tampoco luce muy viable que la nueva Ley de Seguridad Nacional, aplicable al territorio de Hong Kong a partir del 1 de Julio de 2020, sea derogada, o que el presidente Xi Jinping anteponga los reclamos de Occidente al interés nacional del país, solamente buscando evitar el aislamiento global y probables sanciones comerciales, financieras o energéticas.
Según los oficiales chinos, esta ley pretende garantizar la estabilidad política y social de China, y restablecer la seguridad y el orden, amenazados por peligrosos disidentes. Argumentan que, como cualquier ley parecida que haya sido promulgada en estados democráticos, la de Hong Kong contiene definiciones sobre sedición, terrorismo, subversión y colusión con poderes extranjeros. Sin embargo, ya sabemos que el alcance y el significado de estos delitos en China, Cuba o Irán, son diferentes a los que puedan tener en sociedades abiertas. Por ejemplo, alguien que lleve puesta una camiseta con mensajes a favor de la independencia de Hong Kong, o porte una pancarta alusiva a la persecución sistemática de los opositores, podrá enfrentar un juicio sumario en la China continental, sin derecho a la defensa ni a contradecir las pruebas que se presenten en su contra. Incluso, si el jurado de conciencia considera que los crímenes cometidos son graves, al acusado le espera una segura ejecución, esto es, la pena de muerte.
En su libro China, de 2012, Henry Kissinger se hacía eco del Desarrollo Pacífico, la estrategia planteada por el exconsejero de Estado Dai Bingguo, para proyectar al país asiático a un futuro de prosperidad y desarrollo, en donde el único camino posible para China sería la integración en un orden internacional globalizado, como también la cooperación y la evitación de los conflictos, buscando superar los tiempos turbulentos de la era de Mao Tse-Tung, quien percibía el acercamiento a Occidente como un regreso a la humillación. Así mismo, Kissinger se mantuvo optimista y confiado en la promesa hecha por Deng Xiaoping, de que China no intentaría imponerse sobre las otras grandes potencias ni dominar el mundo, y que estaría abierta a la vigilancia y supervisión de sus pares.
Sin afirmar que la superpotencia esté interesada propiamente en una guerra mundial, sí es un hecho que China está dando un giro en su política exterior, renunciando al modelo de Un País, Dos Sistemas, al asumir, con la nueva ley, el control político sobre Hong Kong. Las consecuencias de esa medida se verán en adelante, y podrían terminar extendiéndose a Taiwán, más autónomo y con sus propias fuerzas militares. Lo cierto es que, a partir de ahora, China deberá ser vista con desconfianza y cautela.